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ALGUNAS BESTIAS (2019)

Dirigida por Jorge Riquelme Serrano

©Aníbal Ricci

La anécdota no es extremadamente complicada, los méritos del guion van por el lado del apartado estético. El director domina el lenguaje cinematográfico, cada tiro de la cámara y cada plano tiene intención, en definitiva, sabe como contarnos una historia de roles trastocados dispuestas como un estudio de clases sociales. Recuerda la perfección compositiva de «Parásitos», pero este viaje es mucho más sórdido, alcanzando ribetes de pesadilla.

 

La primera toma cenital nos muestra los contornos de una isla ubicada en el sur de Chile. Este recurso aéreo dará cuenta de una película quirúrgica, donde el director se transforma en un entomólogo y observará de manera glacial el comportamiento de estos personajes que se ven como hormigas dentro de la pantalla. «Algunas bestias», fue el título escogido, profundizando la idea de estar diseccionando insectos, el director los filma de forma despiadada.

 

Los actores están muy bien en varias facetas. Los abuelos son fotografiados como si fueran parte de un afiche publicitario (enfocados de perfil), fríos, representantes de la clase alta. Alfredo Castro (Antonio) y Paulina García (Dolores), en otra faceta, pierden la compostura. Alfredo para exponer su cara de asco («esta casa mugrienta») y exponer al marido de su hija (Alejandro, de clase popular): «Uno tiene que estar con alguien que te entregue algo en la vida… Es un problema de clase, de pertenencia», en alusión a la modesta ceremonia de matrimonio de su hija (Ana).

 

 



La pareja de abuelos conversa entre ellos, no van a vender tierras para invertir en el futuro hotel ecológico que planean Ana y Alejandro. El dinero los hace ver todo desde las alturas, frecuentemente vemos una imagen de contrapicado, mostrándolos como unos sujetos insensibles, siempre guardando las apariencias. Dolores reacciona violentamente cuando la nieta (Consuelo) le roba un lápiz labial. La reconoce como su rival (en otro plano), la abuela es una mujer entrando a la menopausia y se siente menoscabada. Termina estallando y pierde su postura gélida, intuye que algo siniestro va a ocurrir.

 

Las escenas dramáticas son conformadas en planos fijos, donde la coreografía de los actores es la que otorga profundidad. La primera hora del metraje transcurrió como un estudio de personajes, en un tono inquietante que genera suspenso, el ruido de la naturaleza acentúa la idea de que esta familia oculta secretos inconfesables.

 

El director da especial relevancia al sonido, la música se va tornando cada vez más espeluznante. Alterna ese sonido con diálogos breves, muy precisos, los enmarca con silencios cuando los personajes observan desde la ventana.

 

 


 

Los diálogos se vuelven protagonistas absolutos en algunas escenas panorámicas, donde estas verdaderas hormigas expresan sus frustraciones, sus diferencias, pero el director nos vuelve a instalar como espectadores lejanos. La cámara deja fijo el encuadre, esas peleas mundanas carecen de importancia para su mirada científica.

 

Nicolás (el cuidador de esa casa) desaparece misteriosamente, dejando a esta familia aislada del mundo, siendo la naturaleza el único testigo de lo que vendrá.

 

Una lluvia torrencial termina con los parajes amplios y luminosos de la primera parte. Las escenas se vuelcan al interior de la casa y se vuelven oscuras. Los personajes siempre estuvieron suspendidos al borde del abismo, pero al quedar encerrados (primero en la isla y luego al interior de la casa) surgen diálogos subterráneos y pasiones que deslindan en lo inmoral.

 

 


 

Al interior del dormitorio de Consuelo se desarrollarán diez minutos verdaderamente inquietantes, donde el juego de roles se enreda. Ha ocurrido algo francamente escabroso y el director enfoca a cada personaje en soledad, observando por la ventana, donde la naturaleza es la única fuente de luz. Al interior de la casa se anidarán las culpas.

  

Surgen relámpagos y los abuelos, antes distantes, ahora se desahogan como niños. Han provocado una grieta en el hogar de Ana y Alejandro. La familia de estos últimos es retratada como si fueran zombis, con ojos inexpresivos. Fueron aniquilados por la acción distante de los abuelos, el contrapicado los señala como monstruos, verdaderos niños jugando con vidas ajenas.

 

 



Luego de la escena en penumbras dentro del cuarto de Consuelo, el director se sitúa en el exterior y nos ofrece un plano oblicuo, todo ha sido trastocado y el pecado consumado.

 

Consuelo se baña desnuda, se adentra en el mar para purificarse. Un plano cenital aleja al espectador, vela porque las emociones no lo vayan a derrumbar como a los personajes. La música se vuelve trágica, el quiebre familiar es profundo.

 

Un bote los rescatará de la isla infernal. Se mecen arriba y abajo con la marea. No hay diálogos, sólo un silencio incómodo que oculta infiernos mucho más demoledores.

 

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