GOLPE DE
ESTADO
por Aníbal Ricci
Desde la ventana del séptimo piso se divisa la multitud reunida abajo en plaza Italia, ahora rebautizada como plaza Dignidad. En la parrilla eléctrica dan vuelta longanizas, trozos de carne y en la mesa una botella de pisco a la mitad asoma entre envases de bebidas.
El amplio departamento de Juan
Maldonado recibe la luz de la tarde. La música de Los Tres alternada con temas
de Serrat e Ismael Serrano. Los parlantes a medio volumen, mientras las
piscolas van elevando la temperatura. Acaba de llegar Aldo, justo cuando Andrés
Echeverría comenta que la campaña por el Apruebo muestra un país idílico donde apenas
se proclame la nueva constitución habrá mejores sueldos, pensiones y salud igual
para todos.
Aldo no engancha con el discurso, mientras
Maldonado retruca que los periódicos de derecha rebajan el debate y desean
eternizar la constitución de Pinochet. Declara que esa misma prensa recurre a
noticias falsas para denostar el contenido de la nueva constitución. Juan es un
buen anfitrión, le ofrece un choripán a cada uno y hasta cierto punto está de
acuerdo con Echeverría.
–Las mismas imágenes
y eslóganes intentando dar con el tono de la mítica campaña por el No.
–¿No es ridículo?
–responde Andrés–. Como si la política chilena se hubiera congelado desde los
años ochenta.
–Pero la franja
del Rechazo dice que todo se va derrumbar, que la violencia inundará las
calles.
Echeverría se acerca a la mesa añadiendo
pisco a su vaso. Esquiva la mirada de sus ex compañeros de colegio y se va a
sentar en un sillón solitario. Maldonado redirige la última frase hacia Aldo,
que camina hacia la ventana donde proviene el ruido de la rotonda.
–Esta gente
espera arrasar el 4 de septiembre.
–Será el fin de
los últimos resabios de la dictadura –opina Juan.
La multitud enarbola banderas y los
manifestantes alzan ejemplares azules. Esos mismos que firma el presidente
Boric en cada uno de los actos ante las cámaras.
–El
merluzo haciendo campaña –eleva la voz Andrés–, según él informando a todos
los chilenos.
–Tiene
derecho a tener opinión propia –Juan se ha levantado del sofá y bebe el último
sorbo de licor.
Maldonado se lleva la botella vacía y
retorna desde la cocina con otra de vodka. Aldo, el negro Ramírez, dice que
votará Apruebo sin dudar, pero está preocupado por la performática del
gobierno.
–Todas
las semanas el presidente cambia de rumbo.
–Tu
presidente –ríe Andrés–. Pendiente de lo que aparece en Twitter.
–La
franja electoral no servirá con Boric dudando a cada paso –Aldo se muestra
contrariado, casi enojado.
Maldonado ha servido otra ronda a sus
amigos del colegio, observa a Andrés manteniendo un silencio cómplice,
esbozando una sonrisa.
–Todos
aquí votamos por el No, los tres dijimos No a la dictadura y cantábamos felices
la canción de Florcita Motuda.
–¿Insinúas
que ahora las cosas son distintas? –Juan es militante del partido socialista–.
Todos apoyamos el plebiscito de entrada.
–Todos
-coincide Andrés–, aunque no estoy dispuesto a aprobar esta receta del partido
comunista.
Maldonado sabe que tiene algo de
razón, aunque le lleva la contraria a Echeverría.
–Cualquier
texto es mejor que el de Jaime Guzmán.
–Debo
reconocer que estaba feliz cuando lo mataron –confiesa el negro Ramírez.
Echeverría no pretende contradecirlo,
sino que a modo de burla agrega:
–Viva
el Frente Patriótico, ni siquiera fueron capaces de echarse al viejo.
Juan frena a Aldo, que retorna
ofendido desde el ventanal. Andrés brinda por los “rodriguistas”, elevando el
vaso mientras hace una mueca. El negro apenas ha bebido un par de tragos, pero
el brindis de Echeverría lo ha sacado de sus casillas.
