Dirigida por Gustav Möller
©Aníbal Ricci
Publicada en Revista Occidente N°496 Julio 2019
No es un thriller. Hay suspenso, es
cierto, pero el recurso narrativo escogido por el director corresponde a un artificio
de doble intriga. El guion sincroniza los eventos a la perfección y habrá que
estar atentos para ordenar las piezas. Un guion esculpido en piedra al servicio
de una cámara que propone encuadres, colores y texturas de admirable precisión.
Gustav Möller dirige esta orquesta con inteligencia, dejando al espectador la
conclusión y profundidades temáticas.
El protagonista, un policía sentado
en una central de emergencias que responde llamadas al número 112. La puesta en
escena es minimalista. Un espacio, un hombre y primeros planos de su rostro.
El visionado de esta película es lo
más cercano a leer un buen libro. En pocos minutos, una mujer contactará al
policía Asger Holm, que ha sido suspendido de su trabajo de campo y relegado a
contestar llamados de auxilio. Hay un asunto sin resolver que desconocemos. El
director planta la semilla, pero el diálogo con la mujer irá ocupando el sitial
de privilegio en nuestra mente.
No es una intriga cualquiera, no sólo
afecta al espectador. La acción transcurre en una carretera lejana que nunca se
muestra, únicamente vemos la oficina de emergencias. El policía se nos muestra
intuitivo, parece muy involucrado en esta labor transitoria que le han
encomendado.
Los gestos faciales reflejarán el
estado emocional del protagonista, desde cierto relajo al principio (se escuda
en el humor) para derivar en un comportamiento cada vez más inquietante. A la
media hora la inmersión es total y la impaciencia de Holm es asumida por el
espectador. Hemos accedido a otra intriga, la del personaje. La mujer se oye
desesperada a través del auricular, a duras penas entabla una conversación
ficticia. Asger habrá obtenido respuestas de sí o no antes de que se corte la
comunicación. No ha expuesto a la mujer, pero surge un incómodo silencio por lo
que podría estar sucediendo.
Tras el silencio nos enteramos de la
existencia de una audiencia al día siguiente. La información proviene de otro
diálogo entablado con el compañero de patrulla a través de un celular que al
comienzo Asger no contestaba. Algo oculta, se cambia a un cuarto privado apartado
de los otros policías. Es el primer indicio de culpa. Su compañero deberá
atestiguar (mentir para encubrir) que el disparo fue en defensa propia.
Esta segunda sala está más oscura, el
director nos da esa pista. En la primera Holm estaba rodeado de colegas,
siempre desenfocados, el secreto que comparte con su compañero de patrulla lo
mantiene aislado en medio de la central.
El trabajo lo hace el espectador.
Debe imaginar los motivos para mentir, sobre todo, deberá imaginar la huida por
carretera donde Asger construye un secuestro. Suponemos que las elucubraciones
son ciertas, pero de todos modos nuestra imaginación es la que dibuja la
escenografía del fuera de campo. No sólo eso, hay múltiples interrogantes que
dan espesor a los diálogos telefónicos y un buen lector sabrá sacarle partido a
esta indagación aparentemente cotidiana.
Se interrumpe la llamada. Holm averigua
el domicilio de la mujer y contacta a la hija de seis años. El secuestrador es
el padre, ahora lo sabe y los espectadores estamos atentos escuchando desde el
auricular.
Otro silencio. ¿Es normal tanta impaciencia
ante un caso que terminará en quince minutos? Los silencios van desnudando sentimientos
que corroen al protagonista. Ya en la sala privada, apartado del cuarto de los telefonistas,
Holm ha averiguado el nombre del padre y su número de celular. Baja las
persianas y no sólo enfrenta la culpa de haber asesinado a un sospechoso, sino
que se encuentra aislado de su entorno.
La mujer está encerrada en el
maletero del auto, es un clásico secuestro y Asger le da instrucciones para
defenderse. El compañero cometerá perjurio al otro día mientras una patrulla llega
al rescate de la niña: la escena será dantesca (todo transcurre en nuestra
imaginación, el único indicio es la gestualidad de Holm). Ya es tarde, las
serpientes imaginarias han dado un vuelco y el padre ahora es la víctima.
Silencio muy largo al teléfono. Ese silencio, en vez de calmarlo, detonará una
bomba de tiempo, también silenciosa, pero más devastadora. La consciencia le
recuerda a Holm que no puede convivir con sus actos. Le propone a su compañero
que no mienta por él. Pierde el control de sus emociones y explota destruyendo una
lámpara y el computador.
Asger ha dado muerte a un hombre por
un asunto de venganza. Estaba en su poder quitarle la vida y no dudó en actuar.
La culpa se acrecienta y destroza el mobiliario intentando desahogarse. El
padre está herido en el bosque y la mujer escapó. Todo ocurre en los
alrededores del hospital psiquiátrico que sitúa el drama en lugares oscuros. La
luz del cuarto anunciará la próxima llamada. La pantalla reflejando tonalidades
rojas de peligro inminente. La mujer no era la víctima del secuestro, el marido
la llevaba a internar. El verdadero secuestrado es Holm al interior de ese cuarto
maldito. Enfrenta sus frustraciones a espaldas de los otros policías. El
celular personal suena cada vez más fuerte dentro de la sala de cine. Perturba
el silencio y la oscuridad, pero la culpa ya no es capaz de permanecer en las
sombras.
La culpa se enquista en el
inconsciente profundo, oculta en los recovecos silenciosos del alma. Intentamos
evadirla, pero invariablemente aflora cuando la realidad nos envía señales. La
culpa empieza donde el libre albedrío pierde fuerza, donde el acto cometido
deja de ser tolerado por el inconsciente. El peso de la consciencia nos vuelve
solitarios y temerosos. Los delirios de persecución otorgan materialidad a
nuestros miedos. Necesitamos que alguien nos perdone.
Holm carga con la culpa de la mujer.
Es la manera que encuentra de aliviar su propio dolor. Al teléfono le cuenta
que ha muerto a un hombre, que más que policía se convirtió en un vengador. La
mujer es salvada por esa confesión, mientras el resto de los policías escuchan.
Asger pide perdón ante sus colegas en medio de ese otro cuarto lleno de luz. El
director se ha tomado hora y media para mostrarnos el sufrimiento de un hombre.
Poco importa que sea policía. No se trata de un thriller. Había un asesino y un
culpable, pidiendo perdón a una mujer sin malas intenciones, secuestrada por
ideas perturbadoras. Tampoco interesa quien secuestró a quien. La culpa es un
mecanismo de auto castigo que de mantenerse en el tiempo se transforma en
pensamientos delirantes.
Asger Holm se quita los auriculares e
ingresa a un pasillo de transición. Detrás de la puerta se vislumbra luz,
realiza un último llamado y el espectador será el encargado de contestarlo.
Comentarios
Publicar un comentario