Dirigida por Alfonso Cuarón
©Aníbal Ricci
«Siempre estamos
solas», le confidencia Sofía (dueña de
casa) a Cleo, una sirvienta de origen mixteco que trabaja para la familia de un
médico. Sofía ha llegado borracha y destruye a propósito el Ford Galaxy que su
marido solía estacionar con extremo cuidado. Padre ausente, preocupado por las
apariencias, el espacioso automóvil representa un símbolo de estatus que apenas
cabe en la cochera. Cuarón coreografía esa entrada, sin molestarse en mostrarle
el rostro, sólo sus manos que sostienen un cigarrillo. Ha transcurrido hora y
media cuando la patrona, en estado de ebriedad, le susurró al oído esa frase
que encierra un vestigio de sabiduría. Es evidente el trasfondo machista detrás
del relato, por lo que ambas mujeres, de clases sociales diferentes, mantendrán
cierto grado de complicidad en algunos pasajes de la cinta. Sofía acaba de
enterarse de que su marido la ha dejado sola con sus hijos, pero el director no
confunde el papel que desempeñarán cada una de estas mujeres.
Sofía posee
estudios superiores, pero jamás ha trabajado, delegando en Cleo y otra empleada
el peso de los quehaceres de la casa de dos pisos ubicada en el barrio de Roma,
un hogar de la clase privilegiada de México a comienzos de la década de los
setenta. Sofía está a cargo de sus hijos, aunque su cuidado y cariño corren por
parte de Cleo, que juega y empatiza con la imaginación de los niños. Una
primera escena significativa se desarrolla en las terrazas del último piso y el
espectador se dará cuenta del amor que profesa por los hijos de sus patrones.
Al comienzo
somos testigos de la vida cotidiana de la servidumbre, de cómo observan el
mundo de las personas de mayores recursos. Cuarón despliega planos fijos
intercalados con tomas envolventes para mostrar los rincones de la residencia y
en los encuadres aparece Cleo como una persona invisible que, aunque observa
los mismos programas de televisión, en ningún caso emite una opinión, como
tampoco responde los arranques de furia de doña Sofía. La cámara mantiene su
distancia, en gran parte del relato el director perseguirá objetividad ante el
espectador. Filma el diario acontecer de Cleo y las escenas se irán volviendo
más íntimas a medida que el director indaga fuera de la casa.
El primer
giro dramático ocurre a la media hora de metraje cuando Cleo le confiesa a su enamorado
que está embarazada y este la deja abandonada en medio de la proyección de una
película. Cleo no conoce otro mundo que el de sus patrones, por lo que no
extraña que de inmediato le cuente el secreto a doña Sofía. La señora la acoge
y la lleva al hospital, demostrando que la considera parte de la familia, pero
no podemos olvidar que, ante las diferencias con el marido, lo primero que hace
Sofía es descargarse con Cleo y hablarle sin contemplación.
La mirada de
Cuarón recurre a la gama de grises permitiendo que la frivolidad con que
describe a la clase alta también dé cabida al cariño que siente Sofía por Cleo.
El director no duda en enfrentar los mundos, mostrando profundas diferencias
entre las distintas clases sociales. Las escenas de fiestas y el incendio no
dejan bien parados a los ricos, que no les dan peso a los sucesos de real
importancia. Su comportamiento los lleva a incendiar el bosque durante la
celebración de año nuevo y tomarse casi en broma la labor de extinguirlo. Cleo lo
observa como el paisaje de su niñez, mientras los invitados juegan a disparar
con sus pistolas. Es el mismo escenario que se quema y del que sólo quedarán
cenizas, sugiriendo la usurpación de tierras que siglos antes llevaron a cabo
los conquistadores.
Las protagonistas de la historia son estas dos
mujeres, aunque sobre Cleo radica el punto de vista de gran parte de la
película, mientras el resto de las escenas dan cuenta de la visión adulta que
rescata el director de su época de infancia. Los ricos son retratados en planos
generales, en cambio la cámara sigue de cerca los pasos de Cleo. La excepción
es un vistazo general a las barriadas, donde Cuarón desnuda el entorno,
mostrando a los pobres en mediaguas construidas en torno al barro.
Si bien la
patrona ayuda a Cleo en sobrellevar el embarazo, es la madre de Sofía la que
muestra signos de humanidad en el trato, no tan bipolar, acompañando a Cleo a
elegir una cuna para su futura hija. El guion es acertado al mezclar ese evento
con el desarrollo de la masacre de Corpus Christi. Se despliegan hechos de
violencia sobre estudiantes que están protestando, los que son ultimados por
grupos paramilitares entre los que se encuentra el padre de la criatura. Fermín
empuña un arma y dispara sobre los civiles. Cuando llega frente a Cleo titubea y
se arrepiente de asesinar a la madre de Sofía.
Cleo no
entiende el mundo de sus patrones, pero la sobrevivencia de ellos depende de su
accionar desinteresado. Sofía no sería capaz de educar a sus hijos por sí
misma, incluso doña Teresa le debe su vida a la presencia de Cleo en medio de
la revuelta estudiantil. En ese episodio Cleo romperá fuente y la abuela la
conducirá al hospital. A pesar de su preocupación, deja a Cleo a merced de los
médicos y enfermeras que hablan delante de ella como si no existiera.
Transcurren
cinco minutos que el director reserva para mostrar a Cleo en un primer plano
enfrentándose sola ante la adversidad. A sus espaldas, en el fondo de la
escena, el personal médico efectúa maniobras de resucitación mientras Cleo
observa la dramática escena. La niña nace muerta y debe afrontarlo. Todas las
experiencias significativas recaen sobre Cleo que apenas recibió educación por
parte de sus patrones. Quedó embarazada, abandonada por Fermín, el granizo y un
terremoto han sacudido la vida de la sirvienta en todas las formas posibles.
Hacia el
final Sofía cambia de automóvil en señal de venganza e invita a los hijos a la
playa para que se relajen. Les cuenta que el padre ya no volverá a casa y al
día siguiente la madre se descuida y los deja en la orilla del mar sabiendo que
Cleo no sabe nadar.
La sirvienta
arriesgará su vida para rescatar a los hijos de Sofía, se abrazan y Cleo
estalla en llanto. Muestra por primera vez sus emociones al sentirse culpable
por la muerte de su hija. Descarga el dolor de sentirse postergada, de ser una
persona invisible, la muchacha que afronta las decisiones de vida o muerte
mientras los patrones juegan a la familia.
Alfonso
Cuarón ha elegido el blanco y negro para resaltar los contrastes sociales, pero
también es una forma de retratar con objetividad (sin renunciar a escenas
memorables) la vida de las sirvientas, las que se hacen cargo de los niños y
ocupan un sitial importante dentro de las familias.
Trailer de ROMA
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