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El irlandés (2019)

Dirigida por Martin Scorsese

©Aníbal Ricci

Publicada en Revista Occidente N°502 Enero 2020
 
«Jamás digas lo que piensas a alguien que no sea de la familia», espetó Vito Corleone a su hijo Sonny por actuar impulsivamente ante un miembro de otra familia. Corresponde a una línea de El Padrino (Francis Ford Coppola) y reflejaba el oscuro mundo de secretos que debían ocultar los mafiosos para sobrevivir en un ambiente peligroso donde la muerte aguardaba a la vuelta de la esquina. Será útil comparar esta obra mayor del séptimo arte con El Irlandés, no sólo por tratarse de dos películas del hampa organizada, sino por abordar de diferente modo el comportamiento de los criminales, que echaban mano a la extorsión, intimidación y soborno para lograr influencia dentro de la sociedad. Los acontecimientos violentos no daban tregua en la cinta de Coppola, intercalando escenas familiares, muy luminosas, con otras oscuras y nocturnas, donde la violencia hablaba por los personajes (el guion se centraba en lo externo), en cambio, Martin Scorsese le ha dado una vuelta de tuerca al género al hacernos partícipes del mundo interior de otro grupo de criminales que ejercían su influencia a través de los sindicatos, particularmente aquel presidido por Jimmy Hoffa entre 1957 y 1971 (interpretado por un histriónico Al Pacino) que logró agrupar a más de dos millones de camioneros en su período de mayor apogeo.



En El Padrino cada puerta que se cierra implica que alguien ha quedado fuera del círculo íntimo de la familia, más bien de su círculo de poder, limitando al ámbito hogareño el accionar de las mujeres y niños. Algo parecido ocurre en El Irlandés, donde los personajes femeninos son apenas un esbozo y las puertas que se cierran han sido reemplazadas por conversaciones en torno a la mesa de un bar donde los intercambios de palabras al oído implicarán frecuentemente que el que no participa de esos conciliábulos podría ser la próxima víctima. 


Quizás El Irlandés no sea de esas películas de gánsteres, de ritmo frenético y montaje agresivo, que nos acostumbró Scorsese en Buenos Muchachos y Casino, y que también reunían entre su elenco a Robert De Niro y Joe Pesci. El director ahora nos cuenta la historia de Frank Sheeran, un estafador que se inició como conductor de camiones, hablándonos en primera persona desde la soledad de un geriátrico y a través de una voz en off que relata los acontecimientos contenidos en largos raccontos. Hay un casamiento importante que sucedió hace no tantos años, el cual será el preludio de la muerte del famoso sindicalista. Dentro de ese relato, el director desarrolla un complicado juego de lealtades, primero con Russell Bufalino (Joe Pesci) a quien conoció por azar durante una travesía por carretera. Los viajes entre ciudades que se repiten representan las decisiones que van tomando los gánsteres en su vida, todas muy a prisa, pero que al final no conducen a ninguna parte. La carretera es un símbolo tan importante como lo que ocurría tras las puertas en el mundo de Coppola. En otro racconto muy ingenioso (tras una llamada telefónica) Sheeran conocerá a Jimmy Hoffa y se transformará en su brazo derecho, no sólo su hombre de confianza, sino un verdadero amigo que compartirá momentos entrañables con su esposa e hijas. Peggy será la preferida y el punto de vista de censura del violento accionar de Frank.


La película transcurre en tres actos articulados por un montaje meticuloso que recurre a impecables elipsis y planos secuencia que realmente nos involucran en este mundo de poder llevado al límite. En el primero detalla la lealtad de Frank Sheeran con Bufalino, en el segundo su relación con Jimmy Hoffa, y en el tercero (novedoso punto de vista) aborda los últimos años en la cárcel de este grupo de delincuentes que apenas se acuerdan de sus fechorías y asesinatos. Claro que tienen remordimientos (mundo interior) pero la vida no les dará nuevas oportunidades. El otrora poderoso Russell Bufalino, ahora se conduce apenas sobre una silla de ruedas.


El personaje de Pesci tiene menos minutos en pantalla, pero es el más complejo. Maneja los hilos (como El Padrino de Marlon Brando) sin jamás levantar la voz, simplemente escucha y decide quien sobrevive y quien muere. Es un viejo respetable al que sólo el peso de los años logrará arrebatar su vitalidad.



En el personaje de De Niro se estructura el relato y en todo momento nos damos cuenta de lo doloroso que fue para él darle muerte a su amigo Jimmy Hoffa. La lealtad hacia Bufalino era imposible de contrarrestar para seguir con vida, pero se podría decir que los dos tiros en la nuca del sindicalista en realidad significaron un final piadoso, rápido y sin dolor. Frank apenas lograba ocultar la culpa ante la mujer de Hoffa y ante Peggy simplemente no podía ocultar su miseria. En sus últimos años intentó acercarse a sus hijas, pero ellas no se compadecieron de las circunstancias de Frank. Se relacionó con la iglesia, no tanto por la religión, sino para hablar con alguien, pero jamás confesó que había dado muerte al sindicalista. Se llevaría el secreto a la tumba, junto con el sufrimiento de la familia de Hoffa.



Al contrario de El Padrino, estos gánsteres tendrán que pagar en la cárcel por la violencia desatada. Tampoco habrán legado algo importante, la familia los abandona y se puede dar muerte incluso a las personas más cercanas. Salvaguardan sus intereses políticos y económicos mediante la traición. Es una película de gánsteres crepuscular. Ya no hay legado y las familias desaparecerán de sus órbitas. La vejez los alcanzará y terminarán sus días en el más solitario abandono. En la saga de El Padrino siempre aparecería otro hombre fuerte al interior de la familia, en cambio, en El Irlandés se cortarán todos los hilos y los círculos de poder dejarán de existir para siempre.


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