©Aníbal Ricci
Las tardes de cine eran memorables. En televisión transmitían películas a diario, westerns en su mayoría. Ese día tocaba una de romanos: Espartaco, de Stanley Kubrick. La historia sucedía pocos años antes de la era cristiana y daba cuenta de la instrucción de los gladiadores del circo romano. Un hijo de esclavos originaba una rebelión en contra del abuso de los patricios. Paralelamente ahondaba en la relación sentimental de Espartaco y Varinia. Las miradas de Kirk Douglas y Jean Simmons coincidían con los primeros besos de María Jesús y Francisco. Los esclavos se agrupaban para combatir a los ejércitos comandados por Craso. Los protagonistas hacían el amor. Primeros planos que no mostraban lo que descubren María Jesús y Francisco. Están completamente desnudos. Ya no miran el televisor. Los amantes dejan de prestar atención al sonido y las imágenes. Francisco las ve reflejadas en la blanquecina piel de su amada, transformándose en un intérprete de épocas distantes. Los senos que tiene enfrente son del presente y le pertenecen. Los besa tiernamente y el ombligo adquiere vida con los besos que repliegan la marea del abdomen. Divisa, o más bien huele, lo que se esconde tras los vellos. Extasiado por la fragancia, Francisco sigue descendiendo por el valle hasta perderse en una zona húmeda, a cuyo contacto María Jesús deja escapar un leve gemido. Le sucede un pequeño espasmo de chanchito de tierra. Mira el hermoso rostro de su mujer y ya no tiene ninguna prenda que impida enlazar los cuerpos. Siente a Espartaco bajo su vientre. No lleva coraza y lo viste de látex. Arremete, no contra el enemigo, sino internándose en la profundidad. La besa desesperado para que las descargas fluyan a través de sus almas. El amor se materializa en esos dos puntos, pero es tan fuerte la pasión que Francisco termina tiritando junto a María Jesús. Los esclavos han vencido a una legión romana. Los jóvenes se miran cariñosamente, mientras Espartaco contacta a una flota de piratas para transportar su ejército fuera de la península. María Jesús se acurruca y adhiere a la piel de su amado. La intercesión de Craso desbarata los planes y Espartaco es obligado a enfrentar a las fuerzas romanas, los cercan desde todos los flancos. Comparte con Varinia la que podría ser su última noche. Francisco y María Jesús recobran fuerzas para emular a los héroes. Inscriben sus nombres junto a los de Kirk Douglas y Jean Simmons. Enlazan sus cuerpos y esta vez la energía corre libre a través de venas y arterias. Sienten que los latidos de sus corazones se funden en uno solo. Las huestes de Espartaco se unen para enfrentar a las legiones y se produce una masacre que pasa inadvertida al oído de los amantes. Están contenidos en sus miradas. Se reencarnan en Varinia y Espartaco, convirtiéndose en cuatro amantes reunidos por la eternidad. Los sobrevivientes son recapturados y ninguno delata a su líder. Craso los hace crucificar en la entrada de Roma, al tiempo que María Jesús y Francisco son elevados al cielo. Disfrutan de la libertad de amarse en medio de miles de gotas de sudor. Espartaco es atravesado por el dolor, pero sus ojos se muestran confiados en el fruto de su amor. Francisco besa el vientre de su amada, y Varinia está orgullosa de que su hijo nacerá libre. No puede morir en paz clavado a una cruz. Sólo Francisco morirá de felicidad junto a María Jesús.
Las tardes de cine eran memorables. En televisión transmitían películas a diario, westerns en su mayoría. Ese día tocaba una de romanos: Espartaco, de Stanley Kubrick. La historia sucedía pocos años antes de la era cristiana y daba cuenta de la instrucción de los gladiadores del circo romano. Un hijo de esclavos originaba una rebelión en contra del abuso de los patricios. Paralelamente ahondaba en la relación sentimental de Espartaco y Varinia. Las miradas de Kirk Douglas y Jean Simmons coincidían con los primeros besos de María Jesús y Francisco. Los esclavos se agrupaban para combatir a los ejércitos comandados por Craso. Los protagonistas hacían el amor. Primeros planos que no mostraban lo que descubren María Jesús y Francisco. Están completamente desnudos. Ya no miran el televisor. Los amantes dejan de prestar atención al sonido y las imágenes. Francisco las ve reflejadas en la blanquecina piel de su amada, transformándose en un intérprete de épocas distantes. Los senos que tiene enfrente son del presente y le pertenecen. Los besa tiernamente y el ombligo adquiere vida con los besos que repliegan la marea del abdomen. Divisa, o más bien huele, lo que se esconde tras los vellos. Extasiado por la fragancia, Francisco sigue descendiendo por el valle hasta perderse en una zona húmeda, a cuyo contacto María Jesús deja escapar un leve gemido. Le sucede un pequeño espasmo de chanchito de tierra. Mira el hermoso rostro de su mujer y ya no tiene ninguna prenda que impida enlazar los cuerpos. Siente a Espartaco bajo su vientre. No lleva coraza y lo viste de látex. Arremete, no contra el enemigo, sino internándose en la profundidad. La besa desesperado para que las descargas fluyan a través de sus almas. El amor se materializa en esos dos puntos, pero es tan fuerte la pasión que Francisco termina tiritando junto a María Jesús. Los esclavos han vencido a una legión romana. Los jóvenes se miran cariñosamente, mientras Espartaco contacta a una flota de piratas para transportar su ejército fuera de la península. María Jesús se acurruca y adhiere a la piel de su amado. La intercesión de Craso desbarata los planes y Espartaco es obligado a enfrentar a las fuerzas romanas, los cercan desde todos los flancos. Comparte con Varinia la que podría ser su última noche. Francisco y María Jesús recobran fuerzas para emular a los héroes. Inscriben sus nombres junto a los de Kirk Douglas y Jean Simmons. Enlazan sus cuerpos y esta vez la energía corre libre a través de venas y arterias. Sienten que los latidos de sus corazones se funden en uno solo. Las huestes de Espartaco se unen para enfrentar a las legiones y se produce una masacre que pasa inadvertida al oído de los amantes. Están contenidos en sus miradas. Se reencarnan en Varinia y Espartaco, convirtiéndose en cuatro amantes reunidos por la eternidad. Los sobrevivientes son recapturados y ninguno delata a su líder. Craso los hace crucificar en la entrada de Roma, al tiempo que María Jesús y Francisco son elevados al cielo. Disfrutan de la libertad de amarse en medio de miles de gotas de sudor. Espartaco es atravesado por el dolor, pero sus ojos se muestran confiados en el fruto de su amor. Francisco besa el vientre de su amada, y Varinia está orgullosa de que su hijo nacerá libre. No puede morir en paz clavado a una cruz. Sólo Francisco morirá de felicidad junto a María Jesús.
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