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NOMADLAND (2020)

Dirigida por Chloé Zhao

 

 ©Aníbal Ricci

 

Publicada en Revista Occidente N°515 Abril 2021

 

«Lo que se recuerda, vive», dice Fern, la protagonista de esta historia de gente que recorre Estados Unidos a bordo de simples furgones adaptados para la dura travesía. Ella brinda muy pocos parlamentos, pero cuando lo hace expresa una mezcla entre nostalgia y sabiduría.

 

Ese diálogo equilibra muy bien el peso de las imágenes y de la música hipnótica de piano con tintes de violín. Fern es una mujer que trabajó en Empire, empresa minera que luego de la crisis sub-prime tuvo que cerrar sus puertas y dejar en la calle a empleados que se hospedaban en las casas de la compañía. Retrata un estilo de vida que desaparece, el mercado y la recesión económica hacen que todo se vuelva menos humano.

 


Pero no nos engañemos. La película que mezcla ficción con historias de verdaderos nómades no pretende enarbolar banderas de denuncia contra un sistema injusto, simplemente lo insinúa a la pasada, dando a entender que algunos adoptaron esa vida errante por necesidad, pero otros la abrazaron con su alma.

 

«Tal vez pasé demasiado tiempo recordando», complementa Fern, desahogándose con Bob, un sujeto que carga una triste historia, pero que dedicó su vida a honrar la memoria del hijo suicida, ayudando y sirviendo a las personas, en este caso, a la gente que habita en caravanas.

 

Bob, a propósito de los que ya partieron y los que viajan por la carretera, le confiesa a Fern que cuando alguien se despide, «nunca es un adiós definitivo», a todos los volverá a ver en el futuro (incluso a los muertos). Por eso la despedida habitual de estos nómades es un simple «nos vemos en el camino».

 


Chloé Zhao no está haciendo una denuncia del sistema capitalista, está apelando a algo de verdad profundo, habla del despojo necesario a bienes materiales… para viajar ligero de equipaje… para conquistar esa libertad esquiva, ganada con el esfuerzo personal y no impuesta por otros… para generar “recuerdos propios” y gozar del silencio interior.

 

Fern conduce y vive sola al interior del vehículo, carga en su alma la pérdida por cáncer de su esposo. Él también trabajaba en Empire y ella siguió en la empresa para “recordar” ese amor. Le cuenta su intimidad a Bob: «no podía empacar y seguir adelante». Pero la directora nos muestra como la Naturaleza renace cada día, con nuevos brotes de cactus, el paraje desértico le muestra su esplendor. Fern ha conducido desde Arizona y vuelve a Nevada a revisitar las instalaciones abandonadas de Empire, la antigua casa, plano fijo, ella incorporándose al encuadre desde una modesta esquina, recorriendo las distintas habitaciones. De pronto vislumbra la ventana, el paisaje. Tras cruzar el umbral se suceden planos fijos. Adentro había polvo y silencio, afuera la inmensidad de la Naturaleza, la libertad, el cielo se toma el encuadre, cada vez hay más aire y el furgón se interna en ese otro silencio.

 


Fern continúa el recorrido y la música retorna, con esas notas de piano y violín, no hay apuro en este viaje, «nos vemos en el camino», mientras prefiero la soledad, la tranquilidad, renunciar a la vida con otro compañero amable y compasivo, porque entiendo ese sexo, esa otra casa, ese quedarse atada a unos muebles tiene un precio demasiado alto.

 

La mujer ha dejado atrás recuerdos dolorosos y conduce en busca de recuerdos nuevos. El espectador se ubica en su propia habitación, deja de lado esta película de nómades, de nuevos colonos, se acerca a la ventana y vislumbra un parque a lo lejos. Este espectador está feliz, sólo en su habitación, acompañado por el ordenador que lo hace viajar por hermosos parajes del Midwest de Estados Unidos. Podré salir a tomar un café y recorrer las calles, aunque Fern me lleva ventaja, con un poco de petróleo va construyendo su vida. Tendrá que trabajar a veces en empleos temporales, pero luego se monta en su furgón y desaparecen los límites, quizás los hay, los repuestos son caros, pero para eso está la familia (que importante es la familia), al menos su hermana sabe que ella no es una excéntrica, simplemente necesita refacciones para seguir gozando de su libertad.

 


Los paisajes nos adentran en la mente de Fern, una enorme Frances McDormand, minimalista, con gestos apenas perceptibles, reencontrándose con otros nómades, despidiéndose de Swankie, que antes de morir volvió al origen. Esas golondrinas lo son todo, esos recuerdos que hay que volver a visitar antes de morir, mientras sus amigos de la carretera arrojan una piedra sobre el fuego.

 

«Nos vemos en el camino».

 


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