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CUENTO DE PELÍCULA

                          (crónica)

        



CUENTO DE PELÍCULA

por Aníbal Ricci


A las cinco de la tarde me inscribo en un nuevo curso. Es una técnica oriental que acompaña mis pasos. Las dudas iniciales se han ido diluyendo en la práctica. Se piensa que ser espiritual es meditar el día entero, pero creo que tiene que ver con la vida diaria, con las decisiones que afectan al entorno. No para sacar provecho de ellas, sino para estar en armonía y encontrar un lugar en el mundo. El resultado de los actos irá descubriendo la senda correcta. La disciplina permite acceder a otras fuentes de información; nuevos puntos de vista, antes impensados, mostrarán el orden natural de las cosas. Escribo los días que siento importante dejar un registro. El resto lo dedico a ver películas y juntarme con los amigos. El cine es una fuente de información que permite viajar por otras mentes, a distintos lugares en diferentes momentos. El pasado y el futuro son el paisaje habitual de esas imaginaciones colectivas. Puedo disfrutarlas aquí y ahora en un presente de dos horas. Escribo vivencias de los rostros del tren subterráneo y me dejo llevar por personajes que explican aspectos ocultos de mi inconsciente. La entrada a un cuento se reconoce en algún pasaje de novela. Las historias se vuelven complejas y cambian los nombres, mutan los personajes, mientras religiosos se transforman en ateos. En la novela hay mayor espacio para entenderlos, aunque el cuento los deja atrás en menor tiempo. Los jóvenes se transforman en viejos comunicadores de emociones reales. El salto evolutivo no se produce al escribir más palabras, sino al evaluar lo aprendido, buscando nuevos puntos de vista para los mismos problemas que antes parecían sin solución. Es un camino arduo que se disfruta en cuanto van surgiendo las palabras. Uno deja reposar esas frases, meditando acerca de su sentido y luego de ese instante de silencio, surge limpio el final perfecto. Los ripios quedan al descubierto en medio de la paz que inunda la mente, para inscribirse diáfanos, meses más tarde, en las páginas de un libro. Descubro zonas del cerebro que antes estaban dormidas y accedo al inconsciente colectivo escrito durante miles de años en todos los lugares del planeta. No hay nada sobrenatural en este tipo de escritura que no está en los libros y cada uno sabrá adoptar estos nuevos conocimientos. Quizás algún día, ese conocimiento sea mutado en sabiduría. Mientras, intento escribir una mejor biografía, esperando que mi actuar sea cada vez más trascendente. Cada libro es un viejo maestro que me deja vacío, sin ideas ni emociones, en un limbo que vuelvo a enfrentar, con el único objetivo de mover la roca hacia una nueva cima.


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