–Votar
Rechazo es concordar con la dictadura.
–Te
equivocas –responde Andrés–. Voto Rechazo para que el país no caiga en ideas
trasnochadas de los años sesenta.
–Allende
fue traicionado por Pinochet.
–Probablemente,
pero una campaña como la del No esta vez no va a mover la aguja en este
plebiscito.
–Queremos
un país más solidario –complementa Luis.
–En
los ochenta sólo existían la televisión y los diarios –prosigue Andrés–. Ahora
la gente puede chequear fuentes y formarse una opinión.
–Las
fake news de la derecha todo lo tergiversan –Ramírez sube el tono de su voz.
–Y
tu presidente hace campaña firmando constituciones –responde Andrés–. Ahora va
a “garantizar” que se hagan los cambios a la nueva propuesta.
–Está
luchando por el triunfo del Apruebo –interrumpe Juan.
–Tanto
él como la constitución están fracasando en las encuestas.
–Hechas
por patrones de derecha –formula el negro desde el sofá.
–Ni
el propio Boric cree que sea un buen texto –replica categórico Andrés.
Echeverría rellena su vaso y masculla
de espaldas:
–Aunque
el partido comunista lo respalde, ¿quién les va a creer?
El negro Ramírez sortea a Juan,
agarra la botella de pisco y la estrella contra la cabeza de Echeverría. Cae al
suelo con un hilo de sangre que brota desde su cabello. Juan lo levanta y apoya
en el sofá, observando a Ramírez.
–Él
se lo buscó.
–Voy
a llamar una ambulancia –grita Juan asustado.
–Déjalo
tirado, se repondrá solo.
Echeverría recobra su consciencia y desde
el sofá observa a Maldonado. Le explica que se desmayó de repente, mirando de
reojo a Ramírez. Maldonado silencia el equipo de música y de inmediato la
algarabía de plaza Italia se cuela por la ventana.
–Estuviste
sin conocimiento durante diez minutos.
–Nos
asustaste –falsea Aldo–. Despertaste justo para abrazar un nuevo Chile.
–Tengo
la mente confusa –murmura Andrés–. Ojalá que luego del plebiscito no andemos
peleando como perros.
–La
vida va a cambiar –vocifera Ramírez.
A Maldonado se le había pasado el
efecto del vodka. Sigue preocupado por su amigo de infancia. El negro se baja
dos vodkas seguidos, apenas disimula su rabia.
–Esta
constitución es el único camino posible.
–Amigo,
hablas igual que los convencionales –Juan intenta calmar los ánimos.
Ramírez se asoma al ventanal del
edificio Turri. Abajo hay gritos y bombas lacrimógenas. La policía replegándose
tras una andanada de piedras. Miles de manifestantes agitan ejemplares de la
constitución en medio de esa batalla campal que se ha movilizado hacia el
Parque Forestal.
–Pacos
culiaos… fachos de mierda –grita la multitud.
Van llegando partidarios del Rechazo,
algunos con bates de béisbol. Se imponen sobre la barrera de la policía y
golpean a los vociferantes. Cráneos sangrantes van tiñendo el espectáculo.
Piedras, palos, ya poco importan las lacrimógenas.
–Métanse
el plebiscito por la raja –responden los partidarios de derecha.
Los manifestantes arrojan al suelo
los libritos azules. Las palabras ya no tienen cabida y la fuerza pública no
podrá contener esa furia.
–Miren
a los fachos golpeando a los del Apruebo –grita Ramírez desde la ventana.
–Fachos
culiaos –se oye abajo.
–Marxistas
de mierda –les responden.
Todos pisotean las constituciones
azules. La violencia puede más que las palabras, la misma de los
constitucionales, los mismos insultos se oyen desde el Parque Forestal.
– Váyanse para la
casa –se oye por los megáfonos de la policía.
Corre sangre sobre el pavimento. Hoy
es viernes y faltan dos días para el plebiscito, donde estos energúmenos
pensarán el país del futuro, donde se enfrentarán voces que difícilmente estarán
dispuestas a escuchar al adversario.
Comentarios
Publicar un comentario