Dirigida por Alireza Khatami
Publicada en Revista Occidente N°486 Septiembre 2018
«Toda historia necesita un final», le dice un sepulturero a otro
anciano que trabaja en el cementerio y vaya final nos regala este director
iraní en su opera prima. El mar
oculta muchas historias y de improviso una ballena pega un brinco y vuelve a
zambullirse, la vida continúa, cierta historia fue registrada en un acta de
defunción y una joven ha encontrado descanso, el cetáceo vuelve a su elemento,
el mar recobra el sentido.
La segunda vez que supimos de las ballenas (a comienzos del
último cuarto) fue en la radio que escucha el cuidador de la morgue, personaje
que nos mostrará el camino, el acto necesario para que la Naturaleza recobre su
cordura. Nada imposible, pero ese acto requiere audacia y valentía. La voz del
cineasta proviene del parlante donde en tono cotidiano (fuera de campo sonoro) una
locutora informa que esos cetáceos sufren la muerte de sus seres queridos,
comportamiento parecido al de los humanos que se aferran a la corporalidad de
sus muertos. El noticiario destaca que se han observado ballenas varadas en la
costa, fuera de su elemento, claro indicio de que algo no calza en el acontecer
nacional.
La primera vez, ese enorme mamífero surcaba los cielos del camposanto,
imagen surrealista que sobresalta al espectador luego de que el vigilante descubre
el cadáver de la joven, con evidentes signos de tortura, que los agentes
encubiertos no encontraron tras allanar el lugar.
«Olvidar el olvido es
el verdadero olvido», nuevamente el sepulturero se dirige al anciano y cuenta
la verdad (al espectador). El enterrador responde al arquetipo del viejo sabio,
conocedor de todas las biografías de los difuntos. «No conozco su historia», clara
alusión al cadáver de la joven. «Ya no hubo más historias», reflexiona, los
cuerpos dejaron de llegar y las memorias quedaron inconclusas, la Historia no
fue contada y la verdad oculta, arista recurrente en la cinta, como aquella en que
los titulares de los diarios tergiversan la realidad y despliegan frases que de
tanto ser publicadas imponen una falsa verdad. «No había nadie… no vi nada… no
escuché nada…», repite el cuidador al administrador del cementerio, le repite
porque el país se acostumbró a la mentira reiterada como sinónimo de verdad.
Khatami emplea con maestría el fuera de campo (visual esta
vez) con encuadres muy cuidados y elipsis donde el paisaje juega un rol
preponderante debido a que el iraní alterna parajes desérticos con calles
solitarias y recurre a tomas nocturnas a la luz de la luna tan silenciosas como
las escenas en las galerías del cementerio. Una lograda secuencia enfrenta al
anciano con las fuerzas policiales, rostros que apenas se distinguen y gritan
órdenes detrás de un vidrio esmerilado a rayas imitando barrotes tras los
cuales se ejerce violencia para acallar todo atisbo de verdad. Posteriormente,
una elipsis imprime miedo tras unos focos que se internan en el desierto y
enfocan al anciano arrodillado cuando un disparo al aire evoca la experiencia de
compatriotas con peor suerte.
Alireza Khatami, cineasta joven, sorprende con su manejo del
lenguaje cinematográfico. El guion alberga metáforas potentes recurriendo a un
lenguaje poético que navega sobre el ritmo cadencioso de escenas jamás
gratuitas. No menciona abierta o directamente a los detenidos desaparecidos,
sin embargo, incluso el título da cuenta del olvido, de esos versos no
pronunciados por cuerpos nunca encontrados. El despliegue narrativo es
elegante, sugiere y muestra variadas interpretaciones de los hechos, emulando incluso
personajes de la mitología griega. Aparte del cuidador y el sepulturero, un
tercer personaje es el conductor de la carroza fúnebre, especie de Caronte que
transita entre el mundo de los vivos y el de los muertos, cuya función es
aconsejar al vigilante de la morgue. Este último se interna en las
profundidades donde se extravían los antecedentes personales y recibe la ayuda
de Ariadna para burlar al Minotauro, el agente de inteligencia de rostro
borroso (monstruoso) que lo sepultará tras una empalizada de ladrillos con el
objeto de ocultar la verdad, de esconder al único que conoce el paradero de la
joven torturada.
