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BEING THE RICARDOS (2021)

Dirigida por Aaron Sorkin

©Aníbal Ricci

 

La película mantiene el interés del espectador por dos motivos:

 

(1) Las actuaciones meticulosas de Nicole Kidman y Javier Bardem interpretando al matrimonio de los Ricardo, una sitcom pionera desarrollada en la década de los cincuenta, que pese a los prejuicios de la época logró hacer reír a toda una generación y en cierto modo esconder las falencias de la vida estadounidense.

 


(2) Unos diálogos punzantes, a los que hay que estar atento, que disparan los conflictos tanto personales como sociales, haciéndolos reconocibles y dando una visión más política (como nos tiene acostumbrado Sorkin) gracias a un correcto guion.

 

Lucille Ball fue una destacada comediante, que marcó la pauta de lo que se denominó «comedia física». El filme se sitúa en la última representación de los Ricardo, protagonizada por Ball y Desi Arnaz, quienes eran pareja en la vida real.

 


Sorkin nos muestra a una Lucille Ball profesional y muy leal, no sólo con su marido, sino también con los miembros del elenco. Barden está muy bien en el papel de Arnaz, pero la conversión de Kidman es extraordinaria, no sólo por efectos del maquillaje (el parecido es notable) sino incluso en el tono de la voz con que interpreta a la famosa comediante.

 


Donde flaquea la película es en la dirección. Sorkin exprime a sus actores, siendo encomiable la dirección del elenco, pero la cinta es demasiado alambicada y los conflictos no encajan del todo: la crisis matrimonial durante la filmación del episodio final de la comedia corre por un carril y no pareciera que la corriente macartista (Comité de Actividades Anti Americanas) que recayó sobre personas relacionadas con el partido comunista fuera realmente una persecución relevante ejercida durante esa década sobre las personalidades de Hollywood.

 

Esa persecución afectó sobre todo al gremio de los guionistas, quienes fueron objeto de una vigilancia estricta, donde muchas veces no pudieron ejercer sus labores y muchos de ellos debieron firmar con seudónimos para ocultar su identidad.

 


La cinta aborda lo convulsionado de la época, los prejuicios sobre la mujer, sobre las minorías étnicas, pero no explota de buena forma el dramatismo de estos elementos. Es como si estuvieran presentes todos los ingredientes de una buena receta, pero el chef no atinara a mezclarlos de forma correcta. Parecen elementos sueltos y el hecho de dividir la historia en tres segmentos no ayuda a llegar a un clímax adecuado.

 


Por un lado, están los ensayos del último capítulo de la serie (en colores) y por otro unos segmentos en blanco y negro mostrando el resultado que vieron los espectadores. Estos flashbacks están bien insertos, no tanto las entrevistas a conocidos de la pareja, que le quitan dinamismo a la historia, sacan de ritmo y le agregan una derivada de complicación a esta historia.

 

La idea era interesante. Una comedia que bajo sus ropajes hilarantes escondía los conflictos de la época. La tragedia macartista explicada por personajes humorísticos, quizás la pérdida del encanto que se vivía en el set, no sólo ante la infidelidad de Desi Arnaz, sino una especie de neurotismo perfeccionista que tensionó los preparativos del episodio final.

 


La excesiva segmentación del guion era una tarea muy difícil de abordar para el director. No es el mejor trabajo de Sorkin: el año pasado nos deleitó con El juicio de los 7 de Chicago, cuyas historias entrelazadas sí tenían gran coherencia.

 

La vertiente política esta vez no fue abordada con la suficiente fuerza, por lo que el resultado es una película que no aporta demasiado al universo fílmico.




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