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SARA

SARA, novela de Maivo Suárez

Comentario de Aníbal Ricci

La voz narrativa es una tercera persona, omnisciente, da la impresión de que el personaje nos habla en primera persona, pero no, es una ilusión que matiza inteligentemente con monólogos en prosa. A Maivo Suárez le bastan cuatro capítulos para definir a los personajes, unos tonos perfectos se forman en la cabeza del lector, diferenciados con maestría, pese a las pinceladas de información cotidiana que va aportando el relato. Su escritura es ágil, muy entretenida, y las páginas se pasan volando.

Sara Godoy, el personaje principal, es una mujer de 63 años. Jubiló de la empresa ByFoods y ahora vive de una pensión miserable. Es dueña de su departamento y como ahorros dispone de la indemnización por sus años de servicio, trabajó siempre en la misma compañía, un holding de envasado de frutas que exporta principalmente a China. Ella era secretaria ejecutiva y los años y la tecnología fueron relegándola de sus funciones. Es interesante que esta señora de edad haya sido parte del mundo empresarial, debido a que el capitalismo donde transcurre la historia será un telón de fondo muy potente para la novela.

En el primer capítulo describe a su entorno familiar; en el segundo introduce a su nueva vecina, Julia, situada en el espectro activo y exitoso de la economía (la antítesis de Sara); en el tercero aparecen las ilusiones frente a esta nueva amiga, que no lo es tanto, pero Sara está tan sola y desocupada que incluso la pinta más interesante de lo normal. Imagina a Julia como en la película Thelma y Louise, quizás una nueva socia para un emprendimiento. Ronda toda la novela ese afán de hacer un negocio, el éxito de esa empresa implicará que Sara existe para la sociedad. Ya en el cuarto capítulo describe a su ex compinche de trabajo, Mané, otra secretaria de la vieja guardia que le plantea invertir sus ahorros en “Invierta”, que ganará dinero desde su casa y podrá darse los gustos que ofrecen en los malls, lugares donde pasea la gente que importa, a Sara sólo le interesa aparentar su valía ante su hija Estela, en cierto modo es una jubilada que sólo vive gracias a las apariencias.

Sara nos recuerda a la Gloria de Sebastián Lelio, perdida en el mundo externo y haciendo lo imposible por ser tomada en cuenta. No parece ser muy inteligente, aunque sí muy imaginativa. Se la pasa soñando despierta, hospedando extranjeros en el cuarto que dejó Estela, y conforme no resulten sus planes, la invadirá la rabia contra las personas exitosas que pululan a su alrededor. Su mundo es pequeño: Estela, Julia y Mané. Esas pocas personas las explica funcionalmente: Mané es su amiga confidente, Julia su portal al éxito y a las aspiraciones de juventud, y Estela no funciona como alguien por quién siente cariño, simplemente es un ser ante el cual jactarse de logros y amistades. Todo este mundo es funcional y cabe en la palma de una mano. Sara no tiene aspiraciones de conocimiento ni espirituales (la voz española de autoayuda es patética). La Gloria de Lelio nos resultaba también patética, pero ese personaje tenía cierto motor de partida que la hacía parecer despierta. Sara no sale a pubs a divertirse y la artritis la va consumiendo cada día. En cuanto su castillo de naipes se derrumba, ella sucumbe y deja de lado la rutina más elemental. Fuma y bebe no tanto para pasar el tiempo, sino para autodestruirse a cuenta gotas.

Sara vive en función de la aprobación de otros (Estela, la gente de ByFoods) y, en cierta forma inconsciente, utiliza a los otros (los empleados de “Invierta”, Julia). Su vida ha sido “pagar deudas para volverse a endeudar”, primero para sacar adelante a su hija pequeña, pagar dividendos, universidad de Estela, médicos, ciertas necesidades básicas de todos los chilenos. En este punto la novela se eleva a los cielos: no es la historia de una vieja jubilada, es la historia de una persona que participó de un sistema económico, sin nunca reflexionar ni cultivar su mente para nada más que pagar obedientemente sus deudas. Es la historia del chileno medio abusado, que se hace cargo de sus deudas y que desea vencer al sistema, vivir de intereses y rentabilidades, no de un trabajo honesto. Su aporte al núcleo familiar desapareció con el dinero, sólo piensa egoístamente en un futuro de compras, viajes, darle el palo al gato. Sara es ahora un desecho del capitalismo, una consumidora que no tiene dinero, directamente un fracaso neoliberal. Cero aporte emocional a su hija, obesa mórbida que en su infancia apenas pudo sortear el vacío que le ofrecía su madre.

Julia simplemente disfruta de su juventud, pero Sara siente que se burla de ella, que no la considera su igual. La sola existencia de Julia la avergüenza y la rabia se apodera de ella, incontenible, se desquitará con el más débil, incluso siente envidia de Leo, el gato mimado de su vecina.

Sara es un ser insignificante para el sistema, nadie sentirá lástima si pierde los ahorros en un negocio turbio. Su padre murió, siente más miedo, ella será la próxima. Su sentido de trascendencia es soñar con vivir a la moda, ir de compras y aparentar no estar sola. Sin los otros (hay pocos) su vida no será percibida, le duelen las articulaciones y que la vida la haya tratado injustamente. Su departamento está desaseado, lleno de colillas y tasas con bolsitas de té. Sale al balcón a consumir un cigarro, a consumirse mientras se eleva el edificio de al lado. Ese crecimiento de la ciudad también la hiere y ni siquiera tiene el valor para quitarse la vida.

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