OTRO LUGAR
por Aníbal Ricci
Tomo
una selfie para validar mi identidad. No me reconoce, dice que soy otra persona.
La envío en formato video, giro a la derecha, a la izquierda, me indica que
mire arriba, pero no abajo. Es extraño que el autentificador no pida ese
ángulo. Hacia abajo se esconde el inconsciente, me dijo la terapeuta holística
que utiliza flores de Bach. Una vez por semana acudo a su consulta y en su
diagnóstico explicó que mi ojo izquierdo no estaba alineado con el ser, lo que
explica que a veces tengo dos interpretaciones de la realidad.
El
ojo derecho enfoca la oficina, la pantalla del computador, permite dar órdenes
a los subalternos, dirigirse a una audiencia de quinientas personas, es
versátil y da sustento al accionar diurno. Es un órgano consciente, pero no soy
la misma persona durante la noche. Acudo a un bar y bebo un whisky, converso
relajado con una chica y la invito a otro lugar.
Estoy
casado y al ojo izquierdo eso lo tiene sin cuidado. Un ser que no da
explicaciones, el mundo oscuro le pertenece. Despierto y mi señora prepara el
desayuno, le doy un beso. Facebook sigue sin reconocer la imagen, supongo que
la contrasta con la fotografía del perfil u otras que etiquetaron los contactos.
Tengo
que viajar al sur para una presentación ante la alcaldesa de Concepción. El
gerente de la zona ha planificado todo el evento, en realidad es la gerente
comercial, una mujer de metro ochenta y ojos azules. La reunión fue todo un
éxito y los colegios de la comuna se integrarán a la plataforma. Celebramos en
una discoteca que antiguamente se llamaba La Cucaracha. Allí asesinaron a Jorge
Matute Johns, cuerpo que estuvo desaparecido por casi cinco años antes de ser
encontrado a orillas del río Biobío. La gente bailaba sin importar la impronta
del lugar, como si el cambio de nombre borrara las huellas del crimen. Victoria
se encarga de la zona sur y desde hace meses nos encontramos en distintos
hoteles.
Me
estoy acostumbrando a esto de las dos visiones, el nocturno ojo izquierdo
también se activa durante el día y ofrece una versión alternativa de la
realidad. La terapeuta holística aplaca las voces internas, ésas que me
insultan a cada segundo. El lado derecho despliega amor, pero el ojo izquierdo
conversa en términos de placer. La verdad y la mentira son conjugadas al mismo
tiempo y desaparecen los escrúpulos. El cerebro perseguido por las voces
enfrenta el miedo echando mano al inconsciente.
Victoria
era una loca de mierda, su cuerpo imponente me confundió y sus ojos creo se
volvieron verdes. Algo cambió en esas noches por el sur. ¿Cómo fui tan imbécil
y no reconocí su naturaleza? Esa loca de patio dejaba abierta las
comunicaciones en el celular, quería que todo el mundo se enterara de que era
mi amante. Ya era tarde para retroceder, el sexo era fabuloso y sus
confidencias harían mierda mi matrimonio.
Este
ojo era adúltero y las mentiras cubrían sus pasos. Percibí que mientras más traicionaba
a mi esposa, las voces fueron retrocediendo y poco a poco recuperé la cordura.
Un contrasentido, el engaño era impuesto por mi lado izquierdo como un escape
liberador. El sexo con mi mujer era catalizado por el ojo derecho y mientras
más la amaba, en otro hemisferio no sentía remordimientos. Incluso fue
aumentando la intensidad de la pasión, algo extraño tras años de matrimonio.
Eso me convertía en un gran profesional. Las presentaciones del software eran
impecables y con Victoria completábamos las oraciones ante la audiencia.
La
visión diurna ahora era una mezcla de sensaciones. Amor y lujuria convivían en
los trayectos a la oficina. Las imágenes del ojo derecho no contaminaban al
izquierdo. Todo lo nocturno transcurría en cámara lenta y en perfecto blanco y
negro. El colorido de todas las mañanas cubría las sombras de esas filmaciones
prohibidas. Teníamos sexo a la luz del ordenador en la oscuridad del cuarto de
hotel. Música romántica de esa que no me gustaba, pero la ropa interior apenas
cubría a esta amazona que hablaba con su cuerpo. Era una mujer agresiva en las
reuniones de negocio, aunque no muy desafiante. Le comentaba de un libro o de
una película y todo se resumía a compartir una copa de vino en la penumbra de
los pubs.
