Dirigida por George Stevens
©Aníbal Ricci
«Una pistola es tan buena o tan mala
como el hombre que la usa», le dice el protagonista a la dama que admira. Hay
corrección es estas líneas y un trasfondo moral que envuelve a este personaje
desconocido cuyo pasado queda a la imaginación tanto de los otros personajes
como del mismísimo espectador.
Trascurre en Wyoming en la época del
ocaso de los pistoleros, ya no tienen cabida en un mundo que se abre a la
agricultura. Los granjeros son los nuevos habitantes de estas tierras otrora arrebatadas
a los indios por gente como el vaquero Rufus Ryker (el antagonista) que pretende
saltarse la ley y recuperar esas tierras para criar su ganado. Una particular
visión lo hace pretender derechos sobre esos terrenos que ahora son propiedad
del gobierno y fueron cedidos a los granjeros.
El conflicto está a punto de estallar
cuando desde las montañas desciende Shane (el protagonista) asomándose a la
propiedad de Joe Starret. De inmediato cae en gracia al hijo de Starret (Joey)
y tanto el señor como la señora Starret lo acogen para que ayude en la granja.
Shane viste bien, lleva una pistola
al cinto y se muestra como un hombre misterioso. Los Starret intuyen su pasado
violento, pero de alguna manera se sienten protegidos. Shane ve esas tierras
como un escape de la historia que lo persigue y decide asentarse de momento
junto a esta devota familia. Shane llegó de forma providencial, pero tiene
cuidado de apartarse de su arma mientras visita la cantina del pueblo. Uno se
los secuaces de Ryker lo enfrenta y Shane no reacciona. Su actitud dubitativa
genera reparos entre los granjeros, pero el muchacho Joey sabe, desde su punto
de vista infantil, que Shane no es un cobarde.
En otra ocasión, para no defraudar al
niño, le da una paliza al forajido que antes lo encaró, recibiendo la ayuda del
padre de Joey. El señor Starret es quien aglutina a los granjeros para que
Ryker no los arroje de sus tierras, pretende incluso forjar un pueblo donde
solidaricen sus nuevos habitantes. El poder de Starret emana de su familia, de
su esposa en particular. Shane la admira (platónicamente) y vislumbra que esas
familias son el futuro de la nación. Ya dijimos que se trata de una obra moral,
donde el ex pistolero encarnado por Shane defenderá los intereses de estos
granjeros. Viene huyendo de la violencia, pero esta lo encuentra de nuevo.
Clint Eastwood se verá fascinado por este tipo de western crepuscular y en “El
jinete pálido” (1985) homenajeará esta película de George Stevens. Tras “el
predicador” de Eastwood se advierte la valía moral de Shane (no es casualidad
que le digan “el predicador”).
Marian Starret y su hijo están
encandilados con la valentía de Shane. Se advierte que el protagonista siente
algo por ella, pero no dejará de lado sus convicciones. Ante el asesinato de
uno de los granjeros, el señor Starret planea ir al pueblo a enfrentarse con la
pandilla de Ryker. Los acompaña un pistolero de renombre conocido como Jack
Wilson. Shane sabe que no podrá con Wilson y lo deja inconsciente. Debe
enfrentar solo a Wilson para no comprometer a los miembros de la familia
Starret.
Shane acude a la emboscada que planean
los Ryker y en secreto lo sigue Joey. El chico representa a una generación que
no conoce de pistoleros e idealiza a Shane. Joey es el verdadero testigo al
interior de la cinta, el nuevo punto de vista que verá crecer nuevos pueblos y
ciudades.
Al espectador se lo invita a
presenciar la hazaña de este ángel exterminador, el protector de los débiles,
de los que no pueden defenderse del mal extremo. Shane velará porque se cumplan
los sueños de los granjeros. Se deshace de Wilson y de los pistoleros de Ryker,
los vence y deja libre de pistolas el valle en el que descendió.
Es tiempo de que este ángel
exterminador se retire de escena y vuelva a escalar las montañas. «Cuando uno
mata no tiene vida… No hay marcha atrás», le dice a Joey. El fin ha justificado
los medios, pero la violencia no deja de ser violencia. Se despide del chico
diciéndole que su lugar es junto a sus padres.
Shane cabalga de espaldas por un
camino idéntico al del comienzo, cerrando un círculo que encierra el
advenimiento de nuevos tiempos.
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