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Los versos del olvido (2017)

Dirigida por Alireza Khatami 

©Aníbal Ricci

Publicada en Revista Occidente N°486 Septiembre 2018
«Toda historia necesita un final», le dice un sepulturero a otro anciano que trabaja en el cementerio y vaya final nos regala este director iraní en su opera prima. El mar oculta muchas historias y de improviso una ballena pega un brinco y vuelve a zambullirse, la vida continúa, cierta historia fue registrada en un acta de defunción y una joven ha encontrado descanso, el cetáceo vuelve a su elemento, el mar recobra el sentido.


La segunda vez que supimos de las ballenas (a comienzos del último cuarto) fue en la radio que escucha el cuidador de la morgue, personaje que nos mostrará el camino, el acto necesario para que la Naturaleza recobre su cordura. Nada imposible, pero ese acto requiere audacia y valentía. La voz del cineasta proviene del parlante donde en tono cotidiano (fuera de campo sonoro) una locutora informa que esos cetáceos sufren la muerte de sus seres queridos, comportamiento parecido al de los humanos que se aferran a la corporalidad de sus muertos. El noticiario destaca que se han observado ballenas varadas en la costa, fuera de su elemento, claro indicio de que algo no calza en el acontecer nacional.


La primera vez, ese enorme mamífero surcaba los cielos del camposanto, imagen surrealista que sobresalta al espectador luego de que el vigilante descubre el cadáver de la joven, con evidentes signos de tortura, que los agentes encubiertos no encontraron tras allanar el lugar.


 «Olvidar el olvido es el verdadero olvido», nuevamente el sepulturero se dirige al anciano y cuenta la verdad (al espectador). El enterrador responde al arquetipo del viejo sabio, conocedor de todas las biografías de los difuntos. «No conozco su historia», clara alusión al cadáver de la joven. «Ya no hubo más historias», reflexiona, los cuerpos dejaron de llegar y las memorias quedaron inconclusas, la Historia no fue contada y la verdad oculta, arista recurrente en la cinta, como aquella en que los titulares de los diarios tergiversan la realidad y despliegan frases que de tanto ser publicadas imponen una falsa verdad. «No había nadie… no vi nada… no escuché nada…», repite el cuidador al administrador del cementerio, le repite porque el país se acostumbró a la mentira reiterada como sinónimo de verdad.


Khatami emplea con maestría el fuera de campo (visual esta vez) con encuadres muy cuidados y elipsis donde el paisaje juega un rol preponderante debido a que el iraní alterna parajes desérticos con calles solitarias y recurre a tomas nocturnas a la luz de la luna tan silenciosas como las escenas en las galerías del cementerio. Una lograda secuencia enfrenta al anciano con las fuerzas policiales, rostros que apenas se distinguen y gritan órdenes detrás de un vidrio esmerilado a rayas imitando barrotes tras los cuales se ejerce violencia para acallar todo atisbo de verdad. Posteriormente, una elipsis imprime miedo tras unos focos que se internan en el desierto y enfocan al anciano arrodillado cuando un disparo al aire evoca la experiencia de compatriotas con peor suerte.


Alireza Khatami, cineasta joven, sorprende con su manejo del lenguaje cinematográfico. El guion alberga metáforas potentes recurriendo a un lenguaje poético que navega sobre el ritmo cadencioso de escenas jamás gratuitas. No menciona abierta o directamente a los detenidos desaparecidos, sin embargo, incluso el título da cuenta del olvido, de esos versos no pronunciados por cuerpos nunca encontrados. El despliegue narrativo es elegante, sugiere y muestra variadas interpretaciones de los hechos, emulando incluso personajes de la mitología griega. Aparte del cuidador y el sepulturero, un tercer personaje es el conductor de la carroza fúnebre, especie de Caronte que transita entre el mundo de los vivos y el de los muertos, cuya función es aconsejar al vigilante de la morgue. Este último se interna en las profundidades donde se extravían los antecedentes personales y recibe la ayuda de Ariadna para burlar al Minotauro, el agente de inteligencia de rostro borroso (monstruoso) que lo sepultará tras una empalizada de ladrillos con el objeto de ocultar la verdad, de esconder al único que conoce el paradero de la joven torturada.


