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JUEGOS DE VILLANOS

JUEGOS DE VILLANOS

Autor: Julia Guzmán Watine

 


A propósito de «Juegos de Villanos» (2018),

novela de Julia Guzmán Watine

Comentario de Aníbal Ricci Anduaga


Esta es la primera novela de la autora y sorprende. Hay un depurado uso del lenguaje y sobre todo una estructura narrativa que no evidencia dudas de guion. Se circunscribe dentro de lo que llamamos literatura negra o policial, a cuyo molde permanece fiel, sobre todo en las deducciones finales, aunque lo más destacable es la descripción de clases tanto dentro la sociedad chilena como también el provincianismo que exacerba las diferencias entre éstas.

 

Es un libro pulcro, aquí el trabajo de taller literario ha dado sus frutos y de qué forma. No hay ripios, la creación de atmósferas e imágenes de los lugares es muy vívida, el trabajo a nivel psicológico de los personajes refleja plenamente a esos seres de la fauna nacional que rondan los treinta años.

 

La primera persona introspectiva y dubitativa que caracteriza al aprendiz de detective Miguel Cancino navega por aguas inseguras. Es un estudiante de literatura, un alter ego del sexo contrario a la autora y que tiene una voz narrativa muy nítida. Un adulto joven enrollado, prejuicioso, que se ha codeado en el colegio con hijos de hacendados y tiene una opinión bastante negativa de estos «cuicos», hijitos de papá, que viven en una burbuja que mira hacia abajo al resto del perraje.

 

Hay un desaparecido, lo que recuerda épocas pretéritas de la dictadura. José Ignacio Latorre tiene el apellido adecuado, pero es un simple ejecutivo de inversiones en un banco, les presta dinero a los ricos, pero jamás amasará fortuna en ese trabajo, simplemente tiene el dinero suficiente para acudir a pubs en busca de diversión.

 

Esta precariedad económica también caracteriza a Miguel Cancino. Estudió literatura en Santiago, pero los fines de semana visitaba a su madre en Talca. Es una persona que no tiene raíces, está conversando con alguien, pero siempre tiene la mente puesta en otro lugar, un ser que deja las cosas inconclusas, su madre ha muerto y no mantiene ninguna relación estable. Ferviente seguidor del inspector Heredia de Díaz Eterovic. Le agradan los personajes difusos e irresolutos, de lo contrario compartiría rasgos de personalidad con la clase alta, seguros de sí mismos y pertenecientes a castas donde se reparten el poder económico. Prefiere ser un perdedor que observa desde lejos a Nicole, le atrae porque está fuera de su círculo, le habla puras leseras, pero su compañía llena algunos vacíos.

 

Ambos intentan ayudar a Magda para que encuentre pistas del paradero de José Ignacio. Desapareció luego de la boda y a Magda la abandonaron drogada en su auto. Hay un hilo de la trama que tiene que ver con narcotraficantes, son omnipresentes para los habitantes del sur y sospechan que el novio de Magda estuvo relacionado a negocios turbios.

 

Julia Guzmán describe acertadamente el mundillo de los ejecutivos bancarios, unos ciudadanos de medio pelo, que sin embargo prestan millones de pesos. Tienen un estatus de clase media, pero sus vidas son más higiénicas que el común de la población. Sus metas son meramente materiales, se contentan con poco. Los gerentes de los bancos y los fiscales, en cambio, representan otro estrato más elevado y administran el poder para favorecer a los más ricos. Ronda durante toda la novela, la idea de que el dinero y las tierras se las reparten entre gente turbia emparentada con la clase privilegiada.

 

Hay un inmovilismo social que viene de los tiempos de la dictadura. Los latifundistas son dueños de las ciudades del sur, que más bien parecen pueblos. En regiones todos se conocen y hasta los curas de la iglesia conocen del turbio actuar de estos hacendados, que durante la época de Pinochet permitieron torturas al interior de sus tierras. Estos ricos se acostumbraron a actuar con el beneplácito de los militares y cincuenta años después todavía creen que el país y las personas les pertenecen.

 

El trasfondo histórico que da cuenta del actuar pasado de estos hacendados le da espesor a la maldad de los villanos. No serán narcotraficantes, pero están dispuestos a todo con tal de mantener su poder. Su mundo de apariencias y relaciones públicas es de un vacío abismante, sólo les interesa saber con quién se casarán sus hijas y qué ventajas pueden obtener del sagrado vínculo. De ahí la importancia de que los sucesos desgraciados estén descritos a partir del eventual futuro de un novio y su pareja. Hay diferencia de clases entre ellos, pero la familia de la novia pretende sacar réditos económicos de ese enlace. No son como Romeo y Julieta, aquí persiste el desprecio de clase, pero la familia deja de lado su orgullo para acrecentar su fortuna.

 

El retrato de la clase alta es sin medias tintas, aunque la mirada a los ciudadanos de medio pelo tampoco es muy halagüeña. Son igual de prejuiciosos, pero navegan en aguas nebulosas, sin objetivos claros y dan cuenta de la pobreza intelectual de la sociedad chilena.

 

Los colegios y los pubs aparecen como lugares en donde se mezclan las clases y Julia Guzmán nos brinda una demoledora visión del mundo de provincias. En regiones el pasado sigue manteniéndose vigente y los habitantes no hacen nada por cambiar la subordinación a la clase alta.

 

Julia Guzmán desarrolla la historia con una pluma ágil, que evidencia una gran vocación por los diálogos. Son intercambios llenos de vida que desnudan el mundo interior de los personajes. A veces son extensos, pero siempre amenos, la interacción entre los diálogos y la primera persona es realmente asombrosa.

 

El libro se devora mientras el lector quiere avanzar en la historia. Los capítulos breves ayudan a imprimirle velocidad y la autora sabe cambiar de marchas. Cuando Cancino se ve atrapado en el siniestro mundo de cómplices activos de la dictadura y su vida corre peligro, la acción se vuelve violenta, los villanos se agrandan y la inexperiencia del aprendiz es el contrapunto perfecto. El detective es un miembro de los habitantes de medio pelo, pero hay algo de nobleza en su actuar. No tiene lazos sentimentales y en cierta forma navega libre en un mar donde lo único que puede perder es su vida.

 

La historia es totalmente verosímil y la solución de continuidad, luego de un clímax notable, es muy satisfactoria para el lector. Miguel Cancino nunca está seguro de nada y de hecho sus graves problemas no los resuelve por sus propios medios. Interviene en cierta forma la fortuna y sólo por un breve lapso goza de los privilegios de un héroe. Luego aflorarán sus dudas de clase, su inseguridad, aunque su nobleza consiste en que nunca ambicionó nada para él, resuelve temas del pasado y se hace cargo de la memoria del país, pero sigue siendo el eterno estudiante que no ha terminado de aprobar su tesis de grado.




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