Dirigida por Cory Finley
©Aníbal Ricci
Como suele suceder con las buenas películas, la primera imagen da cuenta de la metáfora del guion, ya lo entenderemos al internarnos en la cinta, frente a nuestros ojos una niña acaricia a un caballo purasangre.
El primer plano secuencia muestra a un auto arribando por la fachada de una mansión, no se distingue al conductor y el sonido hondo y espaciado de un timbal introduce en lo que podría ser una película de terror.
Amanda y Lily son dos adolescentes que no se ven desde la primaria, sostienen una conversación cotidiana, donde Lily se entera que su amiga no alberga emociones, su cerebro construye una ilusión de ellas (observando el comportamiento de terceros) y con gran trabajo imita lo que sería una buena persona.
La mansión donde vive Lily posee cuartos amplísimos para la vida social, se oyen los pájaros como telón de fondo. Amanda intuye que Lily odia a su padrastro y le pregunta si ha pensado en matarlo. El diálogo crea gran distancia entre las dos adolescentes, surge una música desquiciada. La franqueza de Amanda desconcierta a Lily y los planos y contraplanos de ambas agudizan la extrañeza, justo después de un plano secuencia por los pasillos de la mansión. La estética es exquisita y los rostros de ambas, un enigma para el espectador.
En el segundo capítulo vuelven los timbales y otro plano secuencia inquietante finaliza con los padres, dos perfectos extraños que mantienen relaciones higiénicas sentados como zombis durante la cena.
La madre le explica a Lily que con su padrastro han decidido enviarla a una institución especial para adolescentes con problemas. El espectador se va dando cuenta que, tras la apariencia indiferente, propia de la clase alta, Lily oculta un torbellino de emociones que la acercan a su antigua amiga, haciéndole sentido su interrogante criminal.
En el tercer capítulo dan con el paradero de Tim, un delincuente de poca monta al que extorsionan con una grabación para que asesine al padrastro. Será la coartada para las adolescentes.
Tim aparenta ser un tipo rudo, pero el vacío de la vida de los ricos lo asusta y huye del maquiavélico plan.
Los purasangres (traducción del título original) representan el mundo cruel de la alta sociedad, en este caso, el choque de las dos personalidades, la chica sin emociones y la que carece de empatía.
El padrastro define la actitud de Lily como una persona a la que sólo importa su bienestar y donde todos los demás figuran como sirvientes. Una conversación que resulta despiadada, que hace comprender sus instintos parricidas.
El capítulo cuatro comienza con una música realmente amenazante, mientras Lily observa desde lejos. Un plano medio enfoca a las dos amigas distanciadas conversando con un trago en la mano. Lily la hará responsable del crimen.
Lily se emociona al confesarse y parece arrepentida, la cámara queda fija mientras fuera de campo, con el sonido de televisor como telón de fondo, sobreviene la violencia.
Se produce una
dislocación de personalidades.
El guion es perfecto. Da la información precisa de estos seres de la clase alta y ejecuta como cirujano el accionar meticuloso y desalmado, una psicópata con emociones desbordadas (resulta curioso) que actúa con una frialdad pasmosa y no tiene inconvenientes en que su amiga termine en una institución psiquiátrica.
En el epílogo, nos adentramos en la mente de Amanda y su visión de los ricos, los purasangres, que parecen autómatas aferrados a sus celulares, los describe en una carta que Lily nunca leerá y esboza quizás su primera emoción: una sonrisa la hace entender que su vida sin objetivos, sin emociones, es capaz de experimentar algo más genuino que esos purasangres que se apoderan de los barrios como si fueran una plaga.
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