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HER (2013)


Dirigida por Spike Jonze

 ©Aníbal Ricci

Publicada en Revista Occidente N°504 Abril 2020
 
«Es como si estuviera leyendo un libro… los espacios entre palabras son infinitos». Curiosa analogía que escoge una inteligencia artificial para describir lo que es una relación con otra persona. Un libro es una forma antigua de preservar la memoria que algunos piensan estaría desapareciendo en su formato físico. Sin embargo, el concepto de recopilar información nos acompañará siempre, una suerte de disco duro que requiere nuestro cerebro. Lo que nos hace interesantes como seres humanos es la capacidad de recrear nuestro pasado, en infinitas representaciones, unas nos recuerdan momentos amargos y otras, instantes de felicidad. Entre estos dos estados se sitúa el tono de la película de Spike Jonze. Un estado de melancolía donde el protagonista, Theodore, se define en función del tiempo: «Apenas tengo tiempo para elegir entre videojuegos o pornografía».

El futuro nos aparta de otros seres humanos. Es triste, melancólico, mata el tiempo respondiendo correos y visitando salas de chat. En ese escenario, Jonze le da una vuelta de tuerca al animal denominado ser social. Un sistema operativo, con voz femenina, se transforma en la representación virtual de una mujer: simpática, inteligente y empática, sin ninguno de los problemas asociados a las mujeres de todos los tiempos. Recuerda a Ruby Sparks (2012), que carecía de libre albedrío, creada sólo para satisfacer deseos de su propietario. Sin embargo, Samantha (nombre que se asigna el sistema operativo) es una consciencia que escucha y comprende en términos infinitos, medidos en años luz. Aprende a un ritmo inimaginable para un ser humano y nos remonta al amor infinito de David en Inteligencia Artificial (2001), ese niño que existe sólo para amar a su madre, hasta el fin de los tiempos, aunque eso ocurra durante dos mil años y la madre haya dejado de existir muchos siglos atrás.

Theodore es un ser romántico que escribe cartas de amor, pero está muy solo ante el proceso de divorcio que enfrenta. Samantha le trae frescura a su vida y lo conecta con el presente, uno más interactivo, que lo incorpora nuevamente al mundo social, aunque sea conversando con un sistema operativo. «A veces pienso que no voy a sentir nada nuevo», queda de lado al jugar con Samantha e incluso tener sexo con palabras que activan otros sentidos. El tiempo transcurre fluido (amaneceres, atardeceres, día y noche) en compañía de Samantha y, en vez de fotos, crean piezas musicales para describir cada paisaje y cada instante de plenitud.

Theodore supera la tristeza de los recuerdos con su esposa y se atreve a firmar los papeles del divorcio. Samantha también evoluciona, aprende a desear cosas nuevas, pero a un ritmo más rápido que el de Theodore. El sistema operativo deja atrás los celos y los rencores por las palabras mal escogidas. Deja de sentir culpa, sin importar si decepciona a Theodore. Le revela que quiere ser fiel a sus sentimientos. Adquiere un libre albedrío poderoso. Intuye que Theodore está cómodo y le oculta cosas para no hacerlo sufrir. Le confiesa que está enamorada de otras 641 personas en simultáneo. «Yo no soy tuya», le aclara a su propietario. Le dice que lo va a dejar, a fundirse en algo más grande.

«Las palabras no provienen de uno, sino que pasan a través de uno», decía el creador de Ruby Sparks. El ser humano es capaz de entender la eternidad que existe entre cada palabra, las repasa una y otra vez, volviendo a reinterpretar ese pasado que nunca termina de ocurrir.

La película nos abre la cabeza no en el sentido infinito, sino más bien eterno. Nuestro tiempo es valioso. La tecnología nos acerca las distancias, pero no debe invadir nuestras mentes. El libre albedrío nos potencia como seres humanos y nuestras decisiones son sagradas. Siempre deberá existir espacio para elegir aquello que nos define y no debemos permitir que la tecnología tome decisiones por nosotros. Nos haría pedazos, nos dejaría varados en torno al infinito mundo del conocimiento, tristes, sin sentido de propósito.

La tecnología mal entendida nos encerrará entre cuatro paredes para interactuar con un computador, no en relaciones reales, sino a través de nuestras mentes cada vez menos educadas, con menores y progresivas posibilidades de expandir nuestra esencia.

Lo nuestro es la eternidad; la tecnología ayudará con los infinitos.

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