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El tercer hombre (1949)


Dirigida por Carol Reed



©Aníbal Ricci

 
Harry Lime (Orson Welles) intenta escapar por las cloacas de Viena, observa en medio de una gran bóveda, expectante, debe elegir entre muchos túneles. Acaba de finalizar la Segunda Guerra y el mundo ha sido invadido de tonos grises.



Holly Martins es un mediocre escritor estadounidense que viene recién llegando a la ciudad en búsqueda de un trabajo que le prometió Harry. De inmediato, se entera que su amigo ha muerto en un accidente de automóvil. En el funeral lo recoge el mayor Calloway, policía que le informará que Lime era un peligroso delincuente. Martins no quiere creerle e inicia una investigación. Se transforma en un personaje de su propia novela cuyo alter ego defendía a su amigo injustamente acusado.



El guion es magnífico, cada parte ensambla a la perfección y la música de Anton Karas, sencilla e hipnótica, aporta un rasgo distintivo con respecto a otras cintas del cine negro.


La existencia de un tercer hombre en la escena del crimen y la muerte del único testigo, le hace percibir a Martins que Harry no era de los trigos más limpios.


Viena está llena de escombros producto de la guerra y en cada ventana, en cada esquina, pareciera que alguien sigue sus pasos.


La fotografía se compone de encuadres dislocados y las sombras proyectadas en las paredes contribuyen a acentuar una atmósfera fantasmal.


Entre las personas que interroga Martins se encuentra Anna, una chica perseguida por la policía de la cual se enamora. Entretanto, el mayor Calloway le ha expuesto los delitos horrorosos que ha cometido Lime. Casualmente, luego de despedirse de Anna, un gato delata a un hombre escondido bajo el pórtico de un edificio. Martins lo desafía a dar la cara y un foco ilumina el rostro del amigo que creía muerto.


Más tarde, ambos tendrán un encuentro en las alturas de una noria. «Sentirías compasión por uno de esos puntitos negros si dejara de moverse», le dice Harry en alusión a los hombres de deambulan abajo por las calles. Habla desde la cima del mundo, no uno celestial, sino un lugar confuso donde hombres como él sacan provecho en esos momentos caóticos de posguerra.



Lime se muestra tal cual es, un sujeto dispuesto a matar a cualquiera que se interponga en su camino. Se despide justificando sus actos: «Durante la dinastía de los Borgia no hubo más que terror, guerras, matanzas, pero luego surgió el Renacimiento», agrega con cinismo y lo invita a encontrase otro día en un lugar seguro.



Martins traicionará a su amigo transando con la policía la liberación de Anna (para no ser deportada a territorio ruso). Ella también está enterada de que Harry traficaba con penicilina adulterada y que ha provocado la muerte de muchos inocentes. No le importa y lo perdona, los despojos de la guerra han confundido la línea divisoria entre el bien y el mal.



El mundo no es blanco ni negro, abundan los tonos grises en todos los estamentos. En sus últimos momentos, Harry se aferra a una rejilla del alcantarillado, como queriendo disfrutar de un último soplo de vida. En definitiva, él no ha hecho más que sobrevivir en un lugar lleno de escombros.



En su segundo funeral, se repite la imagen del comienzo y Martins observa a Anna desde el automóvil. Se baja con la intención de entablar conversación, pero Anna avanza en medio del encuadre, indiferente, en un final casi opuesto al de Casablanca (1942) de Michael Curtiz, dejando a un costado a Martins, en un anticlímax de antología.




El mundo que ha dejado la guerra es un lugar sólo apto para sujetos de la calaña de Harry Lime, no para hombres educados o bien comportados.











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