Ir al contenido principal

SILENCIO SAGRADO

                          (crónica)

         



SILENCIO SAGRADO

por Aníbal Ricci


Una travesía habitual era la subida Larraín. Cruzábamos velozmente el canal San Carlos e incluso hasta Las Perdices nuestro pedaleo no era forzado. A partir de ese puente cambiábamos al plato chico y piñón grande, para que nuestros pulmones fueran capaces de oxigenar los músculos. Llegábamos a duras penas al final de la pendiente. Con el corazón en la mano y las piernas reventadas. Muy pocas veces fui capaz de alcanzar la cima sin zigzaguear los últimos metros. En Álvaro Casanova, calle sin desniveles, aprovechábamos de descansar. No subíamos a pasear, sino para sentir la adrenalina por el abrupto descenso a la ciudad. El ritual era siempre el mismo. Sin esfuerzo pedaleábamos hasta Casamilá, nuestra discoteque favorita en años venideros, para luego regresar a lo más alto de avenida Larraín. Siempre nos detuvimos a tomar agua antes de bajar. Para hacer cálculos de la pendiente a abordar. Sabíamos que en pocos segundos estaríamos de vuelta en la ciudad y nuestro deseo era prolongar al máximo esa sensación de Olimpo. ¿Qué velocidad alcanzaríamos? Un pequeño giro para ajustar el cambio más pesado y sin pensar en las consecuencias descendíamos cuesta abajo. Nos despegábamos de los sillines para hacer mayor palanca con las piernas. Con las manos aferradas al manubrio, muy cerca de los frenos, las piernas no podían seguir el ritmo de los pedales y no quedaba otra que reclinarse al máximo para ofrecer menor resistencia. La recompensa, aquella en que los ojos se llenaban de lágrimas, era el instante en que frenar carecía de sentido. No se podían distinguir las imperfecciones del pavimento. Uno se dejaba llevar por el viento, nunca permitiendo interrumpir el destino. Al cruzar Las Perdices te devolvían la vida y agradecías que ningún obstáculo hubiese detenido tu marcha. La inercia se prolongaba por otro kilómetro, avanzando en silencio hasta llegar al aeródromo, donde las voces de los amigos rompían el silencio sagrado.


Comentarios

Entradas populares de este blog

EL AMOR DE LOS CARACOLES

novela de Juan Mihovilovich EL AMOR DE LOS CARACOLES Juan Mihovilovich . comentario de Aníbal Ricci Conocí a Juan en 2013 en la misma librería donde acaba de lanzar esta última novela. Ambos publicamos en Simplemente Editores y Mónica Tejos me invitó a la presentación de «El asombro». Fue una ceremonia íntima en comparación con el presente lanzamiento de mayor concurrencia. No lo había leído, pero él ya era un escritor de trayectoria. Fue particularmente amable conmigo y con mi señora, su vozarrón anunciaba cierta profundidad de carácter.   En aquella novela, la anécdota estaba ligada a ese sacudón milenario que lleva a un hombre a casi abrazar la muerte en medio de la oscuridad. Narraba la experiencia del terremoto de 2010 en el poblado de Curepto donde las oficiaba de juez. Una experiencia que marcó su vida y no me parece casual que Juan comenzara su nueva novela con el capítulo titulado «El mar», donde pierde la vida Laura. Pese a ese suceso definitivo el personaje estará pr...

DRON

  DRON por Aníbal Ricci     I El implante era defectuoso. El cuerpo original fue destrozado durante la segunda década del nuevo milenio. Entrenado a punta de sacrificios sirvió en las filas de un ejército que ya no existe, uno convencional que desapareció del mapa antes del nuevo orden. La habilidad para dirigir drones lo convertía en un oficial letal, su sinapsis privilegiada permitió el implante de una inteligencia artificial que se fundió perfecto a su cerebro. La historia olvidó a los gobernantes del colapso. Uno quería hacerse de unos minerales y creyó engañar al contrincante al ofrecerle un botín de guerra ajena. Los años de lucha debían ser monetizados y esas tierras raras eran indispensables para despuntar en tecnología y vencer como imperio en una carrera que este sujeto administraba como negocio. El contendor entendía la guerra a la usanza del antiguo milenio, pensaba conquistar territorios y hacer crecer las fronteras, en cambio el mercantilista sabía que el ot...

PARTÍCULA

  PARTÍCULA por Aníbal Ricci   Se nace, de espaldas a la madre, el dolor del parto debe ser comparable a respirar por primera vez y abandonar el ambiente protegido. La temperatura desciende y el recién nacido se interna en lo desconocido. Si no respira, esa gota surgida del agua perecerá de inmediato. Debe luchar y ascender desde el océano para transformarse y desarrollar algún talento. El amor recibido en la infancia le permitirá viajar por un túnel que lo trasladará a otro lugar y en el camino podrá coincidir con otro túnel, compartir anhelos y miedos con la esperanza de hacer crecer la partícula. El equilibrio será precario, el miedo lo puede sepultar en el ostracismo o permitirle afrontar el terror, esa alma gemela que lo acepte a pesar de las carencias. Lo químico será un flechazo, el espejismo que lo inmovilizará por un tiempo. Un engaño, salvo que desde el útero haya recibido un abono confortable que le permita transitar varios túneles, aplacando al miedo lo suficiente ...