Autor: Aníbal Ricci
Relatos, editorial Vicio Impune, 103 págs., 2025.
Por Juan Mihovilovich
“No puedes esperar más y aspiras un poco de felicidad. Respiras a través de tus pulmones mentolados y deseas que todas las cosas ocurran al unísono. Ansías el amor y la pasión al mismo tiempo..."
–Las Jaulas del alma– Pág. 61
Aníbal Ricci se ha caracterizado, en su ya extensa
obra, por incursionar reiteradamente en las profundidades de una psiquis que
bordea los límites de la racionalidad y que, sin embargo, es capaz de dilucidar
permanentemente los agobios y el desconcierto de una sociedad enferma.
Es cierto: en los delirios que sus personajes
evidencian se trasluce la decadencia moral de un mundo contemporáneo que, desde
la óptica chilena, se extrapola como una bola de nieve que crece con cada historia
que en este libro vibrante se desliza sin contenciones posibles. O, dicho de
otro modo, las eventuales contenciones son esos deseos reprimidos de quien
ostenta una lucha diaria por salir del atolladero.
Mirado en esa perspectiva, la literatura de Aníbal
Ricci pareciera un permanente contrasentido: por un lado, sus héroes marginales
son presa de sus pasiones y obsesiones más sombrías y, por otro, subyace en su
mundo narrado una necesidad de salvación que surge a ratos como manoteos al
cielo tras un Dios que se oculta con una obstinada perversión.
No obstante, Ricci se escuda en una premisa que lo
sacude visceralmente: tras sus narraciones conflictuadas el anhelo de otra
realidad es buscada con una perspicacia a veces obsesiva y en otras como una
súplica. Los hechos que se suceden en este libro son una retahíla de caídas y
puestas de pie que nos envuelven como una pesadilla traicionera: nos conmueven,
es cierto, pero igualmente sentimos que en esa lucha soterrada estamos
perdiendo la batalla junto al narrador.
Y he ahí, la crueldad de una paradoja que se obstina
en resurgir como un bumerang persistente: Ricci nos arroja al vacío más crudo
de la existencia humana advirtiéndonos del riesgo de morir antes de tiempo
sacudidos por una puesta en escena recurrente: en los márgenes de su propia
vida, en su aparente o clara perdición, se alza una voz herida que clama por la
salvación. Es verdad, Dios no surge nítido en su encrucijada: “si el no existe,
todo está permitido”, señala emulando a Dostoievski, a quien incluso se puede
motejar casi como un ser inexistente.
De ahí que su descenso a los infiernos narrativos sea periódico.
Sus necesidades más trascendentes se extravían a menudo en los placeres del
sexo y su escapismo en las drogas lo hacen revivir como si sus relatos fueran
piezas de un ajedrecista esmerado en atrofiar sus sentidos ex profeso, para
perder de antemano las partidas.
Aun así, en ese juego diletante reaparece un signo, un
preludio algo confuso, pero que es posible insinuar como una exhortación, que
hace mirar a sus protagonistas cual esclavos físicos de una esperanza que los
sostiene aún vivos y esperando. La espera es un viaje que supera el mero
pensamiento, “su réplica” no es únicamente la aspiración de un mundo nuevo que
también se intenta desentrañar con un esfuerzo sobrehumano, es, asimismo, –aunque
parezca ilusorio– un llamado sensitivo desde el corazón mismo de sus visibles precariedades.
En Pensamiento
Replicante se reproducen los vicios secretos que esta sociedad depresiva ya
no puede ocultar. La porfía de quien
relata nos hace preguntarnos a pausas hacia dónde se dirige este mundo
globalizado al extremo, y con visos de perder toda identidad particular. Una
conclusión elemental no sería otra que al despeñadero: allá abajo se removerán
los últimos cimientos de una civilización que no sólo ha perdido su norte colectivo,
sino que por, sobre todo, se esfuerza en anular el sentido profundo de la
individualidad, aunque disfrace su clamor rayano en la desesperación, con
espasmos de una placidez material mentirosa y autodestructiva.
En esos planos del subsuelo Aníbal Ricci deambula
anotando en su itinerario los deslices que vislumbramos o que decididamente
vivimos a expensas de una hipocresía generalizada. Pareciera que no hay
escapatoria posible, que la “tecnología del mal” y sus derivados, se ha
apoderado de nuestros pensamientos y nos ha ido convirtiendo en zombis de
nuestros deseos y apetitos más primarios.
Ricci nos muestra su desolación como si todos
perteneciéramos a ella. No se trata sólo de escudriñar en sus historias como si
fuéramos pasajeros que miran las estaciones desde un tren inmóvil. Nada de eso.
Somos parte indisoluble de una realidad fragmentada que se esparce sobre
nuestras mentes atribuladas como una gangrena corrosiva.
En Pensamiento
Replicante se nos arrojan las esquirlas de nuestras esquizofrenias
enmascaradas, los detritos nauseabundos de poderes fácticos encubiertos, las
esquinas oscuras de una ciudad mentirosa y mimetizada en sus alucinaciones, y
entremedio de la azarosa existencia los anhelos de ver el cielo a nuestro pesar
o, precisamente, por ese peso agobiante que a duras penas Ricci nos transfiere
con una complicidad incitante que no podemos ni debemos eludir.
Otro eslabón imprescindible en la vasta trayectoria de
un autor que ya ha ganado con creces un sitio de privilegio en la narrativa
nacional.
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