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LA HORA DEL LOBO (1968)

Dirigida por Ingmar Bergman

©Aníbal Ricci


El título de la cinta corresponde a la hora en que se retira la noche y comienza a despuntar el día, el instante de penumbra en que se originan más nacimientos y en que se registra el mayor número de muertes, esa hora del crepúsculo donde el artista concibe las mejores ideas y creaciones.

 


Johan Borg ha buscado un refugio junto a su esposa Alma. En su retiro lo asaltan los fantasmas, encarnados en los Von Merkens que viven en un castillo al otro lado de la isla. Son personajes esperpénticos que invitan a cenar a los Borg, unos vampiros que quieren beber de la sangre del pintor, desean apropiarse del genio de Johan, pero a la vez se burlarán de lo que él representa.

 


Lo mortifican con su antigua novia, una mujer que lo desquiciaba, en contraposición a Alma que desea envejecer junto a él. Llevan siete años viviendo en la isla y al hombre lo asedia el insomnio. Las imágenes de fósforos, su sonido que se apaga, son como el propio Borg perdiendo su chispa creadora y accediendo a espacios de locura donde pululan esos habitantes siniestros.

 


Estos le van quitando su vitalidad, seres deformados por la cámara que lo asaltan a toda hora. Las escenas del castillo son surrealistas y giran vertiginosamente en torno a esos espectros que disparan ideas para confundir. Cuando el pintor se reencuentra con su ex amante (Verónica Vogler) el zoológico que representan los Von Merkens lo observa desde un rincón, los vemos adheridos a las paredes y al techo, mientras se mofan de la sensibilidad del artista. Disfrutan de sus pinturas, las admiran, pero se creen con derecho a devorar a Johan apoderándose de su alma.

 


Verónica era la musa que originaba el caos, el lado oscuro del pintor, en cambio, Alma lleva en su vientre la luz proveniente del amor. Son dos caras de la misma moneda, la mente de Johan que lucha por sobrevivir la hora del lobo.

 


Alma saldrá herida por permanecer junto a este hombre atormentado. Cree que no lo amó lo suficiente, debido a que nunca llegó a compartir sus pensamientos. Si hubiera permanecido a su lado, quizás lo hubiera salvado de sus demonios. Lee el diario de vida de Johan y gracias a esos apuntes descubre los horrores que habitan en su cabeza. El padre de Johan lo encerraba y esa oscuridad de la caverna lo ha perseguido toda su vida. Desea matar a ese niño que aprendió temprano lo que era el miedo. Puede que esas pesadillas sean la fuente misma de su inspiración.

 


En cierta medida, los fantasmas de la isla representan la suma de los terrores de infancia. Alma lo ama, pero Johan ha llegado a atentar contra su vida. Ella compartía el fulgor del creador, Johan no sabe otra manera de nombrar sus obsesiones. Disfrutaba de su trabajo porque lo amaba, no lo entendía, pero gozaba de su arte. En cambio, los demonios de su cabeza son sanguijuelas que desean robar esa energía creadora, despojar al artista de su esencia, esclavizarlo para después destruirlo. Simbolizan al espectador, al público que es incapaz de amar el fruto de la iluminación. Lo elevan a una categoría superior, pero ante la incomprensión de su obra, prefieren corromper al hombre, destruirlo debido a que jamás llegarán a apreciar al mundo desde el Olimpo.




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