Dirigida por Zaza Urushadze
©Aníbal Ricci
De Estonia proviene este film espiritual acerca de los conflictos bélicos, tomando como referencia la Guerra de Abjasia (1992-93) que se desarrolló en el Cáucaso.
De Estonia proviene este film espiritual acerca de los conflictos bélicos, tomando como referencia la Guerra de Abjasia (1992-93) que se desarrolló en el Cáucaso.
Parece un contrasentido que las
palabras guerra y espíritu convivan en la cabaña de Ivo, un hombre mayor,
inmigrante originario de Estonia, que permanece en tierras georgianas, cuyos
habitantes están en conflicto con los abjasios, una lucha étnica por la tierra
(las mandarinas son una metáfora de la Naturaleza que es imparcial) donde
resulta herido Ahmed (mercenario checheno que lucha por los abjasios) y Nika
(soldado georgiano), ambos sobrevivientes de una escaramuza que ocurre al
interior de la granja de Margus, amigo de Ivo. Este último lo ayuda en la
cosecha de mandarinas con el objeto de reunir dinero para regresar a su lejana
Estonia.
Pese al enredo de etnias, la película
es extremadamente sencilla y pequeños acordes van dando cuenta de la evolución
de los enemigos (Ahmed y Nika) durante su convalecencia. Los diálogos están muy
bien pensados y el guion es de relojería. Cada detalle de la trama desnuda los
horrores y esperanzas que se escudan detrás de la guerra, lo fácil (a la vez
difícil) que sería resolver los asuntos en tanto las partes fueran capaces de
escuchar al adversario.
La convivencia que plantea la
película es tan poco probable como absurda es la guerra y se sostiene bajo una
única regla del dueño de casa: «Nadie mata dentro de mi hogar». El discurso es
antibelicista y el director recurre a una vía de extrema lucidez: durante una
hora la guerra existe sólo en la dialéctica de los cuatro personajes, siendo la
mayor parte de la cinta una elipsis que esquiva las bombas hasta que una de
ellas destruye la casa de Margus. A esas alturas los enemigos y los neutrales
comparten un asado y han aprendido a conocerse.
Es una historia de detalles: Ahmed
profesa el islam y Nika es católico, ambos terminan respetándose y
defendiéndose ante soldados irreflexivos que disparan a cualquier bando sin distinción.
Es muy significativo que Ahmed, al final, conduzca su vehículo escuchando música
georgiana en el casete que Mika estuvo rebobinando durante su recuperación.
Película de muy buena vibra, que
alberga esperanza en el ser humano, siendo Ivo el alter ego del director que
nos guía amorosamente en su visión.
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