Esta
belleza en blanco y negro, con gran profundidad de campo, me tenía aturdido y
cargaba con tres hijos y un marido celoso. No parecía importarle, aun sabiendo
que ese orangután fácilmente me pondría un tiro entre los ojos. Las bragas de
Victoria eran delicadas, muy finas y su hombre empezó a sospechar de tantos
cuidados. Llegué a Puerto Varas pasado la medianoche y esta mujer me esperaba
en un hotel solitario. Sola conversando en el lobby, al parecer el que atendía
en el mesón era el único sujeto a la redonda. Estaba asustada, por algo había
abandonado el cuarto. Me pidió que nos cambiáramos de hotel y nos hospedamos en
el Borde Lago. En el auto traía unos vinos para obsequiar entre los clientes,
la única razón para no haber viajado en avión.
El
ojo izquierdo no hacía preguntas y esas actitudes extrañas lo magnetizaban. El
marido de Victoria había llamado a mi señora para decirle que los estaban
engañando. Bailaba como una diosa en mitad de esa discoteque de desconocidos.
Lo nocturno siempre podía ser más oscuro y en el baño aspiré un gramo de
cocaína. Observaba alrededor, sentía que las luces nos cegaban y Victoria era
el único escudo. Atraía las miradas mientras bajaba mis revoluciones. Tuvimos
sexo en el hotel y mientras ella dormía el ojo derecho elucubró otros planes.
Me vestí en el baño y ella no se despertó. Conduje hasta la costanera y subí a
una chica llamativa. La profundidad de campo era más silenciosa y estacioné el
vehículo. Me gustaba el peligro y sabía que tarde o temprano las indiscreciones
de Victoria me dejarían expuesto. Regresé a la habitación, la tarjeta magnética
no me delató y me recosté junto a su cuerpo.
Dos
noches después estaba en Santiago celebrando el cumpleaños de mi esposa. Fuimos
a cenar a un restorán italiano donde nos atendieron de lujo. El ojo derecho
recordaba el viaje a Florianópolis. El hotel acogedor, las noches nadando por
el fondo de la piscina. Sobornamos al mozo y nos trajo unos tragos. Estábamos
desnudos e hicimos el amor a la intemperie. Recordaba por el lado diestro, pero
esa noche de luna el ojo izquierdo planificaba otro futuro.
Todavía
no contrataba a Victoria, pero ya existía en esas imágenes blanco y negro.
Soñaba que traicionaba a mi esposa con una desconocida. Cruzaba la piscina y el
ojo izquierdo no alcanzaba el fondo. Recordaba esa vez en que estuve a punto de
saltar del octavo piso. Seguía enamorado de mi mujer, pero el abismo siempre
estaba a un paso. Para poder sobrevivir, el futuro debía ser oscuro e
inestable. Correr hacia el lugar donde revientan las olas y la corriente te
arrastra. El rostro de mi señora es angelical y me encanta su profundidad.
Vamos al cine con los niños y ella nos observa. Preocupada de todos los
detalles, esa noche en el hotel Praia Benagil nos embriagamos y a pesar de lo
incómodo tuvimos sexo en la hamaca colgada en el balcón. El silencio nos hacía
escuchar y nuestros cuerpos desnudos absorbían la humedad de la noche.
Hace
cinco años que estoy separado. Mis hijos van a la universidad y aquí estoy
sentado en la barra del Hemingway. Me ha dado por tomar cerveza con whisky, me
parece un brebaje adictivo. Espero a una mujer que conocí en una gira por el
norte. Nada de ir a buscarla a su departamento. El ojo izquierdo es telescópico
y difícil de impresionar. Retiene todos los lugares oscuros y deja atrás la
depresión. Correr sin mirar atrás es siempre algo desafiante. He aprendido a
que el otro ojo filtre alguna información que me haga parecer más humano. Converso
con una chica atractiva que debe ser prostituta, el ojo izquierdo se potencia y
veo su escote en blanco y negro.
Pensando en una coartada, la invito a otro lugar.
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