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DISTANCIA SOCIAL (2020)

Dirigida por Fernando Lasalvia

 

 ©Aníbal Ricci

 

El punto de vista hace la diferencia entre este documental y otros narrados en tercera persona. Fernando Lasalvia captura las impresiones, entre mayo y agosto, de vecinos de la comuna de Estación Central que viven en los alrededores de la Villa Portales. Arrienda una pieza de cuatro pasos por dos y sobrevive con la caja de alimentos que reparte el gobierno y los $65.000 del subsidio de emergencia.

 

Entrevista a gente de entidades independientes, periodistas, pero dentro de su marco teórico se propone no interactuar con políticos. Inicia el documental con discursos públicos de autoridades como el presidente de la República y el ministro de Salud, dando a entender, en la voz de los entrevistados, del manejo político de la pandemia y de la absoluta desconexión con la realidad.

 

El grueso de los entrevistados son personas interceptadas en la calle, donde la vida en pandemia transcurre dentro de una lógica muy distinta a la de las autoridades.

 

La tesis argumental consiste en aclarar el significado del concepto «distanciamiento social», que para las autoridades de Gobierno es el deber de la población de permanecer en sus casas durante los períodos de cuarentena y efectuar sólo labores imprescindibles a más de un metro de distancia. Denuncia, en el discurso de las autoridades, un afán por culpar a la población de que no se cumplan los lineamientos del Ministerio de Salud. Lo que observan las autoridades son meras estadísticas y pretenden que los más vulnerables sobrevivan en sus casas, sin sus ingresos mensuales, sólo apoyados en los magros recursos del ingreso familiar de emergencia.

 

Pero la «distancia social» para los entrevistados y para Fernando Lasalvia, corresponde al distanciamiento físico observado durante décadas en el Chile neoliberal, desde la dictadura hasta nuestros días. Evidencia una segregación en la vida de la ciudad, con clases acomodadas aisladas dentro de sus comunas, donde difícilmente se codean con personas de estratos populares. Una forma de invisibilizar la pobreza y las necesidades de grupos mayoritarios de la población. De una parte, se pueden dar el lujo de acatar las cuarentenas, pero para el resto esa realidad es sólo una quimera.

 

En las comunas acomodadas, las personas visualizan la pobreza a través del discurso de las autoridades que expresan sus deseos de fantasía. Para el segmento alto de la población, la caja de mercaderías es una buena idea y los pobladores se deberían contentar con ello. Ese porcentaje de la población simplemente no ha visitado las comunas donde habitan el resto de los habitantes.

 

Pero la realidad de los barrios que supuestamente reciben los subsidios del Gobierno es muy diferente. Fernando Lasalvia sale con la cámara a recorrer las comunas de altos ingresos, donde hay poca gente en las calles, versus de Plaza Italia para abajo, donde la locomoción colectiva sigue transportando a los trabajadores que se encargan de las labores básicas para que funcione la ciudad. Ellos preferirían quedarse en sus casas, pero prima la necesidad de alimentar a sus familias y por ende salir a trabajar exponiéndose al contagio de coronavirus.

 

El concepto de ayuda «focalizada» tan manoseado por el Gobierno, no significa nada para las familias más vulnerables. Todo se basa en la encuesta Casen, que presenta una realidad distorsionada de los ingresos, donde personas que perciben el ingreso mínimo no son sujetos seleccionables para los subsidios del Gobierno. La frialdad de la focalización abruma, es un concepto técnico que no se condice con la realidad. Las autoridades insisten en hacer ver su eficiencia de distribución, pero en la práctica, los beneficios no se observan donde se necesita y tampoco llegan a tiempo, un mes sí y al siguiente no.

 

El estallido social fue el detonante de estas diferencias sociales, de esos dos Chiles ubicados a gran distancia física. Persiste la idea de esconderse tras los muros para que desde los barrios vulnerables no se perciba la inequidad de los ingresos.

 

Esa otra realidad, que incluso el ministro Mañalich desconocía, hace ver lo absurdas que pueden ser las políticas públicas si el Gobierno no enfrenta la verdad.

 

Fernando Lasalvia hace ver el espíritu de colectividad que surge en los barrios, observa el estallido social como una oportunidad para que las cosas cambien. Incluso entrevista a pobladores ajenos a las protestas, aquellos que deben afrontar esa realidad con imaginación y apoyos comunitarios.

 

Las ollas comunes son una necesidad real frente al desamparo del Gobierno. La pandemia, aseguran los entrevistados, sólo vino a dar visibilidad a la realidad de los grupos más vulnerables. La idea no es someterlos a un distanciamiento social que funciona sólo en algunos sectores de la ciudad. La invitación es a que el gobierno no se refiera a la pobreza como estadísticas a superar, sino que se haga cargo de la realidad y termine con años de segregación social.

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