RESURRECCIÓN
por Aníbal Ricci
Nunca antes me habían servido un vino picado, el mozo observó extrañado la etiqueta de gran reserva. En la calle un violoncelista desafinaba la suite de Bach que acostumbraba escuchar. Me recordaba una traición, pero era tan hermosa esa mujer que jamás dejé de amarla. Observo el rostro de Camila y me acosa un sentimiento del pasado. Quise brindar, pero las luces eran estridentes y el chelista cambió el repertorio a una canción de Guns and Roses. La velada fue interrumpida por la lluvia y la noche llegaba a su fin. Saliendo de la función de vermouth comentamos la película The Addiction. Abel Ferrara sabía imprimir atmósferas enrarecidas, pero en vez de seducirme me produjo una opresión en el pecho. «Nuestra adicción es el mal», esa otra mujer me invitó a jalar las primeras rayas, el comienzo de una lucidez extraña que me rescataría de la muerte. Una obsesión se apoderó de mi cerebro, uno se enamora o eso cree, pero en realidad construí una imagen a partir de carencias. Logré acceder a música fuera de mi alcance. Portishead era irreal, los surcos del Dummy sacaban de la zona confortable, invitaban a lo sensual y esa mujer bailaba como una diosa. Camila era lo contrario y en vez de criticarme seguía mis palabras con atención. Prefería discutir acerca de la maldad porque de lo luminoso no saldría algo bueno. Quería hacerle daño a esta chica inofensiva. Tomar malas decisiones y complicarme la existencia. Odiaba las comedias románticas, esa idiotez de encontrar un alma gemela. Intentamos abordar un taxi, pero todos venían ocupados. No trajimos paraguas y tuvimos que capear la lluvia en la puerta de la botillería. Camila intentó secarse el pelo y la conduje a la Batuta. Discoteca del pasado que pertenecía a otra mujer. Dejamos el guardarropa y nos sentamos en la única mesa desocupada. Estaba desnivelada, pero no me importó y de inmediato pedí unas cervezas. Antaño eran de litro y había unos raspes con vale otra. Ahora nos conformamos con unas latas en miniatura, aunque seguían siendo de la misma marca. Había música en vivo y una cantante imitaba a Debbie Harry. La rubia entonaba Heart of Glass. El amor es confuso, miro a Camila y sus ojos azules, no escucha una palabra y me levantó para pedir un whisky doble. Viste como todas las chicas de la universidad y adivino sus movimientos, la forma de rozar con sus dedos. Bajamos a la pista de baile y su mirada me repele. Todo parece gustarle y la verdad no hay espacio para movernos. Todos lucen transpirados y voy en el tercer whisky. Esta mujer que tengo al frente jamás me haría daño. Es hermosa y yo nunca he perseguido trofeos. No creo que le haya gustado la película, pero estuvo de acuerdo con mis comentarios. Prefiero que me hiera, diga que soy un imbécil y saque a bailar a otro sujeto. Estoy alcoholizado y recuerdo esos primeros saques. Los amigos bohemios y el humo cómplice. Vamos al baño y nos desnudamos. Afuera la fiesta, al interior nuestros cuerpos desnudos. Imperfecta, unos muslos que invitaban al infierno. Camila luce insoportable con esa lencería tan típica. Tiene buen cuerpo, pero no destroza mi cabeza. Pido otro whisky y salgo de la Batuta. En la botillería compro una petaca y voy directo a Diez de Julio. El taxi se detuvo de inmediato y en la calle San Camilo adquiero cinco gramos. Me encanta Lili Taylor y su belleza extraña. Se transformó en un vampiro sin escrúpulos y la sangre la embriaga con deseos más que sexuales, deseos de una inyección de heroína y deambular perdida por las calles. En la esquina espera Raven, esa travesti que me va a sacudir del mal rato. Cena romántica, discoteca, dejé a Camila bailando sola. Ingresamos al motel y a pesar de no ser uno de categoría, en la carta ofrecen un vino de tres medallas. Lo destapo y sirvo dos copas. Raven tiene un cuerpo desquiciante, su atuendo me traslada a otro tiempo. Esos ojos extraviados observan de verdad y hacemos desaparecer unas rayas. Esta noche todo ha sido diferente. La cocaína me tranquiliza por primera vez. La velada continuó más tarde en su departamento. Hay hambre y ella prepara unos tallarines. Unas rayas antes de encender el ordenador. No el típico reggaetón, sino otra película de vampiros cuya maldad carece de explicación. Una chica que vuelve a casa de noche, un gran título para esperar el amanecer. Puede ser la mujer más letal del universo, pero se contiene, es capaz de sentir empatía y de verdad conmueve. Ese mundo caótico transcurre en los ochenta, años rodeados de estilo que la directora capta con la cámara y nos suspende en el tiempo. Disfrutamos de esa época donde la música fue un referente. La mujer coloca el disco de Bach y borra de un plumazo esos años del colegio. Me enseñó la corriente electrónica del trip-hop proveniente de Bristol. Portishead por primera vez, «dame una razón para ser una mujer», deja que las otras chicas jueguen, yo prefiero este arco y flecha. Raven podría ser una bomba de tiempo, una fotografía aniquilaría a cualquiera. Deseo que me haga daño y tener sexo peligroso. Pero la noche extraña continúa y ella me observa con ternura. No tiene vino, pero del mueble de cocina saca una botella de whisky. Desplegamos las últimas líneas y nos asomamos al balcón. La noche pudo ser un desastre lleno de palabras vacías.
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