Así como el mar encierra historias, la tierra tampoco es indiferente y se sacude. El terremoto, junto con descubrir cadáveres sin nombre, libera al cuidador y al sepulturero. La luna será testigo de cómo afloran cuerpos desde las catacumbas y deambulan por calles vacías donde en el día se efectúan protestas que también persiguen revelar la verdad.


El protagonista ha escarbado en los archivos para desenterrar el acta de nacimiento de la hija perdida (desaparecida) de una mujer que ha varado en el cementerio, una muerta en vida que no encuentra a su ser querido y vaga incansable por galerías silenciosas. Ella encontrará consuelo en facilitar la identidad de su hija para otorgar documentos a la joven torturada, mientras el vigilante se entrevista con el archivero judicial (Julio Jung) que otorgará el permiso de sepultación. Este burócrata personifica a Hades, atiende en las profundidades y los múltiples relojes le avisan la hora de cada muerte.


En otro pasaje, el protagonista había sorteado el desierto luego de sobrevivir a los fusileros a bordo del vehículo policial. La luna presencia las barbaridades que ocurren sobre el territorio e ilumina una mano que surge de las entrañas, el reclamo de la madre tierra por los muertos y las historias que ellos representan. El cuidador conocía esos secretos de la morgue y sufre de insomnio hasta la mitad del rodaje. Lava las heridas de la joven muerta y le coloca el aro extraviado con la figura de una ballena. Representa la búsqueda del camino para encontrar la paz de los seres queridos que han quedado atrapados entre dos mundos.


El vigilante escribe la biografía en un cuaderno, pero la tinta se acaba y la historia inconclusa tampoco puede ser enviada en una carta debido a que llueve al interior del edificio de correos. Las palabras se humedecen con las lágrimas vertidas por los que lucharon y quedaron en el camino, aquéllos a los que debemos este remedo de democracia.


El cuidador del cementerio conocía la verdad. Un simple gesto suyo permitió que un alma y su familia descansaran en paz. Él nunca olvida una fecha ni la cantidad de muertos que transitan por la morgue. Se encarga de dar luces a los que andan perdidos, incluso a los colaboradores que obtuvieron reducción de sentencia por supuesta buena conducta. Aquéllos con mala memoria que cubren la sangre con cal, cómplices ocultos tras la civilidad que hasta el momento no ha permitido develar la verdad.


Película imprescindible.




Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968)

Ha publicado las novelas «Fear»; «El rincón más lejano»; «Tan lejos. Tan cerca»; «El pasado nunca termina de ocurrir»; las novelas breves «Siempre me roban el reloj»; «El martirio de los días y las noches»; «Sin besos en la boca» (cuentos), «Meditaciones de los jueves» (cuentos y ensayos), «Reflexiones de la imagen» (cine). Ha participado de las antologías: «Hombres con Cuento» (2012), «Justos y Pecadores» (2014), «Microrrelatos de Amor y Desamor» (Ant. virtual, 2016) y «Dispara usted o disparo yo» (Ant. virtual, 2017).

Comentario de libros en Escritores.cl y Letras de Chile.cl, además de colaboraciones en la página de la Sociedad de Escritores de Chile y en la sección de cultura de Dilemas.cl

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  1. Khatami emplea con maestría el fuera de campo (visual esta vez) con encuadres muy cuidados y elipsis donde el paisaje juega un rol preponderante debido a que el iraní alterna parajes desérticos con calles solitarias y recurre a tomas nocturnas a la luz de la luna tan silenciosas como las escenas en las galerías del cementerio. Una lograda secuencia enfrenta al anciano con las fuerzas policiales, rostros que apenas se distinguen y gritan órdenes detrás de un vidrio esmerilado a rayas imitando barrotes tras los cuales se ejerce violencia para acallar todo atisbo de verdad. Posteriormente, una elipsis imprime miedo tras unos focos que se internan en el desierto y enfocan al anciano arrodillado cuando un disparo al aire evoca la experiencia de compatriotas con peor suerte.

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