Dirigida por Otto Preminger
«Su encanto conquistó a todos… los
hombres la admiraban… las mujeres la envidiaban», le confidencia Waldo Lydecker
al teniente Mark McPherson, detective que lleva el caso del brutal asesinato de
Laura Hunt, cuyo rostro fue desfigurado por dos tiros de escopeta. La narración
comienza con la voz en off de Waldo,
dando cuenta del contenido de su columna de sociedad. Claramente él es uno de
los sospechosos, se lo hace saber McPherson mientras acompaña a Waldo al
restorán donde ellos solían acudir.
En medio de elegantes travellings, siguiendo el punto de vista
de Lydecker, el director nos lleva al pasado a través de un largo flash-back, contándonos cómo conoció a
Laura y cómo le fue sugiriendo que cambiara su peinado y vestimenta hasta
transformarla en una mujer distinguida. Lydecker es un sujeto debilucho, muy
presumido, deja traslucir ciertos rasgos de homosexualidad. Laura era su
objeto de adoración, los travellings
envolventes darán cuenta del orgullo que sentía por su creación.
El detective McPherson se muestra
seguro de los pasos de la investigación mientras se hace acompañar de los propios
sospechosos en los interrogatorios. Es suspicaz, en cada pesquisa deja al
descubierto las mentiras con que pretenden confundirlo.
La narración cambia constantemente de
punto de vista: unos parecen proteger (Shelby Carpenter) y otros inculpar
(Waldo), dotando a la cinta de ambigüedad y contribuyendo a generar una
atmósfera de misterio en torno a la figura ausente de Laura.
A mitad del metraje, el detective se
queda a dormir en el domicilio de ella, huele sus perfumes y bebe su cognac. Se
duerme en el sofá mirando el retrato de la mujer, en una actitud enfermiza algo
necrófila. La cámara se desplaza desde la pintura al detective, cuando de
pronto aparece Laura gozando de buena salud.
Descubrirá que el cadáver era de
Diane Redfern, una modelo de la agencia, y todos los dardos parecen apuntar a
Shelby Carpenter (el despreciable vividor) como el autor material del homicidio.
McPherson se lleva a Laura para interrogarla, está seguro de su inocencia y de
que ha caído bajo el embrujo de la mujer, antes un fantasma, ahora de carne y
hueso.
El guion es intrigante, manteniendo
el suspenso hasta los últimos minutos, justo el momento en que el detective
descubre que el asesino es Waldo Lydecker, que ha actuado por celos y que jamás
estuvo dispuesto a que tipos duros y musculosos como Jacoby (el pintor del
cuadro), Shelby o el propio McPherson pudieran poseerla. Antes la preferirá
muerta y justo en ese instante nos damos cuenta de que la historia ha sido
narrada por un occiso, a través de las palabras de su última columna en el
periódico.
Al final, le disparan al homicida
(que mató por error a Diane) mientras el reloj destrozado sugiere que los días
de Lydecker han concluido.
Comentarios
Publicar un comentario