PARTÍCULA
por Aníbal Ricci
Se
nace, de espaldas a la madre, el dolor del parto debe ser comparable a respirar
por primera vez y abandonar el ambiente protegido. La temperatura desciende y
el recién nacido se interna en lo desconocido. Si no respira, esa gota surgida
del agua perecerá de inmediato. Debe luchar y ascender desde el océano para
transformarse y desarrollar algún talento. El amor recibido en la infancia le
permitirá viajar por un túnel que lo trasladará a otro lugar y en el camino
podrá coincidir con otro túnel, compartir anhelos y miedos con la esperanza de hacer
crecer la partícula. El equilibrio será precario, el miedo lo puede sepultar en
el ostracismo o permitirle afrontar el terror, esa alma gemela que lo acepte a
pesar de las carencias. Lo químico será un flechazo, el espejismo que lo inmovilizará
por un tiempo. Un engaño, salvo que desde el útero haya recibido un abono
confortable que le permita transitar varios túneles, aplacando al miedo lo
suficiente para crear vida, tal y como hizo la madre al parir. El niño no puede
ser un conejillo de indias para ensayar teorías. Aunque se equivoque el
progenitor debe haber una preocupación, no un simple le doy educación, para eso
existe el colegio y asisto a las reuniones de apoderados. El túnel tendrá
recodos y en ellos se enseñará a enfrentar las curvas y generar la mínima
confianza para desplegar talentos y relacionarse con los otros túneles. Amor es
empatía, es saber escuchar a esa gota original y permitir que esa partícula
cambie de estado y pueda alzarse en la atmósfera y pueda disfrutar del calor en
una mañana soleada. Si no es capaz de empatizar, de compartir con otras almas,
no desarrollará el ego suficiente y quedará adherida a la superficie donde
pierde humedad. No es ego desmesurado, es el suficiente para conquistar a otro
ser humano y brindar protección a partir de su potencial. La empatía controla
al ego, pero sin amor primigenio no habrá posibilidad de ser empático. Debe
existir una pulsión creadora ante cuya obra otros sean empáticos. El
atormentado podrá renunciar a vivir en pareja, pero alguien en el mundo deberá
percibir su energía. Esa respiración inicial dará paso a muchas otras y ese
aire podrá compartirlo entre semejantes. El inconsciente colectivo alimentado
por millones de túneles, unos más fructíferos, otras respiraciones canalizarán
el dolor. Unos túneles amplios y otras arterias colapsadas, un flujo sanguíneo
interrumpido por embolias. La vejez inexorable donde un mínimo de amor propio
disminuirá el colesterol. Ojalá absorba el mayor líquido posible y el sol haya sublimado
su estado. Habrá evaporación, incluso algunos se volverán un témpano de hielo.
El dolor conduce a escalar la montaña, el mayor volumen hará crecer el iceberg
y el nivel del océano. Siempre moviendo la roca hacia la cima. Perderá humedad
que no es más que ego mal trabajado. El solitario requiere ayuda en todo ese
proceso. Deberá tener consciencia que no es más que una gota que vuelve al
océano, una partícula cósmica. También el inconsciente colectivo que respirarán
otras gotas por nacer. Algo hay que aportar, desde la comunión o la soledad,
amor que hará florecer el hábitat que se alimenta de pasado y presente, viaja
en el tiempo y no altera la pureza de cada partícula.
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