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ARAÑA (2019)

Dirigida por Andrés Wood

©Aníbal Ricci

El director nos sitúa desde la primera escena dentro de la mente de uno de los personajes, Gerardo Ramírez, integrante del movimiento nacionalista Patria y Libertad que operó en Chile entre 1970 y 1973, disolviéndose a los tres días de ocurrido el Golpe Militar. Esta primera secuencia ocurre cuarenta años después cuando Gerardo (hombre de sesenta años) es testigo del robo de una cartera por parte de dos individuos. Inicia una persecución tras los pasos de uno de los “lanzas”, conduciendo a toda velocidad entre las calles de la ciudad hasta estrellar el vehículo, dando muerte al asaltante que termina reventado contra el muro de una vivienda. Escena fuerte, adrenalínica, metáfora perfecta de la brutalidad y sangre fría con que actuaban los miembros de la agrupación, capaces de transformarse en justicieros fuera del marco de la ley y que en el pasado no tuvieron límites para luchar contra al gobierno de Salvador Allende, pretendiendo “librar al país del comunismo para así evitar que se transformara en una nueva Cuba”.


Tras esa acción es detenido. La Policía de Investigaciones encuentra un cuantioso arsenal de armas al interior de su casa y su rostro comienza a aparecer en los diarios tras años de clandestinidad. De esta forma, el director introduce al personaje y lo sitúa en el presente, mientras observa los cambios demográficos de Chile mediante un paneo por la ciudad donde los inmigrantes forman parte del paisaje.

Al aparecer en la prensa, sus antiguos “amigos” del movimiento comienzan a inquietarse. Temen que sus conexiones del pasado puedan salir a la luz y enlodar la fachada en favor de la comunidad y el prestigio que se han labrado en los años posteriores a la dictadura. Inés y Justo eran pareja y fervientes colaboradores de Patria y Libertad. De clase acomodada, conformaban la elite del grupo que en su última etapa optó por establecer comandos paramilitares para derrocar a Allende.

Un primer punto de vista encarna las mentes de esa elite que reclutaba a personas de clases más bajas para cumplir sus propósitos. Muestra al ideólogo tras esa mirada fascista y la camaradería al interior del grupo. No es una caricatura, el grupo está bien organizado y recibe recursos económicos foráneos. Las logradas imágenes de aquella época muestran escaramuzas donde estos integrantes golpeaban y pateaban a esos “comunistas de mierda”. Gerardo no pertenecía a esa elite, pero se volvió muy cercano de los que representaban a la clase oligárquica. El grupo también organizaba atentados terroristas haciéndose pasar por los enemigos con el fin de desprestigiar al Partido Comunista. Los métodos eran violentos y sobornaban a sus militantes repartiendo dólares. Sentían desprecio por ellos (la identidad de clase es un tema clave en la película), pero necesitaban de fuerza bruta para su accionar. 


Andrés Wood filma con seguridad amparado en un guion bien articulado. Es ambicioso en su propuesta, no se queda anclado al pasado y proyecta esa lucha contra los comunistas (representantes del pueblo) hacia una vertiente que nos habla de la clase privilegiada, la única que le importa al pensamiento fascista, cuya permanencia en el tiempo encontrará en la actualidad otra lucha, esta vez contra los inmigrantes que suponen una enfermedad que altera la convivencia nacional y el bienestar de las familias de bien. Este pensamiento anhela “rescatar a la patria y hacer de Chile un país libre”. En el pasado enfrentaron al comunismo, ahora la “escoria” es representada por inmigrantes de otras razas.

Gerardo es seducido por Inés, en el plano sexual, pero también con objeto de envalentonarlo en la lucha de los ideales nacionalistas. Tampoco Gerardo es una caricatura, es un personaje de convicciones que abraza el fascismo como única forma de proteger a los indefensos de las “garras del marxismo”. Inés y Justo lo utilizan como perro de presa, pero lo traicionarán durante el último año del gobierno de Allende.


Gerardo Ramírez encarna el segundo punto de vista desarrollado en el transcurso de la película. No siente vergüenza de su accionar, aunque ello implique asesinar a los “enemigos de la patria” e incluso al edecán naval del presidente Allende. Ramírez es abandonado a su suerte por sus “amigos”. La clase oligárquica traiciona a este “facho pobre” que no pertenece a sus filas. La lucha de clase que muestra la cinta es la opuesta a la del proletariado y será la visión predominante hacia el final del metraje.

Inés sentía algo por Gerardo, pero su pertenencia de clase dominará sus decisiones. Cuarenta años después aparece su ex amante para matarla, pero lo vuelve a seducir y no vacilará en utilizar viejos recursos. Lo vuelve a traicionar sobornando a un grupo de neonazis para que lo encierren durante un ataque a un centro comunitario repleto de inmigrantes. La mujer de clase alta (personificada en Inés) es la protagonista principal en este puzle que refleja una historia que todavía no sana sus heridas. Es la versión de los triunfadores, la clase alta por sobre los intereses del pueblo. Andrés Wood al igual que en Machuca (2004) recurre a la ficción de tres personajes que enfrentan los sucesos del pasado desde la óptica de las clases acomodadas. 


El punto de vista de los oligarcas observa que gracias a sus acciones lograron un lugar de privilegio en la sociedad actual. Fueron capaces de derrocar al gobierno de Allende recurriendo a acciones extremistas firmadas con sangre con tal de proteger su estilo de vida. Utilizaron a tontos útiles para satisfacer sus propósitos, pero a diferencia de Gerardo, estos hombres sienten vergüenza de ese pasado terrorista, no así Inés, la mujer fuerte que ha vuelto a condenar a su ex amante. Ella es la cabeza de familia que muestra sus logros con orgullo. Oculta la verdad bajo una fachada de familia, pero no siente remordimientos de su pasado.

El tercer punto de vista que aflora con nitidez es el del propio Andrés Wood. No defiende, tampoco ataca a estos antiguos miembros de Patria y Libertad, sino que ofrece una lectura premonitoria del futuro. Escabulle el bulto de las responsabilidades de ese movimiento fascista y lo transforma en una forma de pensar que resultaría peligrosa en un futuro hipotético. Wood no aborda en profundidad la idiosincrasia de los nuevos inmigrantes que se divisan en el Chile de hoy. Son como un conjunto de rostros inconexos. Un arquetipo de lo extraño, de algo que habría que temer. Wood nos advierte que Gerardo es portador de un mensaje de odio, originado hace más de cuarenta años y cuya memoria el país ha decidido callar y que perfectamente puede volver a aflorar como el último acto de Gerardo.

Ese mensaje de odio insinúa actos violentos emparentados con los atentados xenófobos que ocurren a diario en Estados Unidos. El problema racial es evidente en la nación del norte, en cambio en Chile, el clasismo incubado durante décadas podría ser el detonante de una masacre mayor.



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