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NUESTRO TIEMPO (2018)

Dirigida por Carlos Reygadas

©Aníbal Ricci

 

Imágenes panorámicas, espacios abiertos, el tiempo parece estar del lado de este director mexicano, que no tiene prisas para desplegar su tesis acerca de la relación de pareja, justo al interior de un país donde el machismo es parte central de la cultura nacional. 

 

Película de tres horas, con una fotografía magnífica y sonido tan logrados, que cuando es tiempo de silencio, los encuadres adquieren una dimensión mística. Juan y Ester son un matrimonio al parecer muy moderno, dedicados a administrar un rancho que cría toros bravos, constituyen la metáfora de lo mexicano donde el poderío animal trasunta a las relaciones de hombre-mujer.



Mantienen un matrimonio abierto a otras opciones, todo muy conversado y supuestamente civilizado. Las cartas entre el marido y el amante de Ester son un prodigio de palabras y conceptos educados, donde estos supuestos rivales pretenden estar preocupados por el bienestar de Ester. Juan es poeta, aunque de razonamiento lógico y lo único que le molesta es que su mujer le haya ocultado el romance que mantiene con un empleado estadounidense del rancho.

 


Hacia el final nos daremos cuenta que la supuesta civilidad es otra forma de control de Juan sobre la vida de Ester. Éste verbaliza sus pensamientos, pero las emociones serán tan viscerales como la envestida de los toros ante un macho que se interna en manada ajena. Juan se disfraza de hombre moderno, pero es simplemente un espécimen del hombre latino.

 

Carlos Reygadas y su familia (esposa e hijos) protagonizan este drama familiar, para que no quede duda alguna de que se trata de un proyecto personalísimo, donde expondrá ideas muy conectadas con la tierra (lo ancestral y concreto), pero abordadas desde el mundo de lo etéreo (lo espiritual), del libre albedrío que define a cada ser humano.

 

 

Esta libertad se entroniza en Ester, no sólo porque disfrute de su cuerpo al tener sexo con otro hombre, sino debido a que se da cuenta de que ha sido una seguidora de su marido, de sus ideas pétreas, pero jamás ha gozado de la libertad para disfrutar del mundo en su plenitud. Juan es un ególatra que desea ser admirado por su pareja, un ser que construye una vida confortable a través de una familia numerosa.

 

Reygadas muestra el mundo de los niños y adolescentes mediante espacios muy abiertos, donde ellos tienen todas las posibilidades de desarrollar su potencial. En cambio, el mundo de los adultos va siendo moldeado por paredes, las cuales pueden pertenecer a una casa grande de enormes habitaciones, pero que al fin y al cabo son límites. Juan va elaborando esa aparente vida relajada, levantando muros y habitaciones confortables, para que Ester esté a gusto y no se de cuenta de que está siendo cercada por un toro que se camufla bajo sus aires poéticos.

 


Carlos Reygadas es intuitivo, y las habitaciones de la casa son meandros del cerebro de la mujer, en cada uno de esos cuartos Ester ha depositado parte de su personalidad, son espacios amplios, Juan cree que son las paredes de un corral, pero la cámara de Reygadas visualiza esos espacios como lugares donde reina el silencio infinito.

 

El silencio rodea la casa, cualquier observante se da cuenta de lo estúpido que sería intentar llenar esos espacios, creyendo conocer el mundo del otro, queriendo moldearlo. Juan ama a Ester de una manera posesiva, quiere estar presente en cada rincón, pero el cerebro de la mujer (la casa) es tan extenso. Sería imposible pretender embestirlo, en esos rincones amplios los límites carecen de sentido. Ester sabe que ha roto el hechizo, llora desconsolada, pero se siente traicionada y prefiere una realidad nueva, una libertad acaso peligrosa donde forjar un camino propio. 

 


Juan no se contenta de compartir la vida y su familia con aquella mujer, la imaginó como una de las habitaciones de la casa. Le gusta ese cuarto de madre atractiva que se encarga del rancho y de los hijos. Pero Ester abarca muchas habitaciones no exploradas.

 

Uno se forja una imagen del ser amado, lo idolatra y no se percata de sus defectos. La mujer podría entender su libertad sexual como un regalo, pero el hombre en vez de imaginar el goce de la mujer, prefiere creer que la mujer ya no lo ama, la posesión animal ya no le parece tan mala idea. El camino fácil, torear a su hembra y levantar muros alrededor. Jamás evolucionar y compartir defectos y virtudes con esa otra mente. Para volver a la infancia junto al ser amado, confiando en el futuro y vislumbrando un mundo lleno de posibilidades.

 



 

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