Película de suspenso que recurre a la indefinición del jazz para
marcarnos el ritmo, hipnótico, sensual. Unos acordes que se repiten construyen
una atmósfera enrarecida, irreal, una reacción al mundo capitalista sin
sentido.
Dos vecinos de infancia se encuentran por casualidad. El joven Jong-su ha
vuelto al pueblo de esa infancia, debido a que su padre está en la cárcel por
violentar a un vecino. Jong-su apenas recuerda a Hae-mi, pero la ciudad los ha
reunido. Ella promociona productos de una tienda, mientras él las hace de
repartidor. Ambos trabajan en empleos temporales que odian, ocupaciones de baja
calificación que abundan en la capital de Corea del Sur.
Hae-mi es una chica “fea”, solitaria, carente de autoestima, de
extracción baja. Sentada en un café, le platica a Jong-su del “hambre pequeña”
(de alimento) y del “hambre grande” (el sentido de la vida). Es bastante “ingenua”,
pero mientras intuye que existe algo más allá que sobrevivir, ella sigue trabajando
en algo insignificante y al parecer no le importa.
Ella es enigmática e invita a Jong-su a su departamento, vive sola y le
ofrece su desnudez. Ella viajará a Nairobi y le pide a Jong-su que cuide a su huraño
gato. Él lo alimentará mientras se masturba pensando en ella, mirando por la
ventana del apartamento de Seúl, esperando a que ella vuelva.
Llegando de África le presenta a Ben, un joven acaudalado que conoció en
Nairobi. Ella se muestra esquiva (como su gato) y Jong-su intuye que Ben es su
nuevo amante. En una reunión social, Hae-mi muestra su ingenuidad ante los
amigos de Ben, se diría que la consideran una tonta, en último caso, una
rareza.
Hae-mi y Ben visitan el pueblo donde Jong-su cría un becerro, la casa
está en ruinas desde que el padre está en la cárcel. Ella danza desnuda (ante
los dos muchachos) el baile de los aborígenes de Kenia, buscando el “hambre
grande”, se ha fumado un porro y ejecuta la coreografía bajo el influjo de
Miles Davis, proveniente del radio del Porsche de Ben. Ella ha vuelto a
quedarse dormida (la acuestan), Ben le confiesa a Jong-su un pasatiempo
extraño.
Luego de haber presentado meticulosamente a los personajes, la película
muestra su apuesta central. Ben quema invernaderos cada dos meses, nunca ha
llorado y no empatiza con el resto, parece que tampoco con Hae-mi, a quien
trata como una cosa exótica (una muñeca) que no entiende del todo.
La quema de invernaderos es una metáfora, tiene algo onírico que Jong-su
interpreta en sus sueños. Los invernaderos son “feos”, vacíos (“ingenua”),
abandonados (“solitaria”), están repartido(a)s por todo Seúl, desaparecen en
cuanto les arrojas un poco de gasolina, nadie los(la) va a echar de menos.
Hae-mi ha desaparecido y Jong-su no encuentra el invernadero quemado. La
mente del muchacho piensa en forma literal, pero los apetitos de Ben son más bien
líricos. En el baño de su casa guarda trofeos, pequeñas alhajas sin valor,
pertenecientes a sus víctimas.
Jong-su comienza a perseguir a Ben luego de un audio inquietante por el
celular. Hilvana su historia (el muchacho quiere ser escritor) y la metáfora va
tomando cuerpo de forma descarnada. Ben le ha dejado pistas, hay resentimiento
del muchacho pueblerino por el joven de riqueza no determinada, no sabe en qué
trabaja. En Seúl existen estos nuevos ricos de fortunas de misterioso origen.
Para ellos la vida es un juego, no sienten empatía, el capitalismo los ha
vuelto unos psicópatas.
El triángulo amoroso también es irreal, Ben se ríe de Jong-su cuando
confiesa que ama a Hae-mi. Para Ben, ella es un juguete y se divierte con sus
tonterías. Las relaciones humanas entre estos personajes, el director las
concibe y desarrolla a fuego lento.
Ben en el baño, guarda un cofre con maquillaje. Ha encontrado una nueva
“muñequita” a la cual moldear. Es un Pigmaleón sádico que educa a sus
conquistas de clase baja y cuando se aburre de ellas, a los dos meses les
prende fuego.
La película nos muestra el infierno que vive la clase trabajadora, con
sus empleos inútiles sin sentido. Suponen vidas desechables, sin interés, que
son explotadas por la clase alta.
Las cintas de suspenso suelen mantener un ritmo de tensión, más cuando
se acerca el final. Esa vertiginosidad ha sido atenuada al máximo en esta cinta
de Lee Chang-Dong. Sólo en el último cuarto de hora comienzan a asomar las
piezas del puzle, para terminar con un final violento.
Jong-su es de origen humilde y no está invitado a los juegos de los
ricos. Sin embargo, él se rebela y decide apuñalar al asesino de su amada.
Utiliza su mismo método: deposita el cuerpo de Ben al interior de su propio
Porsche y le prende fuego con el encendedor. Se quita la ropa y huye desnudo al
volante de su camión desvencijado. Si antes sentía, ahora comparte el juego del
psicópata original. La envidia siempre fue el motor; la venganza es la movida
final que pone fin al juego.
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