Surgen estrellas mientras se originan
agujeros negros que absorben planetas. En cada galaxia ocurre lo mismo, se
habla de multiversos y éstos siguen expandiéndose.
–No creo en la astrología –declara el asistente a un evento del
gremio empresarial–. Pensar que la personalidad será
determinada por la posición de los astros resulta ridículo.
–La gente revisa el horóscopo para disminuir
la incertidumbre –le responde un economista.
–Muchos consultan el Tarot en vez de las
estrellas.
–La religión resulta un mejor refugio para
capear esa incertidumbre –complementa el economista–. Mejor rezar para que cada
uno de los mercados alcance su punto de equilibrio.
–¿Entonces no crees en el mercado perfecto?
–Claro que sí –responde a la defensiva–. Los
mercados se autorregulan en un juego de suma cero donde los precios siempre
alcanzan un nivel justo. La economía es un universo mucho más confiable –sentencia
el economista.
La empresa de papeles y cartones revisó
su listado de precios y determinó que en diez años le había cobrado a cada
chileno siete mil pesos en exceso, a razón de setecientos pesos de sobreprecio
anual, el valor de un miserable confort en el negocio de la esquina. El mercado
se autorregula y el universo no se expande. Mercado perfecto, dos empresas no
son monopolio, lo etiquetan de libre competencia.
Hace dos años una de las cadenas de
farmacias fue multada por pagar incentivos a los vendedores para ofrecer sólo ciertos
medicamentos. Multa irrisoria, incluso la Corte de Apelaciones la rebajó a la
sexta parte. Esta cadena venía de coludirse años atrás con las otras dos
cadenas, otra multa irrisoria, los medicamentos no han bajado y surgieron
farmacias cobrando un tercio de los precios. El ministro de economía lamentó
que aquella farmacia haya tenido que cerrar sucursales. Mercado perfecto, tres
empresas se coluden e incurren en comportamiento monopólico. El gobierno se preocupa
por la farmacia, no por los consumidores ni tampoco por el despido de
trabajadores. El mercado se autorregula y el universo no se expande.
El engranaje entre los distintos
mercados se equilibra y siempre vela por los consumidores. Una multiplicidad de
precios justos. Un peatón compra un remedio a dos mil pesos y en otra farmacia
lo puede encontrar a cuarenta mil. El mismo compuesto envasado por el mismo
laboratorio en cajitas de colores diferentes. Tres cadenas coludidas actuando
como monopolio para vender artículos sensibles a la población, la salud de por
medio, pero el mercado de los pasajes en avión es competitivo y muy utilizado
por el cinco por ciento más adinerado de la población. Mercado perfecto, el
universo siempre arroja precios adecuados. Sueldo mínimo en trescientos mil
pesos y medicamentos más caros que algunos pasajes aéreos. La mitad de la
población es contratada con un sueldo inferior a los cuatrocientos mil, que se
aproxima bastante al salario mínimo. Pero también existen otros sueldos de diez
millones (los parlamentarios lo llaman dieta) que son treinta y tres veces el
mínimo, ese gerente general es tan productivo que su trabajo es remunerado por
las nubes para que mantenga los costos a raya, incluido los salarios de sus
subalternos. Para que hablar de los sueldos que representan cien veces el
salario mínimo. El mercado del trabajo se autorregula y algunos gerentes parecen
ser cien veces más productivos que algunos de sus empleados. La explicación es
que el trabajador carece de capacitación y no se le puede pagar mejor (salario
de mercado le llaman) porque es muy poco productivo, tan sólo carga dos sacos
de harina sobre sus hombros. Si cargara cuatro sacos su productividad
aumentaría al doble y se le podría pagar algo más. Claro que el óptimo será
cargar seis sacos de harina. Así aumentaron su productividad Japón y Corea del
Sur, las espaldas de los asiáticos son mucho más fuertes. En Chile el
trabajador es flojo y pide licencia médica cuando le falla la espalda. No
habrán oído hablar de los minicargadores, de mejorar el diseño de las bodegas,
de introducir mejoras al proceso productivo. Suponen que la productividad de
una empresa tiene más que ver con el esfuerzo físico del trabajador que con el esfuerzo
intelectual de introducir tecnología o invertir en investigación y desarrollo.
