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WANDA (1970)

Dirigida por Barbara Loden

©Aníbal Ricci

Visionaria cinta independiente y profundamente feminista, en 1970 recibió el Premio Internacional de la Crítica en el Festival de Cine de Venecia. Es probable que no haya tenido mucha aceptación en el público, de hecho, el movimiento de liberación de la mujer daba sus primeros pasos a fines de la década del sesenta. La película no versaba sobre la liberación femenina, reflejaba más bien la opresión de las mujeres de esa época.

 

Cinta restaurada en 2010, una joya, probablemente sea la primera película escrita, dirigida y protagonizada por una mujer, en este caso, la propia Barbara Loden que da vida a Wanda, interpretación que nos adentra en la psiquis de este personaje femenino que no calza con el molde exigido por la sociedad.

 

Su visión cruda, sin adornos, sorprende al espectador debido a que se aparta de toda convencionalidad. Cincuenta años después sigue sorprendiendo la historia de esa madre que cede la tutela de sus hijos al padre, diciéndole al juez que estarán mejor cuidados por él. No obedece a ningún estereotipo de mujer, aun en la actualidad, por lo que en esa época debe haber sido muy incomprendida.

 


La actuación de Barbara Loden, dirigiéndose a sí misma, es sobrecogedora. Mujer de pocas palabras, se acuesta con distintos hombres durante un mismo día, no por placer, sino porque los personajes masculinos así lo quieren. No es sumisión, no es eso, aunque Wanda va por la vida experimentando el devenir. «Nunca he tenido nada y nunca lo tendré», confesará en su momento a Norman. El pasado la tiene sin cuidado y no sabe si sobrevivirá a un futuro. Su vida transcurre en el presente, pero ese presente le resbala, tal como en el sexo Wanda no disfruta de la acción. Prefiere observar al resto, a ver qué tan aburridas son sus vidas.

 

En los primeros minutos, la vemos recuperándose de una resaca, acostada en el sillón de la casa de su hermana. Su cuñado parece despreciarla y Wanda emprende el día sin ninguna expectativa. Camina por senderos de tierra y toma el autobús a la ciudad. Su vestimenta es descuidada y llevará unos tubos por peinado cuando se presenta ante el juez.

 

Acude al trabajo por si la vuelven a emplear, pero el jefe le dice que no tiene aptitudes. Ingresa a un bar y se acuesta con el hombre que le invita una cerveza. No entiende la falta de empatía, cuando después la deja abandonada en una heladería. Wanda ahora lleva el cabello desordenado, en un centro comercial mira las vitrinas con ropa que no puede costear. Al margen del sistema capitalista, nunca ha tenido nada y todo está fuera de su alcance.

 

Es una mujer sin trabajo que acaba de dejar atrás a su familia. Vaga por las calles hasta ingresar a un cine. Se queda dormida y le roban. Acude a un bar y no se da cuenta que su único anfitrión es el asaltante que ha maniatado al barman. Todo es azar, pero Wanda es bienintencionada, de nuevo hay un hombre en su cama, esta vez es Norman Dennis que ni siquiera se interesa por saber su nombre.

 


Wanda no tiene nada que perder y ese desparpajo es asumido de forma encomiable. No hay distancia emotiva entre Barbara Loden y su parlamento, se adivina la improvisación instintiva de una actriz innata. Loden es Wanda, pero su naturalidad la aleja de las luces de la cámara, semeja un alma solitaria y distante, el final será demoledor, brillante.

 

«Cuando no se tiene nada, ¡no se es nada…! Mejor estar muerto», le dice Norman. Este hombre vive de pequeños robos, pero tampoco persigue un futuro. Su discurso es más terrible viniendo de él, un ladrón de poca monta.

 

Sin embargo, Norman viste bien, ha satisfecho una necesidad y de alguna manera se conecta con el mundo. Le dice a Wanda que se compre un vestido, le prohíbe los pantalones y los rulos, no la quiere vulgar. Quizás una primera muestra de cariño.

 


«Si vas conmigo, no hay preguntas», le dice mientras conducen por una autopista, deteniéndose sólo para breves atracos. No se trata de Bonnie and Clyde, ellos no están enamorados. Wanda le pregunta: ¿En qué me estás metiendo? Pero él la ha tratado bien, para sus estándares, e incluso accede a ayudarlo en el asalto del Banco Nacional. El plan parece de ficción, con bomba incluida, secuestran al gerente. Wanda recoge el revólver y salva la situación. «Eres una santa», la elogia Norman. Son las primeras palabras amables, una segunda muestra de afecto.

 

Wanda los sigue en otro auto, pero se pierde. Norman entra al banco apuntando al gerente, su plan es verdaderamente ingenuo. Suena la alarma y la policía le da muerte de un disparo. Wanda por fin experimenta una emoción, pero será pasajera, la realidad la apabulla y regresa a su estado taciturno.

 

Uno de los oficiales la ve desprotegida y le convida unas cervezas. La lleva a un lugar apartado donde intentará violarla. Wanda huye por el bosque y aguarda afuera de una cabaña.

 

Han transcurrido un par de días desde que salió de casa de su hermana. Una mujer la invita a otro bar y Wanda bebe, come y fuma, no les dirige palabra a los hombres. Su actitud es un afrodisiaco, pero ella observa desde un rincón, sabe lo que vendrá y no le importa.

 

Barbara se pierde en su personaje, suspendida en el tiempo, pero Loden se desdobla y se filma a sí misma en un plano fijo que congela la opresión de todas las mujeres de su época.

 

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