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FRAGMENTOS DE UN CRIMEN (2018)

FRAGMENTOS DE UN CRIMEN

Autor: Max Valdés Avilés


  Comentario de Aníbal Ricci

 En esta novela, el autor vuelve a incursionar en uno de sus temas predilectos: los horrores perpetrados al interior de las familias, pero su abordaje es tangencial. Las familias de los victimarios no son la fuente de la maldad anidada al interior de estos siniestros personajes. Son más bien las oscuras elecciones las que van provocando la construcción de los monstruos del relato.

 

Otro tema presente en la obra de Max Valdés es la muerte como acto definitivo, a menudo emparentada con horrores mayores ocurridos durante la dictadura de Pinochet.

 

Curiosamente, los hechos narrados transcurren antes del Golpe Militar, pero el autor da cuenta del enrarecido aire que circulaba en esos días previos. La oscuridad, la desconfianza, el confrontamiento sacan a relucir lo peor de los seres humanos. Son tiempos convulsos del mercado negro para transar todo aquello que escasea, donde los dealers se aprovechan de la situación, debido a que operan en la clandestinidad y nadie los persigue para ajustar cuentas.

 

Max Valdés no invoca los buenos tiempos, como tampoco idealiza el (des)gobierno de Salvador Allende. Simplemente se avoca a mostrarnos el tipo de alimañas que van surgiendo, aun antes de que la dictadura militar mostrara sus garras y evidenciara su impunidad sin límites.

 

En ese contexto se produce el (supuesto) descuartizamiento del oriundo de España Francisco Muñoz. El autor utiliza hábilmente la estructura de novela negra y bien adentrado el relato comenzamos a enterarnos de la vida del comisario Benavides, un ser solitario que persigue a un asesino inexistente. La demora en dar con los cuerpos, el tiempo transcurrido hace muy infructuosa la búsqueda. La pareja asesinada, uno es sólo un torso sin posibilidades de identificación, pero podría tratarse del marido de otra ciudadana española que aparece muerta en una bañera.

 

Han transcurrido cuarenta años y una futura abogada está interesada en desarrollar su tesis con los pormenores del caso. Clara es una mujer brillante, pareja de Roman, un profesor de castellano que indudablemente es el alter ego del autor de la novela.

 

Roman sigue de cerca las indagaciones de Clara y su relación amorosa se va tiñendo con la oscuridad que rodea a los hechos del pasado.

 

Sin lugar a dudas, descuartizar a una persona entraña una maldad y sangre fría fuera de los órdenes normales, da cuenta de los más bajos instintos del ser humano. Los eventos transcurren en el preámbulo de la dictadura y el comisario Benavides, sin quererlo, pasará de investigar el caso, a pertenecer a las fuerzas policiales que protagonizaron uno de los regímenes fascistas más cruentos de la Historia.

 

Pinochet encarnará los pensamientos de Mussolini, de Hitler, para ellos tiene sentido imponer sus ideas sobre otros seres humanos, tildándolos de ser un peligro para la sociedad, y creyendo tener el derecho a imponer la fuerza sobre estos seres humanos, no sólo mediante el asesinato, sino a través de formas mucho más siniestras como la tortura y la desaparición de los cuerpos.

 

Benavides ya es un anciano y desea dejar constancia escrita de los oscuros bemoles del caso, pero antes le confiesa a Clara y Roman de otros horrores que vinieron a enturbiar las investigaciones. Como miembro de las fuerzas policiales, Benavides fue obligado a ejercer la violencia sobre compatriotas pertenecientes a los movimientos de izquierda que respaldaron al gobierno de Allende.