Así como el mar encierra historias, la tierra tampoco es
indiferente y se sacude. El terremoto, junto con descubrir cadáveres sin
nombre, libera al cuidador y al sepulturero. La luna será testigo de cómo
afloran cuerpos desde las catacumbas y deambulan por calles vacías donde en el
día se efectúan protestas que también persiguen revelar la verdad.
El protagonista ha escarbado en los archivos para
desenterrar el acta de nacimiento de la hija perdida (desaparecida) de una
mujer que ha varado en el cementerio, una muerta en vida que no encuentra a su
ser querido y vaga incansable por galerías silenciosas. Ella encontrará
consuelo en facilitar la identidad de su hija para otorgar documentos a la
joven torturada, mientras el vigilante se entrevista con el archivero judicial
(Julio Jung) que otorgará el permiso de sepultación. Este burócrata personifica
a Hades, atiende en las profundidades y los múltiples relojes le avisan la hora
de cada muerte.
En otro pasaje, el protagonista había sorteado el desierto
luego de sobrevivir a los fusileros a bordo del vehículo policial. La luna
presencia las barbaridades que ocurren sobre el territorio e ilumina una mano
que surge de las entrañas, el reclamo de la madre tierra por los muertos y las
historias que ellos representan. El cuidador conocía esos secretos de la morgue
y sufre de insomnio hasta la mitad del rodaje. Lava las heridas de la joven muerta
y le coloca el aro extraviado con la figura de una ballena. Representa la
búsqueda del camino para encontrar la paz de los seres queridos que han quedado
atrapados entre dos mundos.
El vigilante escribe la biografía en un cuaderno, pero la
tinta se acaba y la historia inconclusa tampoco puede ser enviada en una carta
debido a que llueve al interior del edificio de correos. Las palabras se
humedecen con las lágrimas vertidas por los que lucharon y quedaron en el
camino, aquéllos a los que debemos este remedo de democracia.
El cuidador del cementerio conocía la verdad. Un simple
gesto suyo permitió que un alma y su familia descansaran en paz. Él nunca
olvida una fecha ni la cantidad de muertos que transitan por la morgue. Se
encarga de dar luces a los que andan perdidos, incluso a los colaboradores que
obtuvieron reducción de sentencia por supuesta buena conducta. Aquéllos con
mala memoria que cubren la sangre con cal, cómplices ocultos tras la civilidad
que hasta el momento no ha permitido develar la verdad.
Película imprescindible.
Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968)
Ha publicado las novelas «Fear»; «El rincón más
lejano»; «Tan lejos. Tan cerca»; «El pasado nunca termina de ocurrir»; las
novelas breves «Siempre me roban el reloj»; «El martirio de los días y las
noches»; «Sin besos en la boca» (cuentos), «Meditaciones de los jueves»
(cuentos y ensayos), «Reflexiones de la imagen» (cine). Ha participado de las
antologías: «Hombres con Cuento» (2012), «Justos y Pecadores» (2014),
«Microrrelatos de Amor y Desamor» (Ant. virtual, 2016) y «Dispara usted o
disparo yo» (Ant. virtual, 2017).
Comentario de libros en
Escritores.cl y Letras de Chile.cl, además de colaboraciones en la página de la
Sociedad de Escritores de Chile y en la sección de cultura de Dilemas.cl
Khatami emplea con maestría el fuera de campo (visual esta vez) con encuadres muy cuidados y elipsis donde el paisaje juega un rol preponderante debido a que el iraní alterna parajes desérticos con calles solitarias y recurre a tomas nocturnas a la luz de la luna tan silenciosas como las escenas en las galerías del cementerio. Una lograda secuencia enfrenta al anciano con las fuerzas policiales, rostros que apenas se distinguen y gritan órdenes detrás de un vidrio esmerilado a rayas imitando barrotes tras los cuales se ejerce violencia para acallar todo atisbo de verdad. Posteriormente, una elipsis imprime miedo tras unos focos que se internan en el desierto y enfocan al anciano arrodillado cuando un disparo al aire evoca la experiencia de compatriotas con peor suerte.
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