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BAIT (2019)

Dirigida por Mark Jenkin

 ©Aníbal Ricci

 La acción transcurre en Cornwell, pueblo pesquero ubicado en el extremo suroeste de Inglaterra. Es una historia moderna, en tiempos del Brexit, donde los turistas venidos de Londres van expandiéndose como un virus, ocupando las viviendas de los otrora pescadores.

 

Se enfoca en la historia de dos hermanos que tras la muerte del padre deben vender su casa frente a la costa. Uno de ellos, Steven, ha refaccionado el bote de pesca para acoger turistas que deseen experimentar la vida de una caleta pesquera.

 


El protagonista es el otro hermano, Martin, que sigue pescando como sus ancestros, aunque no tiene el dinero para comprar un bote. Pesca en forma artesanal mediante redes rudimentarias. Recibe la ayuda de su sobrino Neil, pero apenas le alcanza para sobrevivir.

 

La historia es sencilla, se enfoca en los problemas que tienen los lugareños frente a los turistas invasores. Son cosas simples como no poder aparcar frente a la costa (Martin alega que el mar es público) o pequeños robos del fruto de su pesca. Ante la salida de la Unión Europea, estos pescadores perderán el acceso a los subsidios y ven con resentimiento a los afuerinos que ocupan las mejores casas durante el verano. Hay un desplazamiento de clases (los turistas tienen dinero) sobre terrenos que pertenecieron a las antiguas generaciones.

 


El logro principal de la película es estético. Esta historia de gentrificación, producto de la globalización, es filmada con métodos analógicos, en blanco y negro, con formato cuadrado, utilizando una cámara de 16 milímetros de la época de los setenta.

 

El director ha decidido experimentar con imágenes imperfectas de textura áspera, de estética antigua, pero el resultado es todo lo opuesto. Mediante un montaje enérgico que recuerda al expresionismo alemán, con planos cortos que juegan con el transcurso del tiempo, logrando en el espectador una extrañeza, algo novedoso con técnicas antiguas.

 

Martin está resentido no sólo con los turistas, sino con su hermano por vender sus tradiciones y no dedicarse a la pesca. Expresa una resistencia ante el paso de la modernidad, donde Martin quiere de vuelta la vida que conoció desde niño. Es una persona de buenos sentimientos, sin dobleces, que ve con malos ojos que su sobrino se empareje con una de las afuerinas que conoció en el pub.

 

 

El pub es el punto de reunión de las dos clases, donde el alcohol permite disimular las diferencias sociales. Pero durante el día se desatará la tragedia, en planos fijos exacerbados por una música tan extraña como esas imágenes que desde un comienzo hacían presagiar el conflicto.

 

La estética rugosa calza a la perfección con la historia de estos ciudadanos comunes, le da fuerza al mensaje que el director pretende transmitir. La muerte de Neil deja al hermano devastado, los cambios sociales han trastocado todo y parece que la única solución es volver a las tradiciones.

 


El apartado técnico recuerda al «Free Cinema» de los años sesenta, movimiento del Reino Unido que congregó a un puñado de autores a rodar en exteriores, retratando la libertad de estos ciudadanos comunes.

 

Mark Jenkin le da nuevos aires a ese movimiento, añorando una forma de filmar más humana, muy bien acogida en la última edición del Festival de Cine de Berlín, habiendo recibido antes el BAFTA al mejor debut.

 



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