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VALPARAÍSO MI AMOR (1969)

Dirigida por Aldo Francia

©Aníbal Ricci

Publicada en Revista Occidente N°509 Septiembre 2020

Las escenas demoledoras aparecen cuando el metraje sobrepasa la hora de duración. Hay rudeza en esta cinta, al padre de familia (Mario) le dan un permiso para asistir al funeral de su hijo menor, Marcelo fue diagnosticado con bronconeumonía, y como en el hospital no hay camas disponibles, la pareja de Mario sale a la fría noche con el niño en brazos y con su destino ya escrito. La pobreza es cruel y el Valparaíso de postal es desnudado hasta sus entrañas.

 


El ladrón de bicicletas (1948) de Vittorio De Sica será la fuente de inspiración, el marco de referencia con que Aldo Francia encuadra al puerto chileno. Pero esta película es mucho más moderna en su concepción visual y supera a la obra imitada. Recordemos que la película italiana es una de las cumbres del «neorrealismo italiano», que mediante una estética cercana al documental permitía mostrarnos la vida de las barriadas de la forma más auténtica posible. La película de Aldo Francia es simplemente una obra mayor.

 

En la cinta chilena están presentes los mismos ingredientes: la falta de trabajo, el hambre y la precariedad de las viviendas, problemas sociales recurrentes que Aldo Francia enfoca desde un punto de vista más amplio. No sólo da cuenta del robo de ganado del padre, sino que muestra las consecuencias de ese acto en la crianza de los cuatro chicos. Para De Sica, el robo de la bicicleta significaba la pérdida de la inocencia del niño y la destrucción del ideal paterno, pero en la cinta de Aldo Francia no hay lugar para la inocencia, menos para los ideales.

 


El director emprende este viaje con el padre adentrándose en la cárcel, mientras los interrogatorios y la sentencia se escuchan en off. Es el comienzo del descenso a los infiernos planteado en la película, una forma de avisar que los espacios de los personajes se irán cerrando conforme avancen las escenas. Acaban de enterrar al hermano, cuando el que le sigue en edad ayuda a limpiar tumbas ajenas para ganarse unos pesos. En el mundo recreado por Francia no hay tiempos muertos, todo avanza inexorablemente hacia un destino cada minuto peor que el anterior. Al muchacho le roban la propina y los otros niños del cementerio lo echan a patadas, no hay lugar para otro, el dinero de las limosnas no es suficiente para repartir entre tantos.

 

La música de la película italiana evocaba al melodrama, pero en esta cinta chilena escuchamos una y otra vez La joya del pacífico, un popular vals de los años cuarenta que refleja cierta nostalgia hacia el puerto, pero que Aldo Francia utiliza frenéticamente para no dar tiempo a los silencios ni momentos en que los personajes puedan estar en paz. El director se aleja de cualquier melodrama, no es una película que ensalce los valores humanos, más bien muestra sus pecados, siempre apostando por encontrar a otro ser más ruin. El padre no trabaja, roba; los niños no van a la escuela, roban y piden limosna; y la hija de apenas doce años no ayuda en la casa, se prostituye.

 

Tampoco hay lugar para la tristeza, todo transcurre a una velocidad tal, que los personajes son absorbidos por la ciudad. De Sica trabajaba sobre la imagen de un padre y un hijo, Francia en cambio sitúa a la ciudad como protagonista encargada de corromper a los habitantes que viven bajo su alero. El director nunca hace un juicio de valor sobre los proxenetas o sobre los que abusan de niñas que ni siquiera alcanzan la pubertad, simplemente muestra la realidad de una devoradora de almas, la ciudad que a cada vuelta de esquina esconde los entresijos más oscuros.

 


El director pudo caer en la metáfora simple de los ascensores descendiendo al inframundo, pero va más allá, muestra una coreografía de ascensores que suben bajan, se encuentran, un entramado que constituye el sistema circulatorio de la ciudad, y es que para Aldo Francia este puerto, Valparaíso, es una máquina de pobreza, una generadora de pobres que se retroalimenta de sus miserias. Las imágenes recuerdan en cierta forma a Tiempos modernos (1936) de Charles Chaplin, una impersonalidad que la cinta va adquiriendo con cada plano que propone el director. La música acrecienta esa sensación y en una fuga nos impone una verdadera película de terror.

 

Aldo Francia va denotando una evolución material de la ciudad, también perniciosa: automóviles e incluso una música proveniente de guitarras eléctricas cuya estridencia es una nueva forma de encubrir la prostitución, la hija de Mario a bordo de un auto que la hará descender a nuevos abismos. El progreso no va de la mano con la virtud de sus habitantes. La ciudad es el demonio/infierno, las almas no tendrán escapatoria.

 



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