Todos los meses el gas duerme a los presos y los reubica en otro nivel
hasta que llega al fin de su condena, la que quizás sea la muerte. Los
personajes son bastante bestiales, salvo el protagonista y su último compañero
de celda. Cuando se está arriba es fácil, hay alimento, pero cuando bajas a
niveles inferiores, la comida no llega y los compañeros de celda se vuelven
enemigos. Para sobrevivir, no dudaran en comer al que tienen en frente.
Hay una especie de determinismo sobre el que sobrevive: aun cuando
soporte su estadía en los niveles más bajos, el ser humano (conforme toma
decisiones) va perdiendo su moralidad, no hay espacio para subir, simplemente
debes soportar la caída el mayor tiempo posible, sobreponerte al miedo. Unos se
suicidarán ante la adversidad, no quieren sufrir, pero hay otros como una madre,
buscando desesperadamente a su hija en ese mundo de caos.
El protagonista es el único que lee, nada menos que El Quijote, de
Cervantes. «El grande que fuera vicioso, será vicioso grande y el rico
liberal será un ávaro mendigo», resume el desarrollo de la
película. Algunos de los inquilinos pretenden que surja un pensamiento
solidario entre los presos, pero dichos esfuerzos enfrentan la burla de la
mayoría. Una minoría es la llamada a cambiar el estado de las cosas, racionar
para que el alimento alcance para todos.
En la prisión al parecer sólo hay adultos, la
mayoría maleados por la dinámica de que sobrevive el más fuerte (el con más
estómago). Hasta que el protagonista, luego de sus intentos por mejorar el
entorno, encuentra a un compañero de celda dispuesto a sacrificarse por otros.
Ambos quieren subir un mensaje a los que
preparan la comida en el nivel cero, preservar un postre (Panacota), que llegue
intacto a la superficie, como muestra del espíritu humano que puede
sobreponerse al hambre. Esa hambre de subsistencia, no aquella fuerza de
perseguir el sentido de la vida (buscada por unos pocos).
Los dos deciden bajar, contra toda lógica,
para racionar hasta el último nivel y llevar la Panacota de vuelta al nivel
cero. Ello requiere esfuerzos sobrehumanos y al final se dan cuenta de que el
postre es un medio, el alimento para la niña (dudaban de su existencia) que la
madre no encontró y cuya búsqueda le significó la muerte.
Sobrevive sólo el protagonista a ese viaje
abisal, se considera portador del mensaje definitivo. Ya no es la Panacota,
sino la niña la que debe abrirse paso y superar el sufrimiento. Representa la
esperanza de la humanidad.
El protagonista se queda en el último nivel,
se da cuenta de que el mensaje no requiere de un portador. De alguna manera
venció al miedo, estuvo dispuesto a hundirse para dejar que aflore el futuro.
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