 

De esa experiencia como testigo… quedó en su memoria una mujer de unos veinticinco años… la torturaron repetidas veces en la Escuela de Suboficiales de Carabineros, en el Estadio Nacional. Era una mujer humilde de La Pincoya, la DINA la torturó luego en calle Londres, en Tejas Verdes, intentaron que tuviera relaciones sexuales con su padre y hermano, materializándose con un perro y las ratas introducidas en su vagina la harían contraer toxo plasmosis, una infección parasitaria. La violaron repetidas veces, sin ningún afán de sacarle una confesión, sólo por el placer insano de reducirla como ser humano. Quedó embarazada tres veces, torturada durante años hasta perder la consciencia. Pasó por Tres Álamos y al final fue expulsada del país. En Cuba le reconstruyeron su cuerpo. El comisario Benavides nunca supo su nombre y la llamó Beatriz.

 

«Todos esos asesinos están libres y gozan de buena salud. Algunos en Punta Peuco, pero muchos siguen libres y reciben una pensión del Estado de Chile que financiamos todos los chilenos… El descuartizado de Quilicura pasó a ser un caso menor dentro de su gravedad», confesó Benavides, que escribió en su libreta azul todos los detalles.

 

Las descripciones de los asesinatos y hallazgos de los cuerpos no eluden las imágenes de horror, su impronta escandalizaría a cualquiera. Max Valdés indaga en los negocios sucios de la (supuesta) víctima y de su accionar (sus decisiones oscuras) se desprende el germen de la violencia que venía enquistándose en la sociedad.

 

El comisario Benavides nunca pudo resolver el enigma de este “crimen perfecto” y la dictadura borró definitivamente las huellas. Mutilar un cuerpo ya no será un evento excepcional, sino que la Junta Militar dio rienda suelta a un terrorismo de Estado donde asesinar, torturar y desaparecer fueron la moneda corriente.

 

Ahora era el turno de Roman (el escritor) de llevar al papel todos esos horrores, para dejar testimonio sobre los límites a los que puede llegar un ser humano.

 

Clara y Roman, su visión de los hechos, son rescatados por Max Valdés, que en definitiva escribe el mismo manuscrito de Roman, dando vida a estos personajes y a otros muchos secundarios a través de sus testimonios ante la policía, otras veces mediante escritos judiciales y también asoma el punto de vista periodístico.

 

Es una novela coral, compuesta por múltiples voces que van completando los hechos, muchas veces prescindiendo de un narrador que guíe el relato, aunque de todos modos Roman, en primera persona, representa el sentir del autor.

 

Al final se insinúa quién sería el asesino, pero es un hecho que el responsable sigue gozando de buena salud. Nunca se expuso la identidad del asesino ante los tribunales, hubo impunidad, tal como la habría con las infinitas causas de apremios ilegítimos de la dictadura.

 

El autor nos enfrenta a un país que renunció a tener memoria. Los asesinos de ayer, como los encubridores del fascismo, seguirán vivitos y coleando en medio de abusos económicos heredados desde tiempos pretéritos.

 

Han pasado cincuenta años y el país sigue en manos de estos seres oscuros que realizan negocios turbios.

 

La novela de Max Valdés podrá ser catalogada de barroca por la cantidad de recursos literarios a los que echa mano, pero hay un afán de recomponer la verdad en cada una de sus páginas, de devolver la memoria a un país que ni siquiera luego del estallido social se hace cargo de sus muertos.

 

La verdad es secundaria, sólo prevalece la ganancia monetaria en un mundo que nos acostumbró a dar legitimidad a los negocios ilícitos. Ya no se trata de un mercado negro, los abusos serán cometidos a plena luz.

 

En la obra de Max Valdés siempre asoman los secretos familiares como el origen del mal, pero en esta última novela hay un cambio importante en su enfoque. No es la familia la malvada, sino una sociedad permisiva que entroniza la mentira, que llama “abusos” o “excesos” tanto a las torturas, desapariciones, asesinatos, así como también al fascismo encubierto en las maquinaciones de algunos grupos económicos.

 

La novela es enfática y clara en su visión del mundo: el país sistemáticamente ha renunciado a su memoria y en definitiva, esta sociedad corrupta que avala la mentira, seguirá multiplicando estos horrendos crímenes.

 



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