Los gerentes y parlamentarios pueden
tomar vacaciones en el extranjero, mientras los economistas comentan que ha
disminuido el ahorro en las familias. Cincuenta mil pesos mensuales en
locomoción son apenas la sexta parte del ingreso mínimo. ¿Cuál es la razón para
que esas familias se tengan que endeudar hasta seis veces su sueldo? Tienen
todo al alcance: remedios en cada esquina, ropa que pueden comprar en cómodas
cuotas. El Banco Central rebaja la tasa de política monetaria a 1,75% para que
la economía sea más dinámica, pero los bancos de la plaza siguen cobrando
máximas convencionales a las pequeñas y medianas empresas. El mercado de las
tasas de interés se autorregula, los que ganan menos pagan hasta tres veces las
tasas aplicables a los de mayores ingresos. Los más pobres sobreviven a punta
de créditos a tasas maximizadas. Los economistas llaman a eso “democratización
del crédito”, que antes no llegaba a todos los hogares (de qué se quejan), el
problema radica en que la población más vulnerable no tiene cultura crediticia.
En ningún caso, la razón de que la educación sea mala es de los sectores
empresariales que siempre se preocupan de capacitar a sus trabajadores. La
calidad de los cursos SENCE es tan mediocre como la educación escolar y más
encima existen empresas enseñando cuestiones básicas que difícilmente se
relacionan con temas de productividad.
¿De qué se queja la población? Antes
no tenían acceso a la enseñanza superior y ahora hay decenas de universidades
impartiendo carreras profesionales. Los más pobres se endeudan para cancelar
aranceles onerosos. El mercado de los créditos universitarios obviamente se
autorregula, por eso es inentendible que el estado deba limitar cobros máximos.
Pero hay gratuidad hasta el sexto percentil, todos pueden competir por esos
fondos públicos. ¡La PSU jamás ha discriminado el acceso a la educación!
Algunos de los que estudian en colegios particulares cancelan colegiaturas más
costosas que dichos aranceles universitarios. El mercado de la educación se
autorregula y permite que la educación de un colegio fiscal de Los Vilos sea
tan buena como la de un colegio particular de Las Condes. En algunas comunas
ningún alumno sobrepasa los 400 puntos en la PSU y por ende no califican para
la gratuidad universitaria. El sexto percentil simplemente financia las
carreras más costosas a los alumnos más pobres de los colegios particulares. Muy
pocos alumnos de colegios municipales alcanzarán los 600 puntos de puntaje
mínimo para postular a las principales universidades del Consejo de Rectores.
La Nueva Mayoría se jacta de que ahora todos tienen derecho a educación y eso
es una falacia. Los ricos se sienten cómodos con este sistema que les asegura
un acceso privilegiado a las mejores universidades. Si la Universidad Católica,
por ejemplo, por obligación estatal tuviese que admitir en su matrícula
porcentajes similares de alumnos de cada percentil socioeconómico, esto es, no
más del diez por ciento de las familias de mayores ingresos podría matricularse
en aquella casa de estudios, en cambio, dicha universidad debiese aceptar al
diez por ciento mejor evaluado de la población más pobre, aunque hubiesen
sacado 300 puntos en la PSU. ¿Qué pasaría entonces? Las clases acomodadas pondrían
el grito en el cielo cuando sus hijos (que asisten a los diez colegios más
costosos) tuviesen que matricularse en institutos de último orden. Ese grupo de
mayores ingresos no encontraría incentivo en cancelar altas colegiaturas para
que sus hijos asistieran a instituciones superiores de dudosa calidad.
