Dirigida por Eran Riklis
©Aníbal Ricci
El padre al hijo, ambos pertenecientes a la minoría árabe que vive en territorio israelí, le dice en íntima plática: «Antes queríamos una Palestina libre de judíos… Ahora sólo queremos que nos dejen vivir con dignidad». Salah (padre) estuvo involucrado en un atentado en Jerusalén cuando era joven. Le impidieron continuar sus estudios y terminó trabajando como recolector de frutas, de todas formas, pertenecer a la minoría étnica lo relegaba a trabajos de baja calificación. Eyad (hijo) ha sido aceptado en una institución hebrea, siendo de los pocos que acceden a ese privilegio. El padre lo insta a estudiar en ese lugar para que sea mejor que los judíos.
En la primera parte del largometraje, el muchacho se traslada desde un barrio popular árabe hasta una ciudad de grandes casas donde predominan los israelíes. Estos últimos tienen otras preocupaciones, muchísimo más mundanas que la clase trabajadora árabe. El director nos abre las puertas al mundo adolescente, vivido sin complicaciones y sutilmente va dando pistas de lo incómodo que es para Eyad compartir una cultura ajena, con idioma diferente, donde los noticieros hablan continuamente de los palestinos como enemigos, tildándolos de terroristas, siempre insinuando que el pueblo judío (acaso víctimas) debe soportar el asedio de bombas arrojadas desde las fronteras aledañas.
Hay un repaso histórico dando cuenta de la creación del estado israelí y de diversos sucesos de confrontación como la Guerra del Líbano y la primera Intifada. Se muestra como en las escuelas hebreas inculcan el odio hacia los palestinos y el director de la cinta es hábil al contrastar los dos mundos en la experiencia de Eyad: por un lado, estudia y se mimetiza, incluso pololea con una judía, inmerso en un mundo bastante amable e higiénico; pero de otro lado, hay pequeños indicios que lo señalan (Naomi no se atreve a confesar la relación a los padres ni siquiera a sus compañeros) y lo muestran aislado del resto, un palestino confraternizando con el enemigo.
Eyad ama a Naomi y hace sacrificios por ella. Al comienzo del film el chico estaba orgulloso de su padre “terrorista”, ahora cuando atacan a Israel (durante la Guerra de Irak) llama por teléfono, preocupado por el bienestar de su polola, mientras el resto de su familia celebra un misil que ha caído en territorio israelí. Es evidente que algo ha cambiado en la mente del adolescente.
Riklis no oculta las diferencias entre ambos pueblos, insinúa por un lado el odio ancestral entre ellos, pero por otro, señala que ambas etnias no son tan distintas. Para la ficción, Eyad no representa la típica fisonomía árabe y pasará desapercibido entre sus compañeros, incluso la policía es incapaz de distinguirlo.
Desempeñándose en trabajos comunitarios Eyad conoce a Yonatan, un judío que sufre una grave enfermedad degenerativa. Comparten el gusto por la música y la tolerancia hacia el prójimo, quizás se encontraron donde confluyen ambas minorías: Eyad, árabe y Yonatan, paralítico.
La cinta insinúa adentrarse al territorio del melodrama, pero el director, con una calma y precisión encomiables, gira hacia el drama, pero no a través del conflicto, sino a partir de la conversión del muchacho hacia el mundo judío. No es un cambio de religión, más bien se trata de una mutación social, con el objeto de disfrutar de los privilegios de la casta dominante.
Mientras Yonatan va enfermando, Eyad usurpará su identidad para acceder a un mejor empleo en un restorán, ocupación destinada a jóvenes hebreos, mientras los árabes sólo pueden acceder a puestos de cocina. El protagonista no encarna al talentoso Mr. Ripley (Patricia Highsmith), de ninguna forma es un oportunista, solamente desea el puesto de mozo por el dinero que significa.
Riklis va insertando una idea angular en la mente del espectador: Las diferencias étnicas no son insalvables, pero el odio entre ambos pueblos es tal, que es más fácil unirse al enemigo que enfrentarlo. Copiar las costumbres y adoptar la cultura de la casta gobernante resulta menos desgastante, las décadas de conflicto han demostrado la inutilidad de la violencia.
Estudiar en una escuela hebrea (idea del padre), parece una vertiente insurgente, está latente la noción de infiltrar al enemigo, ser mejor que él y derrotarlo con sus propias armas. Recordemos que el director es judío y no debe ser fácil instalar este pensamiento dentro de un mundo doctrinario implantado por el estado israelí. Quizás la veta romántica será la manera de congraciarse con el espectador de su país, no parece una arista muy bien lograda, tampoco creo que el director esté especulando con una secuela, donde la idea matriz termine diluyéndose en el accionar absurdo de los personajes.
Eyad ha ido más allá de los anhelos de su padre, se ha transformado en un verdadero judío e incluso la madre de Yonatan lo encubre en la falsificación de identidad. Es poco factible obtener documentos falsos dentro de Israel, la intención del director ha sido dar cuenta de la imposibilidad de que un niño palestino acceda a una profesión universitaria. El estado de Israel no les brinda una educación que les permita independizarse y formar familias que puedan ascender socialmente. Los quiere incultos, salvajes, para poder echarles la culpa de todos los males que amenazan a los hebreos. En este punto, el director se juega el pellejo denunciando la realidad que se vive al interior de Israel.
Riklis inicia el metraje con un tono festivo, casi de comedia, como entendiendo lo absurdo que resulta para los palestinos vivir en tierra de judíos. Luego el protagonista da un salto a otra realidad, más apacible y donde los árabes no existen, para finalmente plantear el drama abiertamente. No es una tragicomedia, es un drama con un segmento inicial algo jocoso e irreal, que sirve de perfecto contrapunto para acentuar la vocación dramática del film.
La visión del director pareciera conciliatoria, incluso cuando el punto de vista se sitúa en la vereda árabe. Su personaje parece transitar hacia otro mundo irreal, poco probable, donde deberá renunciar a sus tradiciones. La película se desplaza desde hogares bulliciosos y vivos (árabes) a mundos más higiénicos: el film evidencia un desplazamiento de las emociones hasta volverse casi inhumano.
Riklis no abriga esperanzas dentro de la comunidad judía, de hecho, la polola de Eyad se enrola en los servicios de inteligencia israelíes. Puede que alguna vez haya sentido algo por el muchacho palestino, pero el lavado de cerebro que inculcan en las escuelas es demasiado potente, la idea de anidar sentimientos distintos del odio resulta poco factible. Es cosa de recordar al director del colegio de infancia, impartiendo la posición oficial del estado, ver cómo reacciona ante la opinión disidente del niño, simplemente le destroza las manos con una regla de madera, para que el pequeño asimile la respuesta correcta.
La visión conciliadora resulta un espejismo, un engaño al espectador, quizás para que el mensaje llegue a buen puerto.
«Ahora sólo queremos que nos dejen vivir con dignidad».








Comentarios
Publicar un comentario