Dirigida por David Albala
©Aníbal Ricci
Película circunscrita al género de las fugas carcelarias, destinada al
consumo del espectador que busca entretención de su visionado. Lejos del
espesor dramático de cintas como Fuga de Alcatraz (Don Siegel), Papillon
(Franklin Schaffner), Sueños de Fuga (Frank Darabont), El Gran Escape
(John Sturges) y Expreso de Medianoche (Alan Parker), la chilena Pacto
de Fuga toma prestado el cascarón de este tipo de películas (planificación,
estrategia para reducir escombros y un póster de chica desnuda para despistar a
los gendarmes). En la anécdota es demasiado similar a Sueños de Fuga
(1994), aunque su reconstitución de época sea sobresaliente, situándose a la
altura de producción que se espera de este género.
La tensión por ser descubiertos está bien lograda y la claustrofobia
permea mucha de las escenas que básicamente transcurren al interior de una
celda de presos políticos de la dictadura de Pinochet. Hay espacios de la ex Cárcel
Pública de Santiago reconstruidos fielmente y vemos presos confinados en una
sección especial del penal, en cuyos tejados recibían las visitas de sus
familiares. Los personajes principales pertenecen a las filas del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) y la cinta insinúa su participación en el
atentado al general Pinochet y en el desembarco de armas en Carrizal bajo,
ambas operaciones fallidas que determinarán la permanencia de los reclusos en el
mencionado recinto carcelario. León Vargas (el ingeniero) liderará la
operación, no tiene nada que perder, su esposa e hija fueron asesinadas por los
militares, vistazos recurrentes a su fotografía recuerdan el dolor. La cinta
hace hincapié en los ideales de estos reclusos y en la pérdida que debieron
afrontar para oponerse a una de las dictaduras más crueles del continente (se
refiere a muertes de familiares o al rompimiento de lazos conyugales).
El 29 de enero de 1990 se produjo la mayor fuga de la historia
carcelaria de Chile: 49 presos políticos vieron la luz, cuarenta días antes de
que asumiera Patricio Aylwin a la presidencia de la República, luego de haber
triunfado en las elecciones posteriores al Plebiscito de 1988, donde la opción
por el NO (a la continuación de la dictadura) allanara el camino al retorno de
la democracia.
Esta película chilena se enfoca en el suspenso y resta épica a los
personajes. Si bien hay guiños al FPMR, no hay imágenes que permitan diferenciarlos
de los presos comunes. El guion es unidireccional: no muestra escenas paralelas
que caractericen a los reclusos como miembros de la lucha armada contra la
dictadura. Nada de imágenes reveladoras, salvo breves explicaciones sólo entendibles
para los chilenos y que hacen muy difícil la lectura para un espectador
extranjero.
La banda sonora incluye algunas canciones de la época (Los Prisioneros,
Aparato Raro), pero es la versión moderna de “Libertad” de Ana Tijoux, la
canción elegida para hacer una suerte de video clip de imágenes yuxtapuestas
que dan cuenta del conflicto interno de los personajes. Es bien extraña esta
última elección de montaje que emparenta más con el mundo de la música, dejando
de lado las elipsis más propias del lenguaje cinematográfico.
Hay otras escenas, por el contrario, hermosas y metafóricas como una
vista general al túnel con los presos avanzando hacia su libertad, o la escena
de Rafael Jiménez (el otro protagonista) quedándose a bordo de una micro,
sentado en el último asiento y con todo el porvenir por delante, sabiendo que
acaba de escapar de una condena de muerte.
Hace mención del CODEPU (Comité de los Derechos del Pueblo), organismo
gestado en 1980 y presidido por Fabiola Letelier, que defendió a militantes
partidarios de la lucha armada, como apoyo fundamental a los presos políticos,
pero insisto, sólo está insinuado en una película más enfocada en la acción
trepidante. Mejor es el trabajo sobre personajes como los gendarmes, el alcaide
y sobre todo el fiscal Andrade, exhibiendo este último la mejor muestra de
brutalidad y excesos que caracterizaron a la dictadura de Pinochet.
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