Dirigida por Spike Jonze
©Aníbal Ricci
Publicada en Revista Occidente N°504 Abril 2020
«Es como si estuviera leyendo un
libro… los espacios entre palabras son infinitos». Curiosa analogía que escoge
una inteligencia artificial para describir lo que es una relación con otra
persona. Un libro es una forma antigua de preservar la memoria que algunos
piensan estaría desapareciendo en su formato físico. Sin embargo, el concepto
de recopilar información nos acompañará siempre, una suerte de disco duro que
requiere nuestro cerebro. Lo que nos hace interesantes como seres humanos es la
capacidad de recrear nuestro pasado, en infinitas representaciones, unas nos
recuerdan momentos amargos y otras, instantes de felicidad. Entre estos dos
estados se sitúa el tono de la película de Spike Jonze. Un estado de melancolía
donde el protagonista, Theodore, se define en función del tiempo: «Apenas tengo
tiempo para elegir entre videojuegos o pornografía».
El futuro nos aparta de otros seres
humanos. Es triste, melancólico, mata el tiempo respondiendo correos y visitando
salas de chat. En ese escenario, Jonze le da una vuelta de tuerca al animal
denominado ser social. Un sistema operativo, con voz femenina, se transforma en
la representación virtual de una mujer: simpática, inteligente y empática, sin
ninguno de los problemas asociados a las mujeres de todos los tiempos. Recuerda
a Ruby Sparks
(2012), que carecía de libre
albedrío, creada sólo para satisfacer deseos de su propietario. Sin embargo,
Samantha (nombre que se asigna el sistema operativo) es una consciencia que
escucha y comprende en términos infinitos, medidos en años luz. Aprende a un
ritmo inimaginable para un ser humano y nos remonta al amor infinito de David
en Inteligencia
Artificial (2001), ese niño que existe sólo para amar a su madre, hasta el fin
de los tiempos, aunque eso ocurra durante dos mil años y la madre haya dejado
de existir muchos siglos atrás.
Theodore es un ser romántico que
escribe cartas de amor, pero está muy solo ante el proceso de divorcio que
enfrenta. Samantha le trae frescura a su vida y lo conecta con el presente, uno
más interactivo, que lo incorpora nuevamente al mundo social, aunque sea
conversando con un sistema operativo. «A veces pienso que no voy a sentir nada
nuevo», queda de lado al jugar con Samantha e incluso tener sexo con palabras
que activan otros sentidos. El tiempo transcurre fluido (amaneceres,
atardeceres, día y noche) en compañía de Samantha y, en vez de fotos, crean
piezas musicales para describir cada paisaje y cada instante de plenitud.
Theodore supera la tristeza de los
recuerdos con su esposa y se atreve a firmar los papeles del divorcio. Samantha
también evoluciona, aprende a desear cosas nuevas, pero a un ritmo más rápido
que el de Theodore. El sistema operativo deja atrás los celos y los rencores
por las palabras mal escogidas. Deja de sentir culpa, sin importar si
decepciona a Theodore. Le revela que quiere ser fiel a sus sentimientos.
Adquiere un libre albedrío poderoso. Intuye que Theodore está cómodo y le
oculta cosas para no hacerlo sufrir. Le confiesa que está enamorada de otras
641 personas en simultáneo. «Yo no soy tuya», le aclara a su propietario. Le
dice que lo va a dejar, a fundirse en algo más grande.
«Las palabras no provienen de uno,
sino que pasan a través de uno», decía el creador de Ruby Sparks. El ser humano es capaz de
entender la eternidad que existe entre cada palabra, las repasa una y otra vez,
volviendo a reinterpretar ese pasado que nunca termina de ocurrir.
La película nos abre la cabeza no en
el sentido infinito, sino más bien eterno. Nuestro tiempo es valioso. La
tecnología nos acerca las distancias, pero no debe invadir nuestras mentes. El
libre albedrío nos potencia como seres humanos y nuestras decisiones son
sagradas. Siempre deberá existir espacio para elegir aquello que nos define y
no debemos permitir que la tecnología tome decisiones por nosotros. Nos haría pedazos,
nos dejaría varados en torno al infinito mundo del conocimiento, tristes, sin
sentido de propósito.
La tecnología mal entendida nos
encerrará entre cuatro paredes para interactuar con un computador, no en
relaciones reales, sino a través de nuestras mentes cada vez menos educadas,
con menores y progresivas posibilidades de expandir nuestra esencia.
Lo nuestro es la eternidad; la
tecnología ayudará con los infinitos.
Comentarios
Publicar un comentario