novela de Juan Mihovilovich
EL AMOR DE LOS CARACOLES
Juan Mihovilovich
.
comentario de Aníbal Ricci
Conocí
a Juan en 2013 en la misma librería donde acaba de lanzar esta última novela.
Ambos publicamos en Simplemente Editores y Mónica Tejos me invitó a la presentación
de «El asombro». Fue una ceremonia íntima en comparación con el presente
lanzamiento de mayor concurrencia. No lo había leído, pero él ya era un
escritor de trayectoria. Fue particularmente amable conmigo y con mi señora, su
vozarrón anunciaba cierta profundidad de carácter.
En
aquella novela, la anécdota estaba ligada a ese sacudón milenario que lleva a un
hombre a casi abrazar la muerte en medio de la oscuridad. Narraba la
experiencia del terremoto de 2010 en el poblado de Curepto donde las oficiaba
de juez. Una experiencia que marcó su vida y no me parece casual que Juan comenzara
su nueva novela con el capítulo titulado «El
mar», donde pierde la vida Laura. Pese a ese suceso definitivo el personaje
estará presente en todo el texto. La niña es arrastrada por el tsunami
posterior a ese terremoto y será protagonista de las peripecias vividas por las
tres generaciones que abarca esta nueva historia (abuelo, padres, hijos). Lo
anterior desde su aura proveniente de otra dimensión, en palabras del autor.
La
muerte era el eje de esa novela. La vida es una huida hacia la muerte, pero ese
terremoto violentaba las acciones y parecía adelantar el destino inexorable. Denunciaba
a seres difusos que se aprovecharon del miedo y robaron las pertenencias
ajenas. Su visión apocalíptica poseía tintes oscuros, aunque la
prosa etérea daba cuenta de un relato de índole filosófica. Todo
ese territorio era habitado por sombras, por seres infrahumanos.
La
tesis de la novela era más positiva: no había que temer a la muerte, sino que
la muerte era el evento que permitía la trascendencia de la vida terrenal, aquel
que valorizaba nuestro andar. El inicio y fin del viaje del protagonista
estaban constituidos por el aquí y el ahora, ese presente que contiene al
pasado y futuro ancestral, el simple paso por este mundo de un ser humano, un
sobreviviente que alcanza el cielo durante su estadía en la tierra.
Desde
este rincón quiero situar el análisis de la novela (habiendo leído ocho libros
del autor).
La
prosa ha cambiado y se ha alejado un poco del tono reflexivo de gran parte de
su obra. Es evidente el camino recorrido por el autor, en sus libros se nota
una corriente más allá de lo religioso, derechamente humana y espiritual. Suele
haber pocas voces narrativas en sus textos, muchas veces el narrador incluso
interpela al lector. Esta novela es abiertamente coral y alterna narradores,
con voces muy logradas, camuflando magníficamente al autor tras sus personajes,
pero sin renunciar a profundas definiciones acerca del significado de la vida.
Juan
Mihovilovich ha compuesto capítulos que son verdaderos cuentos unitarios,
incluso ha tenido la delicadeza de titularlos para que al sólo releer sus
nombres rememoremos sus anécdotas.
Hay
una recreación del mundo rural chileno y en este punto quiero detenerme. El
tiempo transcurre distinto en estas tierras, no más lento sino más
contemplativo, donde el autor ha homenajeado a los escritores del realismo
mágico, usando su marco teórico, pero desplegando en ese lienzo sus tópicos más
queridos.
El
lenguaje en voz de los personajes se ha vuelto más juguetón; tanto el hijo sin
nombre, los enamorados, el padre alcohólico y el abuelo sabio dan cuenta de lo
que es vivir para un ser humano. Lo hacen desde una perspectiva luminosa, tal
como hacen el amor los caracoles.
El
tema de la muerte está muy presente, pero como culminación de vidas plenas. Se
aleja de su prosa a veces filosófica y la dota de una belleza profundamente
humana, vuelve más simple el discurso y los temas son rescatados con amor.
La
deficiencia mental, la locura, el alzhéimer como condicionadores de una muerte
temprana.
Así
como la muerte era el tema central en «El asombro», en esta novela será el
amor, sea este platónico, filial, fraternal.
Quiero
hacer un paréntesis con «Hable con ella» de Almodóvar, donde un enfermero
comete una violación como acto de amor. Parece descabellado, pero Juan se da
maña para darle una segunda lectura al bíblico Caín. Aquí el abuelo mata a su
hermano por los maltratos que éste le profería dada su condición mental. Rogelio-Abel
en esta historia es victimario primero y víctima después. Y Laureano-Caín
desobedecerá uno de los diez mandamientos al asesinar a su odioso hermano. La
culpa no será sólo de Laureano, sino también de la familia cómplice de los
abusos. Cumplirá su pena en la cárcel y se volverá el hombre sabio que siempre
tuvo una respuesta para sus nietos.
«Lautarito»
es un capítulo hermoso. El niño-ángel que una vez asomado a este mundo,
presintió su pasado y su futuro en un instante. Decidió no nacer debido a que
esta no era la historia del cacique Lautaro, me hizo recordar a «La noche boca
arriba» de Cortázar.
No
solamente la historia de Lautaro navega entre varios cuentos, sino también el
monje loco, que dispersa las esporas de hongos desde las alturas del cerro Los
Cristales, controlando el clima del poblado de Curepto. Otro vaso comunicante
es Don Menchu, el buscador de pozos devenido en orador evangélico.
La
importancia de los ritos de paso. La vida rural no es más lenta, sino que sus
habitantes son más conscientes de la esencia.
Temas
importantes son la pobreza y la riqueza, la magia negra versus los sanadores,
la Naturaleza omnipresente, las pasiones humanas, la necesidad de perdón, las
consecuencias de los actos, tantos temas que aborda el autor desde el punto de
vista del Sísifo de Albert Camus, aquel hombre que empuja la roca hacia la cima
de la montaña y en ese empeño se acerca a los dioses y es superior a su
destino. En este sentido, los habitantes rurales poseen una mayor consciencia
que los habitantes de la ciudad.
Otro
tema no menor aborda esta novela, de manera muy lúcida. Creo que eso es lo que
atrae de la literatura de Juan Mihovilovich, nos convierte en compañeros de
viaje, su visión de que el tránsito por esta vida es tan importante como el
destino. Para algunos será un trayecto caótico, pero para este escritor
magallánico ha sido una ruta cada vez más armónica. Al fin y al cabo, a través de
sus libros descubrimos que ser espiritual es administrar el bien y el mal de la
mejor forma posible.
Esta
novela es bellísima, pero repito, la historia de este escritor se ha desplegado
a través de toda su obra y se ha mantenido fiel a sus principios.
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EL AMOR DE LOS CARACOLES
Autor: Juan Mihovilovich
Simplemente Editores (2024)
202 páginas
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