El mercado suele autorregularse en
beneficio de los más ricos, así funciona el libre mercado. Los que tienen más
pagan menos (en términos relativos) que los menos afortunados. A su vez, el
mercado asegura una mejor educación a los ricos, debido a que la PSU es
selectiva, no en base a mérito sino en base a origen social. Si efectivamente
el Estado asegurara un percentil de entrada a todos los estratos económicos,
entonces la gratuidad universitaria podría tener algún sentido progresivo. Las
familias adineradas harían lo indecible por mejorar el nivel de todas las
instituciones de educación y las universidades tendrían incentivos (así como el
Estado) para mejorar la calidad de educación de cada uno de los colegios
fiscales. Ergo, las universidades por fin sintonizarían con su rol originario,
educarían a todo el universo de la población en la mayor diversidad de estudios.
¿Cuándo los economistas entenderán
que los mercados no son perfectos? La colusión de los pollos, de las farmacias,
Agrosuper que debe cerrar en Huasco porque sus dueños contaminan el
medioambiente. En mercados chilenos, los empresarios contaminan aquellas zonas
geográficas lejos de los lugares que habitan, también deforestan los paisajes
del Sur y más encima el gobierno subsidia a las empresas forestales. Los
empresarios gritan al cielo porque el Estado no cumple su rol subsidiario. Los “economistas
chilenos” siguen creyendo que los empresarios son un grupo de virtuosos que
nunca jamás se han regido por la maximización de utilidades. Dicen que cumplen
un rol social, pero la avaricia está a la vuelta de la esquina. La teoría del
chorreo traería progreso a las clases sociales menos afortunadas. Los ricos les
venden ropa y alimentos en sus supermercados, mientras la población se endeuda
hasta lo indecible. La “democratización del crédito” no puede ser observado
como algo positivo, si lo único que logra es disminuir el poder adquisitivo de
los sectores de menor ingreso.
Pero las clases altas no están
conformes. A mercados imperfectos (bancos, farmacias, AFP, ISAPRES,
supermercados y decenas de industrias con dos o tres empresas dominantes)
añaden una corrupción extrema que se materializa en un nepotismo a ultranza.
Más del cincuenta por ciento de los directores de empresas provienen de seis
colegios privados, todos sus alumnos son lumbreras y hasta el más porro puede
acceder a una gerencia general. Los gabinetes ministeriales del actual gobierno
son ocupados por ex alumnos de los nueve colegios privados de mayor colegiatura.
No sólo es injusto y desigual, fomentando una impresentable distribución de la
riqueza, sino que es lisa y llanamente corrupción al más alto nivel de los
grupos oligárquicos que redactan leyes para repartirse los mares y pagar menores
tasas impositivas. El IVA es un impuesto regresivo que recae en el consumo de
los más pobres; los más acomodados pueden descontarlo en empresas de
inversiones.
Son tan imperfectos los mercados
chilenos en estos tiempos que corren, que hasta oponerse a los intereses del actual
sistema neoliberal resulta injusto. Ante las protestas y saqueos, los
empresarios proclaman que “echarán manos a sus bolsillos” (hasta que duela, dijeron)
desde sus barrios higiénicos. Ha caído el valor de las acciones de las empresas
locales, sean creativos y cómprenlas a precio de huevo (como en dictadura),
pero esta vez distribuyan un porcentaje significativo entre sus trabajadores, a
modo de pensión e incentivo (las AFP no resultaron), repartan la torta en nuevas
empresas con algún grado de cooperativismo, para que la autorregulación de los
mercados funcione alguna vez para todos. Utopía dirán, pero la verdad es que el
libre mercado no da el ancho, el Estado debe regular fuertemente los mercados
para que los corruptos de siempre no saquen ventaja. Las estaciones del Metro
están en llamas, quizás el único ícono democrático de este Chile de gran ingreso
per cápita. El gobierno de turno lanza su programa social, unas migajas que
Dios no quiera afecten los equilibrios macroeconómicos. ¿La sociedad chilena no
estará compuesta de microempresarios (viviendo de sus sueldos) con
problemáticas micro y necesidades de orden macro? Se requiere más Estado para
no perpetuar la corrupción nepotista. Grupos violentos se abalanzan sobre las
estaciones de Metro y los supermercados, en Puente Alto incluso han quemado
pequeñas tiendas ahora destinadas a la quiebra. ¿Quiénes se benefician de esta
sociedad neoliberal?, las clases acomodadas, ¿quiénes pagan menos impuestos
relativos?, los mismos grupos económicos, ¿quiénes se reparten los cargos
empresariales, gubernamentales y parlamentarios?, los mismos de siempre.
