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EL ÁNGEL EXTERMINADOR (1962)

Dirigida por Luis Buñuel 

©Aníbal Ricci

(*) Publicado en Revista Occidente N°529 Julio 2022


Buñuel y la silenciosa decadencia de la burguesía


Hay un comienzo narrativo inverso al Decamerón de Boccaccio en esta pieza de Luis Buñuel. El humanista italiano situaba a un grupo de jóvenes nobles que se refugiaron en una villa de las afueras de Florencia con objeto de escapar de los “efectos físicos, psicológicos y sociales” con que la peste bubónica asoló a Europa hacia fines del siglo XIV.

 

Para el cineasta español en cambio, la acción ocurrirá muchos siglos después cuando un grupo de burgueses franceses se congreguen en una velada nocturna con el objeto de compartir excentricidades. La muchedumbre de afuera pondrá una bandera en señal de otro tipo de peste que transcurre al interior de la mansión: los escenarios serán inversos, el infierno ocurre al interior, mientras en el exterior hay normalidad… por el momento.



Buñuel recrea la introducción de La regla del juego (1939), de Jean Renoir, esa aparente farsa campestre que suponía una ácida crítica a la alta burguesía parisina previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Los horrores transcurren fuera de ese círculo, entre personas que viven ajenas al surgimiento del fascismo, simplemente movidos por la frivolidad de un irresoluto anfitrión. Gran homenaje al maestro del cine francés. No habrá honor entre los invitados, quienes juegan a intercambiar parejas, respetando una única regla del juego: la servidumbre no debe mezclarse con la gente de alta sociedad.

 

El cineasta calandino transgrede el orden de Renoir y de inmediato introduce un amorío entre la anfitriona y el mayordomo. Al igual que el galo, Buñuel recurre a encuadres magníficos y conversaciones aleatorias en medio de una opulencia escénica que envuelve al espectador.



Es momento de retirarse de la velada y los invitados por alguna razón (todavía oculta al espectador) pernoctan en el castillo. Se despojan de su ropa de etiqueta y se acomodan en la habitación de la fiesta, en lugar de subir a los aposentos del palacio.

 

Algo ha contaminado a este grupo de burgueses que les impide abandonar la habitación. Semeja una peste que primero aqueja “físicamente” al grupo (la cámara de Buñuel observa de lejos para luego envolverlos en encuadres claustrofóbicos), los priva de comodidades, del café al desayuno e incluso de agua que sólo podrán beber, desesperados, una vez que rompan la cañería del muro.



Prosigue la degradación “psicológica”, sospechas entre esos habitantes y en la segunda noche, unos sueños perturbadores serán preámbulo de un tercer escenario de degradación esta vez “social”, donde estos personajes pierden el decoro y recurren a rituales paganos (de fondo se oyen campanadas de una iglesia) para luego transgredir leyes morales cuando intentan dar muerte al anfitrión.

 

El mito del eterno retorno dará sentido a estos comportamientos degradantes, que esta especie vuelve a experimentar como los excesos de las clases acomodadas, que tal como en la Florencia del siglo XIV, esta nueva burguesía vuelve a escenificar, ajena a lo que ocurre en el mundo exterior. Buñuel trastoca el universo y por esta vez, las miserias son sufridas por las oligarquías que se acomodan entre las grandes tragedias de la historia, sean pestes, guerras o abismantes diferencias entre clases sociales.



Luego de unos días, el infierno de los congregados habrá terminado al recrear sus posiciones ancestrales dentro de la habitación de esta fiesta eterna y lograrán al fin romper los designios de la peste para ir al encuentro de la sociedad que los observa desde afuera.

 

La servidumbre nunca se involucró con el mundo burgués. Una fuerza oculta los alejó de la mansión y esperaron pacientes a que terminara el maleficio. Estos mundos no se mezclan, proclamó Renoir.


 

En un giro genial, estos burgueses penitentes acudirán a la Iglesia para exorcizar sus excesos encerrándose en una nueva habitación opulenta, una catedral que posee muros mucho más altos que los separan de la muchedumbre. Buñuel recurre a este espejismo para sugerir que estos burgueses no sienten culpa de sus actos.

 

La historia se repite: afuera de esos muros hay un estallido social contenido por la fuerza policial. Todo ha vuelto a la normalidad, la concepción estoica del eterno retorno, hasta que esa revuelta alcance tal fuerza que los oligarcas sean obligados a establecer un nuevo pacto social.


 

El discreto encanto de la burguesía (1972) volverá a homenajear el cine de Renoir en la escena de unos burgueses sentados a la mesa siendo observados por los espectadores de un teatro. Esta otra servidumbre observa: tampoco se mezcla con esa especie que resurge una y otra vez.

 

El ángel exterminador fue una perfecta alegoría nominada a la Palma de Oro en Cannes y diez años más tarde Buñuel otra vez retrató a la clase acomodada en esa sátira despiadada al discreto encanto de la burguesía, destilando ironía a nivel aristocrático y configurando una visión surrealista que conquistó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.


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