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Las alas del deseo (1987)

Dirigida por Wim Wenders

 ©Aníbal Ricci
«Cuando el niño era niño no sabía que era niño, para él todo era divertido y las almas eran una», la poesía de Peter Handke nos contará una historia de infancia, no precisamente la de un niño, sino la historia de la humanidad que recién comienza. Una pluma escribe frases en la pantalla, la palabra será de vital importancia para la evolución humana y esta película mezclará poesía y extensos parlamentos para contarnos una simple historia de unificación. La voz en off narra lo escrito en alemán y constituye la entrada para que esa literatura tome vuelo y sintetice las icónicas imágenes en blanco y negro fotografiadas por el francés Henri Alekan.
 

Tras una toma cenital, aérea y distante, el punto de vista se instala desde un inicio en la visión que tienen los ángeles de la vida terrenal. La cámara desciende a la ciudad y se interna por los edificios de Berlín donde viven familias reales de carne y hueso. Se trata de una mirada irreal (la de los ángeles) formalizada a través de los versos, una expresión elevada del lenguaje, todo ello para dar cuenta de la realidad de los hombres que se filtra en cada pensamiento dentro del universo familiar. Suceden elegantes travellings entre cada habitación, con una edición de sonido perfecta haciendo transiciones y dándole continuidad a los monólogos interiores de los miembros de mayor edad.


Los ángeles se ubican en lo alto de la Columna de la Victoria, observando una ciudad de Berlín dividida por el muro de la vergüenza. El pueblo alemán experimentó su propia decadencia. «Cuando era niño… para él todo era divertido y las almas eran una», ahora está dividido en dos naciones, antes de la transformación que sucederá dos años después (caída del muro) y contrario a la idea de unidad que planteará la película para las futuras generaciones.


Los ángeles no distinguen los colores, desconocen el sabor de las cosas, pero pueden escuchar los pensamientos y susurrar palabras para rescatar a los mortales de la tristeza que los embarga. Estos seres poblaron la faz de la tierra desde sus orígenes, mucho antes del surgimiento de la vida, han sido testigos de la creación durante miles de miles de años. Escuchan a los hombres mientras transmiten su cultura, los escuchan principalmente en las bibliotecas, aquellas de muchos pisos que ha edificado la humanidad. Un anciano sube esos peldaños, sabe que la dificultad tendrá su recompensa. Este escritor relata sus crónicas del Holocausto, la voz de millones que no debe ser silenciada. Sus pensamientos, sus palabras tienen la carga de una roca, ésa que sube una y otra vez Sísifo (Albert Camus), la perseverancia que hace que los actos del hombre sean más puros que el de los mismos dioses. Sus libros reivindican la historia y restablecen la memoria. Plasman la realidad y a partir de ella, otros seres humanos más jóvenes seguirán construyendo esta historia reciente. Dificultosamente, el anciano vuelve sus pasos al barrio judío de su infancia. Sobreviven ruinas, sobre todo las crónicas que aún no ha contado. Mover la roca hacia la cima mientras en los otrora calabozos ahora filman una película de la Segunda Guerra Mundial. Entre esos escombros se torturó, se exterminó a miles y millones de seres humanos. Los actores lucen uniformes perfectos y entran por la entrada principal, mientras los judíos son personificados por extras, entrando por la puerta trasera, algunos seres humanos fueron rebajados a la calidad de extras y luego desechados en fosas donde vemos niños asesinados, son escenas fuertes, plasmarlas en una película les otorga realidad a esos episodios oprobiosos. El genocidio fue irreal, demencial, no lo creeríamos si las escenas no fueran inmortalizadas en la ficción rodada sobre esas ruinas.


Los ángeles son seres que en cierto modo aún no han nacido, viven la eternidad sin correr riesgos, no se han jugado la vida en un juego de dados. La idea del eterno retorno, postulada por Nietzsche. En un instante se juega todo, la historia del hombre, de Alemania o el mundo interior de cada individuo. El instante es el fin, no un mero eslabón de la cadena. Es la roca de Sísifo, el valor de intentarlo una y otra vez. En esos intervalos descansa la inmortalidad de los humanos, esos instantes finitos que contienen eternidad. Detenerse en un puesto de comidas, en medio del frío matinal saborear un café y luego fumar un cigarrillo. Damiel y Cassiel desconocen esos placeres como desconocen el valor del dinero.


Los hombres temen a la muerte, aunque la enfrentan en cada acto. Una trapecista se mueve en las alturas, semeja un ser alado y cualquier error puede ser fatal. Al ángel le aterra que Marion vaya a caer del columpio, para él volar es cuestión diaria, para la trapecista cuestión de vida o muerte. Los ángeles añoran esos actos que desafían al desenlace inexorable. Damiel se ha enamorado de la mortal, renuncia a sus alas y se precipita a la tierra. Es un nacimiento doloroso quedar a merced de las inclemencias del tiempo. Renuncia a las conversaciones a bordo de un automóvil donde él y Cassiel comparten las experiencias humanas que ambos han registrado en sus libretas. Abraza su soledad sumido en la incomprensión de los habitantes de la ciudad.


Marion es una mujer solitaria. Rehúye del placer, le interesa el deseo de amar. En sueños ha visto al ser anhelado que ha esperado toda su vida. En un concierto de Nick Caves concurren los travelling opuestos. La música es irreal y desacompasada. El blanco y negro cede al color mientras el cantante cuenta la historia de una chica. Habla de Marion que se encuentra con Damiel en la barra del bar. «Ella es la eternidad», insinúa la lírica de la canción, estaban destinados a conocerse. Una copa de vino entrelazada en silencio. Un close-up para confesar que ella nunca se sintió sola, esperaba para volcar su amor y transformarlo en una sola entidad. Damiel sabe que Marion vino a llevarlo a casa, a esta Alemania que ya no estará dividida. En el futuro esta historia logrará unificar el espíritu de los descendientes de la nación.

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