Sale a protestar la clase media que
no sufre deterioros inmediatos en su calidad de vida. Un par de días de
caminatas, mientras los habitantes de la periferia tardan el doble para llegar
a Plaza Italia. ¿Cuáles son las estaciones destruidas? Justamente las de las
comunas más vulnerables. El mercado de las protestas tampoco se autorregula:
los pobres pagan más que los ricos, los ambulantes (de ingresos precarios) son
los que dejan de percibir ingresos en estos días de algarabía.
El Gobierno debe ser más creativo y junto con
los parlamentarios dejar de creer en las profecías autocumplidas de los grupos
económicos e inversionistas extranjeros. Hay necesidad de crear un sistema
público que provea bienes públicos que aumenten la calidad de vida de sus
habitantes. No debe existir miedo a incorporar un royalty minero acorde al
mercado internacional. Los inversionistas no se van a espantar si el Estado
equilibra la cancha con otros proveedores de cobre en el mundo. Se trata de un
derecho que el Estado soberano cobra al concesionario por la explotación de sus
riquezas naturales. Debido al terremoto de 2010 el Impuesto Específico a la
Minería se elevó de 4% a 8% por dos años, para volverlo al rango inicial (por
seis años) hasta el 2018 y luego incrementarlo según el margen operacional de
las empresas concesionarias, siguiendo los dictados de invariabilidad
tributaria hasta 2023. Siendo el mayor productor del mundo, Chile recibe apenas
el 28% de los beneficios brutos de las grandes mineras, lo que es bajo
comparado con el 51% que estas empresas aportan en Polonia, 39% en Perú, o el
46% en EEUU. Ningún economista en su sano juicio podría decir que el estado
chileno no tiene poder negociador para establecer un royalty al menos coherente
con el resto del ámbito mundial. Es obvio que los intereses de empresas
transnacionales hacen lobby para mantener el statu quo, pero el Gobierno tiene
la obligación de desprenderse de la camisa de fuerza de la invariabilidad
tributaria. El royalty
debe ser entendido como un derecho en beneficio de los habitantes donde existe
un impacto negativo por la explotación del mineral y sus residuos.
Tampoco se observa mucha clarividencia
en los grupos económicos chilenos. Cualquier manifestación debe ser reprimida y
tildada de delincuencia. No se dan cuenta de al mantener a jubilados y
empleados hambrientos, sus mismos mercados se estancan y pierden dinamismo. Las
empresas están acostumbradas a pagar salarios miserables y las AFP a otorgar
pensiones indignas. Que los pobres se rasquen sus propias pulgas. ¿Por qué no
se invierte la tortilla? y el Estado provee un sueldo mínimo y pensiones
básicas más dignas ($500.000 y $200.000 sería un buen comienzo) y esta vez las
empresas, para ser competitivas, mejor recurren a su inventiva para llegar a
fin de mes. La productividad de los países desarrollados no aumentó cuando sus
trabajadores cargaron más peso sobre sus espaldas, sino cuando sus empresas
invirtieron en investigación y desarrollo, aportaron tecnología y lograron
generar un mayor valor agregado a sus productos.
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